"La esencia de un trabajador humanitario es saber que a través de tu empeño, esfuerzo y trabajo puedes cambiar la vida de personas"
Desde Perú, colegas de ACNUR comparten sus testimonios para homenajear a los miles de trabajadores humanitarios que trabajan alrededor del mundo.
Con más de 100 millones de personas desplazadas en el mundo, el trabajo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, se intensifica cada año. Los trabajadores humanitarios se encuentran muchas veces en primera línea, expuestos a situaciones complejas, en ocasiones jugándose la vida por ayudar a los demás.
Hoy, 19 de agosto, Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, 5 compañeros de la oficina de ACNUR en Perú nos comparten sus testimonios para homenajear a los miles de trabajadores humanitarios que trabajan incansablemente en todo el mundo. Conócelos:
Alexis. 44 años. Jefe de Programa. Nacido en Bogotá. Ha trabajado en Colombia, Sudán, Irak, Pakistán, Yemen y Perú. En su tiempo libre lo encontrarás haciendo música.
Benjamín. 35 años. Coordinador Senior de Terreno y Jefe de Protección. Nacido en Suiza. Ha trabajado en Francia, Suiza, India, Chile, Ecuador, Haití, Dominica, Barbados, Venezuela y Perú. En su tiempo libre lo encontrarás corriendo, jugando al fútbol y disfrutando de su familia.
Estefanía. 30 años. Coordinadora de la oficina en Tacna. Nacida en Lima. Ha trabajado en Perú y en Polonia. En su tiempo libre la encontrarás pintando.
Karent. 37 años. Conductora. Nacida en Tumbes. En su tiempo libre la encontrarás disfrutando de sus dos hijos pequeños.
Renzo. 39 años. Asociado de Terreno Senior. Nacido en Lima. Ha trabajado en Estados Unidos, Puerto Rico, Cuba y Perú. En su tiempo libre lo encontrarás leyendo libros de periodismo narrativo y novelas literarias.
Sobre ser trabajador humanitario
Contrario a lo que se podría creer, no hay un solo camino para llegar a ser trabajador humanitario. Algunos colegas conocían de cerca el mundo de las Naciones Unidas, pero otros no habían pensado nunca en dedicarse a ello hasta que les llegó la oportunidad. Sin embargo, frente a la pregunta “¿qué es lo más te llena de tu trabajo en ACNUR?”, las respuestas coinciden.
“Para mí es estar en terreno, dar respuesta a la gente en el momento exacto, ver los resultados y cómo podemos cambiar vidas”, comparte Estefanía. “Es el poder escuchar a las personas refugiadas y poder pensar en soluciones”, señala Ben. “Escuchar, analizar y tratar de responder. Que esa persona sienta que no está sola”, añade Renzo. Lo que les mueve son los cambios visibles, tangibles, que ven en las personas. No es nada etéreo, son personas de carne y hueso cuyas vidas mejoran y cambian. Para Alexis son los 35.000 niños y niñas afganos que ahora pueden acceder a educación gracias al trabajo de su equipo cuando trabajaba para ACNUR en Afganistán. O las 10.000 familias en Yemen que ahora tienen acceso a una vivienda. Para Renzo y Estefanía son las decenas de personas venezolanas en Perú a las que asisten cada día en terreno.
“La esencia del trabajador humanitario”, resume Ben. “Es saber que a través de tu empeño, esfuerzo y trabajo puedes cambiar la vida de ciertas personas”. “En ACNUR he encontrado mi lugar en el mundo”, comparte Renzo. “Uno va por la vida, intentando, fracasando, haciéndolo bien, y si tiene suerte finalmente termina encontrando un sitio donde combinar sus pasiones. Me siento afortunado”.
Hay, además, muchos perfiles que son menos visibles y que resultan imprescindibles para que la rueda humanitaria funcione. Compañeros que trabajan en logística, limpieza, seguridad, y más. Karent es una de las pocas mujeres conductoras dentro de ACNUR, trabaja en la frontera en Tumbes. “Salimos muy temprano, cargamos la camioneta con todos los materiales y acomodamos las carpas en frontera. Además de conducir, yo asisto al equipo, apoyo con los niños, con las compras de la oficina, salgo a realizar pagos, ayudo con la organización de actividades… incluso tomo fotografías”. Perfiles multifacéticos que son un apoyo fundamental para que el resto funcione.
