Construir un futuro mejor
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Carlos Gómez y su esposa Haiset Hernández llegaron aquí hace cinco meses con sus dos hijos pequeños tras huir de la remota zona de La Mosquitia, en el extremo noreste de Honduras, donde Carlos cultivaba maíz, frijoles y sandías para mantener a su familia. “Era una buena vida”, comentó. “Pero donde cultivábamos nos amenazaban los traficantes [de drogas]. Querían utilizar nuestro terreno para hacer sus trabajos y aterrizar sus avionetas”.
Cuando algunos de sus vecinos se negaron, los traficantes les castigaron asesinando a sus hijos. Carlos y Haiset no esperaron a saber si ellos serían los siguientes. Tomaron un autobús a Guatemala y luego cruzaron a México. Se habían quedado sin dinero y caminaban por la carretera de Palenque cuando los agentes de migración los detuvieron.
Después de dos días en un centro de detención para migrantes, fueron remitidos a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), donde solicitaron asilo. Pronto conocerán el resultado de ese proceso, pero ha sido una espera difícil en una zona con muy pocas oportunidades de empleo. Para quienes llegaron más recientemente, es probable que la espera sea aún más dura.
La COMAR ha pasado de recibir unas 2.000 solicitudes de asilo al año hace una década a recibir casi 120.000 el año pasado. El presupuesto y el personal de la institución han tenido dificultades para mantener el ritmo, incluso con el importante apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Estos fraudes y estafas no solo comprometen la reputación y la confianza de ACNUR, sino que también pueden poner en riesgo financiero a las personas refugiadas y a otras que se ven forzadas a huir.