Para mi abuelo refugiado, quien me enseñó a soñar

Como parte de esta serie especial, publicaremos cartas dirigidas a personas refugiadas que han dejado huella en quienes las escribieron.

Un montaje de Yash y su abuelo.

Un montaje de Yash y su abuelo.  © Cortesía de la familia Moitra. Edición de ACNUR.

Yash, de 17 años, le escribe a su abuelo refugiado, ahora fallecido, a quien llamaba cariñosamente Dadu. En 1947, durante la partición de la India, su abuelo huyó de su hogar, situado en la actual Bangladesh, cuando era adolescente y lo dejó todo atrás. La partición desplazó a más de 14 millones de personas por motivos de religión. Yash, quien vivió con su abuelo la mayor parte de su vida, recuerda el tiempo que pasaban juntos viendo comedias románticas y soñando con el futuro.

La carta fue editada por su longitud y para fines de claridad.

Escuchar a Yash leyendo la carta (en inglés):

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados · Querido Dadu – una carta de Yash

Querido Dadu,  

Te escribo en honor a un sueño.  

Hace varias décadas, llegaste a este país siendo un jovencito – no mucho mayor que yo ahora – con el modesto sueño de ganarte la vida. Perdiste tu hogar, tu familia y tus raíces y, sin embargo, perseveraste.

Hace varias décadas, te convertiste en refugiado. Cruzaste la valla y trabajaste día y noche. Soñabas con una vida mejor y la construiste. Y cuando te fuiste, me dejaste ese sueño.  

Cuando era joven, me hablabas de los amables desconocidos que te alimentaban, que te conseguían un trabajo, que te ayudaban a crecer. Me hablabas de las personas que te dejaron entrar en este país e hicieron que te sintieras como en casa. Me hablaste de lo agradecido que te sentías por haber podido construir una comunidad desde cero. Hoy, cuando pienso en los millones de personas que buscan un hogar como el tuyo, me doy cuenta de lo afortunado que fuiste.  

Al crecer, siempre te tuve a mi lado. Te tomaba de la mano al caminar, y siempre agarraba tu pequeño Nokia y jugaba con él. Siempre estabas conmigo, y te lo agradezco.  

A pesar de la juventud que perdiste, hiciste todo lo posible por darme una buena infancia. Recuerdo las noches que nos quedábamos despiertos hablando de política y mamá nos gritaba para que nos durmiéramos. Aquellas charlas despertaron mi amor por el debate, del que disfruto hasta hoy. Incluso hoy, cuando discuto sobre migración en mi club de debate, recuerdo tus palabras sobre la compasión.

Luego estaba nuestro mayor ejercicio de unión: las comedias románticas. No importaba cómo nos hubiera ido el día, todos los sábados por la noche nos reuníamos en el sofá exactamente a las nueve. Nadie más se atrevía a acercarse a la televisión, porque las tres horas siguientes eran nuestras y solo nuestras. El diario de la princesa, Pitch Perfect y Love Actually eran películas muy conocidas; nos sabíamos de memoria todas las escenas y los diálogos.

Yo no lo sabía entonces, pero a ti te encantaban esos pequeños saltos de fe porque tener esperanza era la historia de tu vida. Y por eso me apoyabas. Me apoyaste para comprar helado, me apoyaste para ir a cenar a McDonald's, pero lo más importante, me apoyaste en mi intento de estudiar en el extranjero. Cuando nadie más lo consideró necesario, me dijiste que debía soñar más allá de los horizontes de la lógica, y que soñara lo que soñara, tú lo apoyarías. Y así fue.

Tenía 12 años cuando te quejaste por primera vez de dolor en el pecho. Estábamos los dos solos en casa.

Te pedí que levantaras la mano rectamente y no pudiste. Me puse a pensar y pedí un Uber, la primera vez que lo hacía sin mamá. Entramos corriendo en urgencias, y llegamos justo a tiempo. Quizá era demasiado joven, pero nunca olvidaré las horas y horas que pasé en aquel recibidor, esperando escuchar que estarías bien. Y te pusiste bien. Volviste a casa y te pusiste bien. Y estábamos orgullosos de tu recuperación. Durante años, tú y yo seguimos riéndonos en la cara del tiempo, aunque no sabíamos que nos acechaba. Al poco tiempo, estabas en mi teléfono, con los éxitos de Kishore Kumar sonando en los altavoces.

Y entonces, te caíste. Era febrero, y tu cuerpo no colaboraba. Tus pulmones se llenaban de agua y ya no podías levantarte. Pero perseveraste. Pasamos de la televisión a mi computadora portátil, pero las comedias románticas continuaron. Esta vez era mi mano la que sostenía la tuya mientras intentabas caminar de nuevo. Y pronto estuviste bien. Lo estabas haciendo muy bien.

Abril. Terminamos la película y te di un gulab jamun y una samosa. Eran dos cosas que te encantaban. Te di las buenas noches y me fui a dormir. Nunca debí haberme ido a dormir.

Cuando limpié mi armario la semana pasada, encontré tu Nokia, el juego de la serpiente todavía funcionaba. Jugué como solía hacerlo, e incluso rompí mi antiguo récord. Cada vez que toca Kishore Kumar, me acuerdo de ti. Cada vez que veo a Anne Hathaway, me acuerdo de ti. Escribo esta carta para agradecerte el sueño que me diste. Hoy, mientras solicito la admisión para estudiar en el extranjero, te devuelvo lo que me diste. Promuevo la causa de los refugiados, soy voluntaria de ACNUR, ayudo a las personas adultas mayores y mantengo vivo tu recuerdo. No es mucho lo que he hecho, y me queda mucho camino por recorrer. Mientras recorro mi camino, no solo te tengo presente a ti, sino también a quienes te alimentaron, te consiguieron un trabajo y te ayudaron a crecer. Tal vez algún día, yo sea esa esperanza para alguien. Tal vez algún día.

Con amor, Yash


Esta carta forma parte de una serie epistolar dirigida a personas apátridas o desplazadas por la fuerza que dejaron huella en la vida de los jóvenes autores. Si te interesa escribir una carta a una amistad, pariente o cualquier persona que sea refugiada y que te haya llenado de inspiración, haznos llegar tu idea escribiendo a [email protected].