Venezolanos y adultos mayores colombianos se cuidan entre sí bajo el mismo techo
La Casa del Abuelo acoge a adultos mayores colombianos que quedaron solos. Ahora ha aumentado su capacidad para albergar también a personas venezolanas.
Morato Martínez, un colombiano de 75 años, pasa sus días pintando las paredes de la Casa del Abuelo, el centro de atención para adultos mayores en el que vive en Riohacha.
Uno de sus últimos murales muestra a una pareja de abuelos tomándose las manos, con la leyenda: “Los abuelos son personas llenas de amor”.
“Este mural tuvo un sentido abstracto hasta que conocimos a las familias de Venezuela. Ahora el sentido es real”.
Morato es uno de los 18 adultos mayores colombianos que viven actualmente en la Casa del Abuelo en Riohacha, una pequeña ciudad en una de las regiones más pobres de Colombia, cerca de la frontera con Venezuela. La tranquila rutina del hogar se alteró el día en el que un grupo de familias venezolanas tocó su puerta.
“Estábamos presenciando un repentino flujo masivo de personas venezolanas, familias viviendo en las calles con sus hijos y suplicando por un techo, una sopa o unos pesos”, explicó María Peña de Melo, la directora del centro. “Decidimos que teníamos que hacer algo por ellos también”.
Más de cuatro millones de venezolanos han dejado su país hasta la fecha. Más de 1,3 millones han encontrado la seguridad en el vecino país de Colombia. Cerca de 140.000 venezolanos llegaron a Riohacha en 2018, donde luchan por encontrar albergue y alimentos en una región ya empobrecida y con recursos escasos.
“Decidimos que teníamos que hacer algo por ellos también”.
“Al principio, los abuelos nos preguntaban por qué tendría que hacer espacio para otras personas”, dijo María. “Es normal, las personas mayores se preocupan por su espacio y su privacidad. Así que empezamos con algo sencillo: un domingo invitamos a algunas familias para el almuerzo. Salió muy bien, los abuelos estaban dispuestos a acogerlas”.
Por la noche, el área comunal ahora está llena de colchones donde las familias venezolanas pueden dormir, con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Junto con los 18 residentes habituales, 35 personas venezolanas duermen en el centro. Además, cerca de 100 adultos colombianos y jóvenes venezolanos más comparten una comida gratuita diaria.
“Han cambiado muchas cosas desde que empezamos a albergas a las familias venezolanas y a sus hijos”, añadió María. “Los abuelos y las abuelas los ven como miembros de la familia. Se sienten más protegidos, debido a que hacen algunas actividades juntos durante el día. Eso fortalece mucho la confianza de los abuelitos”.
Susy Fonseca es una de las venezolanas que cocinan y sirven el almuerzo. Ella llegó a Riohacha en el verano de 2018 con sus cuatro hijas, ya que en su país no había posibilidad trabajar y la comida escaseaba. “Al principio, la vida en Riohacha era muy difícil, vivíamos en un parque y pasábamos las noches con miedo”, dijo ella.
Finalmente encontraron albergue en la Casa del Abuelo. “Nuestra vida cambió, ya no tenemos que preocuparnos más por los riesgos de vivir en las calles”.
Susy y sus hijas empezaron a ayudar en la cocina y sirviendo comidas a los adultos mayores. Ayudar a los abuelos colombianos le trajo muchas emociones a Susy: “En Venezuela tengo a mi abuela que padece de una enfermedad cardiaca, y estar cerca de ellos me hace pensar en ella. Ayudarles me hace sentir como si le estuviera ayudando a mi madre o mi abuela”.
“Ayudarles me hace sentir como si le estuviera ayudando a mi madre o mi abuela”.
En el centro, Susy también tuvo la oportunidad de asistir a talleres de artes y manualidades, apoyadas por ACNUR, y ahora vende brazaletes, sandalias y aretes en el centro de la ciudad y en la playa de Riohacha. “Empecé a ahorrar algo de dinero, esperamos poder ser más independientes en el futuro”, añadió.
Cerca de 50 mujeres y niñas asisten a los talleres por lo menos tres veces por semana. ACNUR también ha ayudado al centro a aumentar su capacidad de acogida con equipo como colchones, dispensadores de agua, mesas, sillas y otros implementos básicos para albergar a más familias.
Morato solía pintar solo. Ahora está listo para enseñar su trabajo a jóvenes venezolanos que viven en el centro. “Así como lo dice el mural, los abuelos son personas llenas de amor, queremos que este lugar sea más hermoso y habitable. Podemos enseñarles a las personas jóvenes de arte, mientras aprendemos de ellos cómo sonreír de nuevo”.