Un albergue contra la violencia de género en Moldavia ofrece seguridad y una comunidad a las personas refugiadas de Ucrania
Cuando la guerra azotó Ucrania, Casa Marioarei – una organización con 20 años de antigüedad en la vecina capital de Moldavia – abrió sus puertas para acoger a mujeres, niñas y niños vulnerables que se vieron forzados a huir de sus hogares.
Vita (a la izquierda) y Natalya, ambas de la ciudad ucraniana de Odesa, se sientan en el jardín de Casa Marioarei, un albergue para supervivientes de violencia de género de Moldavia en la capital, Chisináu.
© ACNUR/Andrew McConnell
La bienvenida a Casa Marioarei suele incluir un abrazo de una amable y sonriente mujer llamada Veronika. Es un gesto de inclusión y seguridad para las mujeres, las niñas y los niños cuyas vidas se han visto sacudidas por la violencia.
Durante más de 20 años, Casa Marioarei – una organización dirigida por mujeres en Chisináu, Moldavia – ha acogido y protegido a supervivientes de violencia basada en género (VBG). Ha brindado atención de salud, asesoramiento jurídico y apoyo psicosocial a cientos de personas.
Tras la invasión rusa a Ucrania – país vecino de Moldavia al este – en febrero de 2022, la organización comenzó a acoger a mujeres, niñas y niños que llegaban al país como refugiados, al tiempo que seguía atendiendo a las familias locales.
“Moldavia tiene un gran corazón”, explica Veronika Cernat, de 38 años, quien dirige el albergue. “Cuando estalló la guerra, decidimos destinar algunas habitaciones de nuestro albergue a las mujeres que están sufriendo por ello”.
Hasta ahora, Veronika y sus colegas de Casa Marioarei han cedido el 40 por ciento de los dormitorios del albergue a las personas refugiadas de Ucrania. Dos residentes actuales, ambas de la ciudad portuaria de Odesa, al sur del país, Natalya y Vita, llegaron a principios de marzo cuando la invasión se extendía por su país.
“Después de enterarme de lo ocurrido en Bucha, en Irpín y de ver la situación en Mariúpol, me di cuenta de que podía ocurrir lo mismo en Odesa, así que decidí llevar a mi hijo a un lugar seguro. Cuando me fui [de Ucrania], vi las estadísticas de que ya habían asesinado a más de 220 niños y, por supuesto, no quería que eso le ocurriera a mi hijo, Dios no lo permita”, comenta Vita, de 28 años.
“Tuvimos la suerte de que el primer día que llegamos nos trajeron a este centro, y enseguida nos enseñaron dónde podíamos vivir, que aquí estaríamos seguros y cómodos, y que podríamos estar en paz y tranquilidad durante un tiempo”.
La mayoría de los 5,6 millones de personas refugiadas de Ucrania son mujeres, niñas y niños. Aquí, en Moldavia, que actualmente acoge a más de 86.000 personas refugiadas, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ofrece ayuda en efectivo, asesoramiento, líneas telefónicas de información y otros tipos de apoyo.
ACNUR también se ha asociado con Casa Marioarei para ayudar a vigilar los riesgos de VBG y prestar servicios psicosociales y jurídicos a las personas refugiadas en ciudades y pueblos de toda Moldavia a través de la red de mentores voluntarios formados por la organización. La asociación ayudará al personal de atención como Veronika a satisfacer las necesidades más urgentes de las familias que se enfrentan a la incertidumbre y al trauma.
Eso significa todo para Natalya, de 35 años, quien también se aloja en el albergue con su hija adolescente.
“No teníamos ningún plan definido. Simplemente íbamos a un lugar seguro”, explica sobre su huida de Ucrania. “Nos sorprendió mucho que las personas que conocimos son muy comprensivas y amables con nosotros, siempre dispuestas a ayudar. Realmente entienden por lo que estamos pasando, en general, y es evidente para nosotras que todo esto se hace de corazón”.
“Aquí nos recibió inmediatamente una sonriente Veronika, quien dedicó tiempo a mostrarnos el lugar, a explicarnos todo, y nos dijo que para cualquier pregunta o problema que surgiera, ella estaría disponible”, añade Vita. “Sin esta actitud positiva y esta risa, sería más difícil”.
Desde que empezó la guerra, Casa Marioarei se ha esforzado por crear un sentimiento de comunidad entre las mujeres moldavas y las personas refugiadas de Ucrania. Cocinan, pintan y cuidan el jardín juntas. Sus hijos comparten el tiempo en el aula y en el patio de recreo.
Aquí, la unión es la clave para sanar el pasado y navegar por lo que viene.
“Cuando llegan, todo el equipo está aquí. Les damos un abrazo”, explica Veronika, sonriendo. “Son parte de la familia desde el principio”.