Para mi mamá, quien me inspiró para alcanzar mis sueños

Como parte de esta serie especial, publicaremos cartas dirigidas a personas refugiadas que han dejado huella en quienes las escribieron.

Un montaje de Solange y su madre.

Un montaje de Solange y su madre.  © Cortesía de la familia Ingabire. Edición de ACNUR.

Solange Ingabire, de 22 años, le escribe a su mamá, quien la crió en el campamento de refugiados de Kiziba, Ruanda luego de huir de la amenaza de la violencia en la República Democrática del Congo en 1996. Solange nació cuatro años después en el campamento. Ahora, estudiante en Costa Rica, recuerda la increíble influencia que ha tenido su madre, quien defendió la educación a pesar de que ella no tuvo la oportunidad de estudiar.

La carta fue editada por su longitud y para fines de claridad.

Escuchar a Solange leyendo la carta (en inglés):

ACNUR · Carta a mi mamá - Solange

Querida mamá,

Mientras escribo estas palabras, a unos 12.000 kilómetros de ti, te imagino repartiendo amor en el campamento como siempre lo haces. Debes estar ocupada ayudando a los vecinos, o yendo de un lado a otro vendiendo patatas y plátanos de productores locales.

Me emociona escribir esta carta agradeciendo el amor y el cuidado que siempre me has mostrado. Mamá, has sido una madre excepcional, mi modelo a seguir y la razón de quien soy hoy.

La educación siempre me pareció una meta inalcanzable, hasta que te sentaste y comenzaste a compartir conmigo tu trayectoria, cómo luchaste para ir a la escuela, caminando kilómetros todos los días hasta que no pudiste hacerlo más.

A pesar de tu limitada escolarización, te has convertido en defensora de la educación y cuando me dijiste que no soy nada sin ella, no pude olvidar ese consejo. Siempre me has dado motivos para pensar más allá de los retos que teníamos. Los recuerdos que compartimos (buenos o malos) son mi fuerza y mi motivación para el éxito.

Recuerdo una medianoche en la que estábamos las dos solas durmiendo en una tienda de campaña, y de repente empezó a llover. Puedo recordar que estaba en un sueño profundo, y con una voz tranquila me despertaste y dijiste: “hija mía la casa está llena de agua, y está goteando por todas partes”.

No olvidaré la delicadeza con la que me cubriste con tu ropa para darme un poco de calor mientras esperábamos que dejara de llover. Fue una de las noches más largas que he tenido. Me sorprendió ver tu hermosa sonrisa en la madrugada a pesar de la noche de insomnio, y esto me dejó una importante lección de ser feliz y agradecida en todas las circunstancias.

Mi infancia está llena de recuerdos dignos de ser recordados, con todas tus historias, enseñándonos los himnos, y los versículos de la Biblia, y orando por nosotros antes de acostarnos. Esa rutina diaria me hizo espiritualmente fuerte y una guerrera de oración – desarrolló en mí un talento para el canto.

“Compartir lo poco que tenías era tu costumbre”.

Nunca podré olvidar los muchos rostros en los que has puesto sonrisas. A menudo llevabas a casa a personas con problemas de salud mental, las aseabas y las alimentabas. Algunas eran vecinas tuyas en el Congo antes de la guerra. Compartir lo poco que tenías era tu costumbre.

De niña, lo único que quería era el amor y el cuidado de mi familia, y me lo dieron incluso más allá de lo que esperaba. Sin embargo, cuando empecé a crecer, la pregunta “¿de dónde eres?” seguía siendo un misterio. Como no pisé mi tierra ni un solo día, llegué a pensar que no era nadie, una persona despreciable, vulnerable y, por supuesto, una refugiada. Gracias por animarme a pensar más allá y a enfocarme en el impacto que puedo tener en el mundo. No puedo imaginar lo que podría haberme ocurrido sin tu orientación.

Recuerdo la emoción de la familia cuando me seleccionaron para una beca para estudiar en Costa Rica, y por supuesto nadie podía creerlo, ni siquiera yo misma. Recuerdo la alegría de abordar un avión por primera vez, el despegue y el aterrizaje. Fue la sensación más increíble que he experimentado.

Mi vida en Costa Rica fue un poco difícil al principio porque era la primera vez que salía de Ruanda y estaba lejos de nuestra familia. Aprender español fue difícil, pero tú y los hermanos hicieron la experiencia divertida en nuestras videollamadas, pidiéndome que les saludara en español y repitiendo las palabras después de mí.


Esta carta forma parte de una serie epistolar dirigida a personas apátridas o desplazadas por la fuerza que dejaron huella en la vida de los jóvenes autores. Si te interesa escribir una carta a una amistad, pariente o cualquier persona que sea refugiada y que te haya llenado de inspiración, haznos llegar tu idea escribiendo a [email protected]