Un hospital abandonado renace como hogar de personas refugiadas ucranianas en Bulgaria

Natalia Artiukh y su hija, quienes se trasladaron al hospital desde Zaporiyia, Ucrania en junio con otros miembros de su familia.
© ACNUR/Nikolay Stoykov

Cuando Nata Ellis, emprendedora tecnológica originaria de Odesa, escuchó hablar por primera vez de un hospital abandonado de su ciudad de acogida, Plovdiv, Bulgaria, pudo ver su potencial como albergue para las personas refugiadas que se ven forzadas a huir de la guerra en Ucrania.


No había agua ni electricidad, y el interior estaba en completo desorden, con la pintura desprendiéndose de los muros de hormigón del edificio. Pero era un edificio gratuito, donado por el ayuntamiento, y Ellis – quien vive en Plovdiv desde que dejó Ucrania en 2016 – estaba decidida a devolverle la vida por el bien de las numerosas mujeres, niñas, niños y personas adultas mayores que necesitaban desesperadamente un lugar donde alojarse.

“En los primeros días de la guerra pusimos en marcha un centro de acopio de donaciones y, con la ayuda de familiares, amistades y socios, reunimos rápidamente alimentos, medicamentos, mantas y vendas, pero a medida que la situación se agravaba rápidamente, nos dimos cuenta de que había que hacer más”, explica Ellis mientras recorre las primeras plantas del hospital ahora reacondicionado.

Con la ayuda de voluntarios refugiados y donaciones de empresas, autoridades locales, ONG y la población búlgara, Ellis ha conseguido renovar las tres primeras plantas del edificio de cuatro pisos desde que se hizo cargo del proyecto en marzo.

Bajo el apoyo de la organización benéfica Ukraine Support and Renovation Foundation, el hospital reacondicionado abrió por fin sus puertas en junio y acoge actualmente a 130 personas refugiadas, entre ellas 51 niñas y niños.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está reparando actualmente toda la cuarta planta, además de distribuir colchones, mantas y utensilios de cocina para cubrir las crecientes necesidades de los centros, mientras que el ayuntamiento contribuye con electricidad, calefacción y alimentos.

“Nuestros equipos de protección que están sobre el terreno ayudando a la población refugiada en Plovdiv identificaron este proyecto comunitario para apoyarlo, y este enfoque participativo que incluye a la administración local, al municipio, a las personas refugiadas, a la comunidad de acogida y al sector privado crea un sentimiento de pertenencia, que a su vez genera inclusión e integración”, declaró Seda Kuzucu, Representante de ACNUR en Bulgaria.

Las familias viven juntas en dormitorios comunes, y el centro de acogida está equipado con cuatro cocinas por planta para que las personas refugiadas tengan libertad para preparar sus propios alimentos. En el almacén, las mujeres refugiadas ayudan a clasificar y catalogar las donaciones de ropa para distribuirlas posteriormente. Aunque la mayoría de las niñas y los niños ucranianos asisten a la escuela búlgara, el centro también ofrece clases diarias de búlgaro e inglés, mientras que varias veces por semana se imparten clases de electrónica, informática y arteterapia.

Antes de Navidad, las niñas y los niños han transformado el centro en un paraíso invernal con adornos hechos a mano y árboles navideños repartidos por la recepción y las zonas comunes. El hospital organizó un Bazar Navideño de dos días en el que se vendían joyería hecha a mano, juguetes, artículos tejidos y artículos hechos a mano para ayudar a recaudar fondos para los regalos de los niños.

  • La refugiada ucraniana Sofía conoce a Santa Claus durante un bazar de beneficencia navideño en el hospital.
    La refugiada ucraniana Sofía conoce a Santa Claus durante un bazar de beneficencia navideño en el hospital. © ACNUR/Nikolay Stoykov
  • La fundadora Nata Ellis habla con niñas refugiadas de Ucrania que viven en el centro comunitario del hospital de Plovdiv.
    La fundadora Nata Ellis habla con niñas refugiadas de Ucrania que viven en el centro comunitario del hospital de Plovdiv. © ACNUR/Nikolay Stoykov

“El centro se parece mucho a un pequeño pueblo o comunidad en el sentido de que todas las personas se ayudan en todo, desde la limpieza hasta el cuidado de los hijos de los demás cuando tienen que ir a trabajar; aquí las personas son la red de apoyo entre sí, no solo durante el tiempo que permanecen en el centro, sino incluso cuando deciden irse y alquilar un apartamento por su cuenta”, explica Ellis.

Natalia Artiukh se trasladó a Plovdiv desde Zaporiyia, una ciudad gravemente bombardeada, con sus hijos, su hermana, su sobrino y su sobrina en junio, tras recibir noticias sobre el hospital reacondicionado y su espíritu comunitario. Ahora colabora en el funcionamiento diario del centro, donde además de ayudar a las personas a encontrar trabajo también actúa como red de apoyo.

“Aquí intentamos dar pequeños placeres a las niñas y los niños para que se adapten, y ayuda mucho que nos sintamos como una gran familia. Todos nos apoyamos mutuamente y sentimos que podemos confiar los unos en los otros”, afirma Artiukh.

El ingeniero jubilado Remen Nedjalkov es uno de los muchos voluntarios búlgaros que han decidido ayudar, al principio donando alimentos y mantas para, con el tiempo, dedicar su tiempo a compartir su pasión: la electrónica. Actualmente imparte un curso de electrónica de dos horas dos veces por semana a la niñez refugiada del centro, en una de las áreas que él mismo ha equipado.

“Si estos niños pueden aprender algo de mí y luego compartir ese conocimiento con los demás, les ayudará a crecer y, con suerte, durante unas horas les hará olvidar todos los demás problemas a los que se enfrentan”, señala Nedjalkov, mientras hace una demostración del funcionamiento de una pequeña bomba de agua a su grupo de alumnos.

“Ya siento que formo parte de una gran familia”.

A pesar de los problemas en su país, jóvenes y personas adultas mayores han encontrado consuelo en el espíritu comunitario de aquí, como el cirujano pediátrico Igor Prohorov, de 61 años.

Prohorov huyó hace poco de la ciudad de Kharkiv, duramente bombardeada, y actualmente es el médico del centro de acogida.

“Llevo solo unas semanas viviendo en el albergue, pero ya siento que formo parte de una gran familia y, por ejemplo, siempre me dan comida casera”, cuenta Prohorov.

“Las personas aprecian mucho que haya un médico viviendo aquí por si hay una emergencia y a menudo atiendo a pacientes a todas horas en la noche”, añade. “Agradezco que me hayan dado este consuelo en un momento en el que he perdido tanto”.