Refugiado afgano ayuda a la niñez con discapacidad a continuar sus estudios
En Pakistán, Jamil consigue sillas de ruedas para que niñas y niños refugiados con discapacidad vayan a las aulas y tengan la posibilidad de un futuro.
Jamil ur-Rehman, un refugiado afgano de segunda generación, nació en Pakistán.
Como persona refugiada con discapacidad, se ha enfrentado a una serie de obstáculos al intentar obtener educación.
Las arraigadas opiniones de la comunidad sobre la discapacidad hicieron que se le impidiera activamente asistir a la escuela en su pueblo al noroeste de Pakistán.
Personas del distrito de Lower Dir, en la provincia paquistaní de Jaiber Pajtunjuá, donde vivía, le decían que nunca podría ser profesor o soldado.
“Nadie pensaba que pudiera hacer nada”, recuerda. “Mis padres estaban interesados [en enviarme a la escuela], pero algunas personas mayores de la comunidad pusieron obstáculos: decían que era discapacitado y que no podía recibir educación”. Jamil sabía que no era así.
“Quiero ver sonrisas en otros rostros”.
Ahora, con 33 años, ha dedicado su vida a eliminar las múltiples barreras que impiden a las personas refugiadas con discapacidad ir a la escuela en Pakistán, y a cambiar las actitudes sobre lo que pueden conseguir una vez en el aula.
Hace cuatro años, Jamil fundó la Unión de Refugiados Afganos con Discapacidad (ARDU, por sus siglas en inglés) en Jaiber Pajtunjuá, que acoge a muchas personas refugiadas que han abandonado Afganistán en los años transcurridos desde que el inicio del conflicto en 1979 desencadenó una primera oleada de desplazamientos.
Con el apoyo de la comunidad refugiada afgana, la Unión local ha distribuido hasta ahora 60 sillas de ruedas a jóvenes que viven en pueblos de personas refugiadas, y que las necesitan para ir a la escuela y desarrollar su potencial.
“No quiero que ninguna persona con discapacidad sienta que no puede ser feliz o autosuficiente”, comparte Jamil sobre su trabajo. “Pueden hacer todo lo que quieran”.
Se calcula que 12 millones de personas con discapacidad han sido desplazadas por la fuerza debido a la persecución, la violencia y las violaciones de los derechos humanos en todo el mundo, aunque las encuestas y evaluaciones sugieren que la cifra real puede ser mucho mayor.
Suelen estar más expuestas a la violencia, la discriminación, la explotación y el abuso, y se enfrentan a obstáculos para acceder a servicios básicos. Además, a menudo se les excluye de la educación y de la posibilidad de trabajar y ganarse la vida.
“Empecé a darme cuenta cada vez más de que la educación era importante para ser escuchado”, señala Jamil. “Si no tienes educación, no puedes lograr nada en tu vida. Nadie te va a escuchar”.
Finalmente, tuvo la oportunidad de aprender a leer y escribir a los 12 años, con el apoyo de Educación Básica para los Refugiados Afganos, una organización local asociada a ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
Con perseverancia, acabó ingresando en una escuela local de la aldea de refugiados, donde completó el tercer grado a los 18 años. Pero, como muchos de las niñas, niños y jóvenes de su pueblo, ese era el límite de las oportunidades de aprendizaje formal.
“Terminé lo que pude... Pero no había nada más para mí y no había posibilidad de hacer más”.
Mientras sigue estudiando por su cuenta – le apasionan las matemáticas –, se esfuerza por conseguir que más personas refugiadas con discapacidad vayan a las aulas, y por desafiar las escasas expectativas de lo que pueden lograr cuando llegan a ellas.
Entre ellas se encuentra Gul Bibi*, de 16 años, una joven refugiada con discapacidad. Antes dependía de sus padres para que la llevaran a la escuela primaria cada día, y estuvo a punto de abandonar los estudios en varias ocasiones, hasta que Jamil colaboró con su familia para conseguirle una silla de ruedas.
“Empecé a soñar en grande cuando supe que el hermano Jamil intentaba ayudarme a volver a la escuela y a conseguir una silla de ruedas para facilitar mi movilidad”, comenta.
Desde entonces, Gul ha completado su educación primaria y ahora puede moverse libremente por sí misma. Tiene más confianza y es más optimista sobre su futuro y quiere convertirse en defensora – como Jamil – del acceso a la educación de las personas con discapacidad.
“A muchos niños y niñas con discapacidades se les ha rechazado, han recibido burlas y se han enfrentado a la duda y la ansiedad. Otros que han sido matriculados en la escuela no reciben un apoyo satisfactorio para garantizar que su educación sea significativa para ellos”, explica.
“Mi discapacidad es una fortaleza”.
Otro reciente beneficiario de una silla de ruedas ayudado por Jamil es Awais, de siete años, quien tiene discapacidad física y se había vuelto demasiado pesado para que su padre, Zakar Ullah, un jornalero, lo cargara. Le costaba ir a la escuela, a las tiendas o al hospital sin ayuda.
“Jamil siempre se preocupó por Awais y todavía cuando lo visita le lleva sus dulces y galletas favoritas”, señala Zakar Ullah. “Ahora Awais puede moverse e ir al área de recreación y disfrutar de la naturaleza con muy poca ayuda de mi parte”.
ACNUR apoya a Jamil en su labor pionera. La Agencia también colabora con el gobierno para ampliar las oportunidades educativas de los 1,4 millones de personas refugiadas afganas que viven en Pakistán, incluidas las personas con discapacidad.
Por su parte, Jamil sigue abogando por un apoyo adicional para la niñez refugiada afgana en su pueblo. Y también quiere que su propia comunidad reconozca el valor de la educación para todos.
“La educación ha sido importante para convertirme en quien soy. Mi educación es una fortaleza. Mi discapacidad es una fortaleza”, asegura. “Quiero que mi comunidad sea positiva. Quiero empoderar también a otros miembros de la comunidad con discapacidad. Somos parte de este mundo”.
*Nombre cambiado a petición de la refugiada