El café conecta a la población refugiada etíope con su hogar
Freweyni Tadese mantiene vivas las tradiciones cafeteras etíopes y se gana la vida en su cafetería del campamento de refugiados de Tunaydbah, al este de Sudán.
Freweyni Tadese sostiene una taza de café tradicional etíope preparado en su cafetería del campamento de refugiados de Tunaydbah, en Sudán.
© ACNUR/Samuel Otieno
El aroma ahumado del café impregna el aire mientras Freweyni Tadese, de 48 años, tuesta los granos sobre una estufa de carbón. Con un mazo de madera y un mortero, muele los granos oscurecidos hasta obtener un grano fino que vierte cuidadosamente en una Jebena, una cafetera tradicional de arcilla que llevaba consigo cuando huyó de la región etíope de Tigray.
“En mi tierra, el café es muy apreciado y lo cultivamos nosotros mismos. Todos lo tenemos en casa”, cuenta Freweyni, y añade que cada taza le recuerda a su hogar.
Pronto, la cafetera chisporrotea y Freweyni vierte el líquido oscuro desde una altura en tazas tradicionales sin asa sin parar hasta llenar todas las tazas. Sus métodos tradicionales de preparación del café se han transmitido de generación en generación.
“Esta primera ronda se llama awel”, explica, y agrega que el awel es la más fuerte de las tres rondas que preparará con su café recién molido. Sirve cada taza con un pequeño plato de palomitas.
Mientras trabaja, describe su vida en Tigray, donde vendía paletas de fruta caseras en su propia tienda. El negocio le permitía llevar una vida cómoda a su familia, al tiempo que aportaba alegría y dulzura a su comunidad.
“Estábamos en paz, todos éramos felices”, asegura Freweyni. “Con los ingresos de la tienda de paletas, podía enviar a mis hijos a la escuela, incluso a la universidad”.
Pero todo cambió de la noche a la mañana cuando estalló el conflicto en la región de Tigray en noviembre de 2020, que acabó forzando a unos 60.000 hombres, mujeres, niñas y niños a cruzar la frontera con Sudán y desplazando a otros millones dentro de Etiopía.
“No teníamos dinero ni ropa y nos moríamos de hambre”.
Cuando los combates se acercaron a su hogar en diciembre de 2020, Freweyni y sus cuatro hijos lo dejaron todo y huyeron a pie hacia Sudán. Caminaron durante dos días seguidos antes de cruzar la frontera y ponerse a salvo.
“No teníamos dinero ni ropa y nos moríamos de hambre”, recuerda.
No era la primera vez que Freweyni se veía forzada a huir. Era una niña cuando llegó por primera vez a Sudán como refugiada con su familia a mediados de la década de 1980, huyendo de la guerra civil y la devastadora hambruna en Etiopía.
Más tarde, vivió y trabajó en Eritrea durante 16 años antes de verse forzada a huir de nuevo cuando estalló la guerra entre Etiopía y Eritrea a finales de la década de 1990. Finalmente encontró el camino de vuelta a casa, esta vez a Humera, Tigray, donde rehízo su vida y estableció su negocio, sin saber que tendría que dejarlo todo atrás una vez más.
Ahora, instalada con su familia en el campamento de refugiados de Tunaydbah, en el estado de Gedaref, al este de Sudán, Freweyni ha conseguido instalar una pequeña cafetería impulsada por su amor al café y los recuerdos de su hogar.
Freweyni también reconoce la necesidad de conectar a sus clientes, la mayoría refugiados etíopes, con su hogar.
“Esta es nuestra cultura”, señala. Si no tomamos café tres veces [al día], no podemos trabajar, pero si tomamos café, podemos hacerlo todo”.
Freweyni atribuye su éxito tanto a su determinación de cambiar su vida y su comunidad para mejor como al apoyo de organismos humanitarios, entre ellos ACNUR. Utiliza parte de sus ganancias para ayudar a otras mujeres de su comunidad, sobre todo a mujeres adultas mayores.
“Cuando empecé este negocio, lo hice con poco, y ahora, como ves, tengo muchos clientes. Estoy en un lugar mejor”, comenta.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está trabajando con sus socios para aumentar el apoyo a las personas refugiadas en el este de Sudán, especialmente a las mujeres, para que establezcan pequeños negocios y accedan a oportunidades de empleo en el campamento, así como en las comunidades de acogida de los alrededores.
“Cuando ayudamos a las mujeres refugiadas a crear medios de vida y a ser más autosuficientes, pueden enviar a sus hijos a la escuela y cubrir las necesidades de sus familias, lo que contribuye a minimizar los riesgos de protección a los que a menudo se enfrentan en los desplazamientos”, afirma Waleed Alzubir Mohamed, Asociado de Protección Comunitaria de ACNUR.
Freweyni se ha convertido en una inspiración para que otras personas refugiadas, especialmente mujeres, emprendan sus propios pequeños negocios.
“Cuando ven mi éxito, muchas mujeres vienen y me piden consejo; me hacen muchas preguntas: ¿cómo se empieza? ¿Qué podemos hacer para empezar este negocio?”.
Ella les enseña cómo funciona, les aconseja qué deben comprar primero y dónde instalar sus negocios para atraer clientes. Con el apoyo de Freweyni, una de sus mejores amigas ha abierto un pequeño restaurante en el campamento.
“Animo a muchas mujeres a trabajar duro para crear algo”, afirma. “Ayuda a sobrellevar el estrés y las dificultades de vivir en situación de desplazamiento”.