Luces y sombras
Responsabilidad y compromiso son dos palabras que se repiten en cada conversación. Pero no todo son luces. Escoger una carrera humanitaria muchas veces implica tomar decisiones personales importantes. Significa estar lejos de la familia, a veces en situaciones de seguridad complicadas. Sin embargo, para Alexis, el trabajo humanitario compensa. “Tengo una hija de 12 años que ha vivido en Sudán, Pakistán, Portugal, Perú y Colombia. Hasta hace poco pensaba que su papá era un superhéroe, porque estaba lejos ayudando a personas. Mi trabajo es un legado que estoy dejando para ella y su futuro”, explica.
Los trabajadores humanitarios también están expuestos a historias y situaciones muy duras que pueden afectar a su propia salud mental. Con 22 años, Estefanía trabajaba entrevistando a mujeres sobrevivientes de violencia sexual, en Colombia. “Todas habían escapado, algunas con hijos resultado de violaciones, y me decían que no querían un hijo, que cada vez que veían a los niños recordaban ese evento traumático”. Historia tras historia, los testimonios pueden pasar factura, aunque las historias de personas refugiadas son también muchas veces un ejemplo de resiliencia y fuerza.
Tener que priorizar los recursos es también muy duro. “De vez en cuando estás en lugares donde hay miles de personas, en condiciones muy vulnerables, y sabes que vas a tener que tomar decisiones porque no alcanza para todo el mundo”, explica Ben. Los recursos y capacidades son limitados, con muchas operaciones de ACNUR en el mundo recibiendo menos fondos de los que se requerirían para apoyar a toda la población con necesidades.
Asociar las Naciones Unidas con una gran burocracia y con una organización alejada de las personas es también un reto al que los trabajadores se enfrentan. “Cada día, cuando salgo a terreno, llevo el nombre de ACNUR e intento acercar más la agencia a las personas, que vean que estamos ahí, que siempre estaremos ahí para ellos”, comparte Renzo.
Historias que dejan huella
Los trabajadores humanitarios conocen, ven y sienten decenas de historias que les marcan. Hay algunas que se quedan con nosotros para siempre. Aquí algunas historias compartidas:
“Desde el balcón de mi casa en Sudán veía un árbol, enfrente de un colegio. Ese árbol daba mucha sombra, y cada semana una familia de refugiados se instalaba bajo el árbol a vivir. Mi hija, un invierno, dio parte de nuestra ropa a la familia refugiada que se encontraba allá instalada. Tengo esa imagen muy presente; si hay una persona refugiada en la calle en el mundo, debemos seguir trabajando. Un solo refugiado sin esperanza es demasiado”. Alexis.
“Hace años atendí en Ecuador a una madre y su hija, la mamá era parte de las madres de Soacha, su hijo había sido ejecutado por el ejército colombiano acusado de falso guerrillero. La madre había denunciado, y a raíz de eso fue perseguida, recibió amenazas y tuvo que salir con su hija de Colombia. Trabajamos bien su caso, y finalmente pudieron ser reasentadas a un país seguro”. Benjamín.
“Durante mi tiempo en Polonia apoyando la emergencia de Ucrania vi familias divididas, sin saber cuándo iban a volver a verse, niños que pedían ver a sus papás, adultos mayores que no se querían mover de la frontera porque tenían la esperanza de que todo terminara pronto. Todo el mundo quiere regresar a casa, eventualmente. En cada emergencia te das cuenta de que, para las personas refugiadas, casa es casa”. Estefanía.
“En 2018 vino la actriz Angelina Jolie como Enviada Especial de ACNUR a Tumbes a conocer de primera mano la situación venezolana. Yo la llevé en mi carro, me parecía imposible verla por el retrovisor después de verla en tantas películas. Me dijo que era la primera vez que la llevaba una conductora mujer. La gente se agolpaba en el carro para verla. Lo bueno fue el alto interés que la visita despertó”. Karent.
“Era 2018, en Tumbes. Conocí a un señor caminante que venía de Venezuela, muy cansado, llevaba una botella de leche de almendra. Me senté con él y me contó su historia. Venía al Perú con una de sus hijas, dejaba a la segunda, con discapacidad, en Venezuela. Tenía solo un pulmón y llevaba días viajando a pie. Lo único que quería era poder instalar a sus dos hijas en Perú. Tiempo más tarde me lo encontré de nuevo, esta vez cruzando con la segunda hija, en silla de ruedas. Lo logró. Dos meses más tarde recibí una llamada de las hijas, el señor había fallecido, pero estaban seguras de que se había ido feliz”. Renzo.