Somalíes huyen de la sequía y el conflicto a los campamentos de Dadaab en Kenia

Alrededor de 45.000 personas de Somalia han llegado a Dadaab en 2022 y se espera que lleguen más en los próximos meses, pero los recursos para acogerlas son escasos.

Dekow Ali, somalí y padre de cuatro hijos, se dispone a construir un alojamiento para él y su familia al llegar al campamento de Dagahaley, en Dadaab.
© ACNUR/Charity Nzomo

En su hogar en Somalia, Dekow Derow Ali, padre de cuatro hijos, dependía de sus cultivos y su ganado para mantener a su familia. Pero tras tres años sin lluvia, su medio de vida ha quedado destruido.

“Solo se plantan cultivos, pero no hay nada que cosechar”, explicó. “Mis vacas murieron al principio de la sequía. También perdí algunas cabras”. 

Dekow vendió las cabras que le quedaban para pagar el transporte que le permitiera a él y a su familia cruzar a la vecina Kenia y llegar a los campamentos de refugiados de Dadaab, donde podrían recibir algún tipo de ayuda.

“Vine sin nada excepto mis hijos”, comentó.

La hambruna se cierne sobre Somalia, que sufre la peor sequía de las últimas cuatro décadas. El fracaso de cuatro temporadas de lluvias en los dos últimos años, agravado por los efectos del cambio climático, ha provocado niveles de hambre sin precedentes y ha desplazado a casi un millón de personas dentro del país desde el pasado enero.

La prolongada sequía, combinada con el conflicto en curso, ha enviado a más de 80.000 somalíes a través de la frontera hacia Dadaab en los últimos dos años, de los cuales unos 45.000 llegaron en el último año. A medida que la situación se deteriora, con pronósticos de otra temporada de lluvias fallida, se espera que lleguen más familias en los próximos meses.

“Cada vez llegan más personas. Cuando vinimos éramos muchos, incluso ayer llegaron más”, señaló Khadija Ahmed Osman, de 36 años, quien llegó en octubre con sus ocho hijos tras verse forzada a cerrar el pequeño restaurante que tenía en la ciudad de Salagle, en la región somalí de Jubba central.

“Los negocios cerraron porque las personas huyeron debido a la sequía y a la inseguridad”, explicó. “Quería proteger a mis hijos pequeños de ser reclutados por grupos armados, así que decidí venir aquí”.

  • Khadija, de 36 años y madre de ocho hijos, llegó a Dadaab en octubre después de verse forzada a cerrar su negocio en Somalia debido a la sequía.
    Khadija, de 36 años y madre de ocho hijos, llegó a Dadaab en octubre después de verse forzada a cerrar su negocio en Somalia debido a la sequía. © ACNUR/Charity Nzomo
  • Khadija afirma que otras personas refugiadas que ya vivían en Dadaab la recibieron a ella y a sus hijos con los brazos abiertos, pero que los recursos son escasos.
    Khadija afirma que otras personas refugiadas que ya vivían en Dadaab la recibieron a ella y a sus hijos con los brazos abiertos, pero que los recursos son escasos. © ACNUR/Charity Nzomo
  • Dekow Ali huyó de Somalia con su familia después de que sus cosechas se perdieran y la mayoría de su ganado muriera debido a la sequía.
    Dekow Ali huyó de Somalia con su familia después de que sus cosechas se perdieran y la mayoría de su ganado muriera debido a la sequía. © ACNUR/Charity Nzomo
  • Personas refugiadas recién llegadas de Somalia esperan turno para recoger agua de un depósito en el campamento de Dagahaley, en Dadaab, Kenia.
    Personas refugiadas recién llegadas de Somalia esperan turno para recoger agua de un depósito en el campamento de Dagahaley, en Dadaab, Kenia. © ACNUR/Charity Nzomo

En Dadaab, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, brinda a las familias recién llegadas ayuda en efectivo, agua potable e instalaciones higiénicas, así como servicios específicos para los más vulnerables, como las niñas y los niños que padecen desnutrición.

Pero los recursos no dan abasto. La actual sequía también ha afectado a las más de 230.000 personas refugiadas y solicitantes de asilo que ya viven en los campamentos de Dadaab, así como a las comunidades de acogida cercanas.

“Solo estamos utilizando los escasos recursos que tenemos para nuestros programas regulares para responder a esta situación”, declaró Martha Kow Donkor, Oficial de Protección Comunitaria de ACNUR. “Las necesidades son enormes y estamos haciendo un llamamiento a los donantes para que proporcionen más fondos”.

Dadaab acoge a personas refugiadas somalíes desde hace más de 30 años. Hussein Ibrahim Mohamed fue uno de los primeros en llegar en 1992. Ahora, como trabajador comunitario, ayuda a las personas recién llegadas a instalarse.

“Estas personas se encuentran en una situación difícil”, afirmó. “Han viajado muy lejos. Así que me encargué de pedir contribuciones, en efectivo o ropa. Tengo parte del dinero donado y pienso comprarles láminas de plástico”.

Khadija contó que había sido recibida con los brazos abiertos por personas refugiadas que ya vivían en Dadaab, incluido un familiar que le construyó un alojamiento. “Pero no tenemos comida, ni alojamiento, ni letrinas”, manifestó.

El hacinamiento y la falta de instalaciones sanitarias suficientes en el campamento han contribuido a un brote de cólera, con casi 500 casos identificados desde finales de octubre, muchos de ellos niños y niñas.

ACNUR está trabajando con sus socios del sector salud para crear más centros de tratamiento del cólera con el fin de aumentar el acceso a la atención sanitaria, pero la escasez de fondos está dificultando la respuesta.

ACNUR solo ha recibido la mitad de lo que necesita para responder a la crisis de sequía que afecta a toda la región del Cuerno de África.

“Necesitamos urgentemente láminas de plástico, tiendas y otros materiales para las personas refugiadas y recién llegadas. También necesitamos medicamentos, material médico y más personal de salud, y necesitamos artículos básicos de socorro como utensilios de cocina, mantas, bidones, jabón, kits de higiene femenina y colchonetas”, declaró Martha.

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