Refugiados retornados abren camino con una cooperativa agrícola en Sudán del Sur
Con miras a construir un futuro seguro, personas refugiadas retornadas colaboran con residentes locales para convertir un área de matorrales de 250 acres en una granja productiva.
Alice Ayo Matata, una granjera de 30 años, toma un descanso luego de estar limpiando la tierra con el colectivo agrícola Can-Coya, al que ella pertenece.
© ACNUR/Tim Gaynor
La húmeda temporada de lluvias llegará dentro de pocos días, así que un grupo de trabajadores agrícolas se apresura para retirar tocones de árboles, cortar ramas y cavar la tierra en un área llena de arbustos en un alejado rincón de Sudán del Sur, cerca de la frontera con Uganda.
Con un propósito en mente, esperan cultivar lo suficiente para salir – tanto ellos como su comunidad – de la pobreza extrema en uno de los países más pobres y más afectados por el conflicto.
“Sin esperanza, el trabajo no se hace. [Pero] viendo hacia el futuro, se corre hacia él”, comenta Mwaka Paul, un refugiado retornado, para explicar la energía que recorre los seis kilómetros que mide la granja, por un camino de tierra al sur de la ciudad de Magwi.
Paul, de 33 años, forma parte de la comunidad agrícola Can-Coya, que está integrada por refugiados retornados y residentes locales que se propusieron dar un giro a sus vidas.
El nombre de la comunidad se traduce – de la lengua acholi – como “la pobreza me mantiene alerta”. El grupo, que crece rápidamente, empezó el año pasado cultivando coles, tomates, calabazas, bananas y espinaca en una parcela de cuatro acres con una suave pendiente bordeada por un arroyo. El objetivo de este año es plantar 250 acres.
Empezaron con 31 miembros, pero, luego de una temporada de crecimiento, ahora son 54; la mayoría de los miembros son refugiados retornados. En esta ocasión, tienen previsto empezar a cultivar maíz, cebollas y maní, y vender la cosecha en Juba, que no solo es la capital de la nación, sino también el mercado más importante, donde los precios son más altos.
“La idea”, comparte el presidente del grupo, Odong Anthony, “es colaborar para erradicar la pobreza y dejar de importar comida”.
“Trabajar en solitario es difícil; unir esfuerzos lo hace más sencillo”.
Para ampliar el alcance necesitan ayuda, dice Anthony, así que es clave convencer a más personas refugiadas para que vuelvan de la diáspora y se sumen a los esfuerzos. Comenta que se está corriendo la voz en los campamentos de Uganda, a unos cuantos kilómetros de distancia de la frontera, donde muchas personas adquieren habilidades y conocimientos útiles.
“El mensaje que les enviamos es ‘nuestros brazos están abiertos’”, recalca este hombre de 45 años mientras el grupo deja las herramientas en un claro para hacer una pausa y tomar el almuerzo, que fue preparado a fuego abierto. “Trabajar en solitario es difícil, pero unir esfuerzos lo hace más sencillo”.
Alice Ayo Matata, de 30 años, es una de las personas con habilidades especializadas que retornó recientemente. Ella aprendió a cultivar, endurecer y trasplantar plántulas en un vivero. Desde que volvió a casa (hace un año), siempre ha estado dispuesta a compartir sus conocimientos de ganadería y apicultura con la comunidad, algunos de cuyos miembros obtienen miel silvestre en un bosque cercano; en el proceso, utilizan humo para apaciguar a las abejas.
“Sé cómo hacerlo, así que puedo enseñarlo”, dice Alice.
Del mismo modo, Mwaka considera que sus conocimientos prácticos pueden ayudar al grupo mientras este crece. Mwaka volvió de Uganda en 2010. Desde su retorno, se tituló en economía y ha estado estudiando contaduría.
“Si logramos cultivar y llevar nuestros suministros al mercado, hará falta un contador. Esa persona debe saber cómo guardar y utilizar el dinero, cómo llevar un buen registro, etc.”, recalca. “Ese conocimiento puede ayudar a toda la cooperativa”.
De momento, los miembros van todos los días a la granja desde Magwi, sea en bicicleta, a pie o en motocicleta. Sin embargo, están usando ladrillos de barro para construir una casa en medio de la parcela, de ese modo, podrán estar ahí todo el tiempo para evitar que haya robos o atracos de monos de la selva que crucen el arroyo, que sirve de barrera.
En medio de una banda sonora de insectos, risas y cantos de pájaros, se encuentra Grace Abalo, una viuda y madre de siete hijos que regresó a Sudán del Sur hace dos meses. Disfruta de la energía y de la sensación de un propósito compartido.
“Cuando trabajo en un grupo, siento que se logra mucho más”, comparte Grace. “Se siente muy bien estar de vuelta”.
Actualmente hay alrededor de 2,3 millones de personas refugiadas de Sudán del Sur en cinco países vecinos. Más de 500.000 refugiados han retornado a Sudán del Sur desde 2018; de ellos, un promedio de 110.000 volvió al estado de Ecuatoria Oriental, donde se encuentra el grupo.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, está ayudando a las personas retornadas voluntariamente a vivir en condiciones dignas y seguras apoyando la construcción de paz, la gobernanza y los medios de vida en el condado de Magwi y en otros “bolsillos de esperanza” en el país.
Además, ACNUR no solo está ayudando a la comunidad Can-Coya a constituirse como cooperativa, sino que también está proporcionando capacitación, tractores, ayuda para el riego y herramientas de mano para que la comunidad Can-Coya pueda pasar de una vida de subsistencia a una economía de mercado.
Si bien el condado de Magwi es seguro, el resto del país no ha dejado de ser frágil desde su independencia en 2011, ya que se sigue viendo afectado por estallidos mortales de violencia intercomunitaria, desafíos políticos y el impacto del cambio climático.
A pesar de la incertidumbre, el grupo ha obtenido ganancias tangibles con el proyecto, lo cual demuestra que van en la dirección correcta.
“Me emociona que puedo sostener a mi familia. Mis hijos están yendo a la escuela, tienen qué comer; puedo comprarles ropa y garantizar que reciban atención médica”, explica Alice mientras descansa de la tarea de remover ramas. “Me siento orgullosa de estar aquí, en casa”, añade.
“Me siento orgullosa de estar aquí, en casa”.
Anthony reconoce que Sudán del Sur enfrenta desafíos considerables. Sin embargo, considera que el colectivo agrícola es un ejemplo de los beneficios que trae consigo la unidad, algo de lo que puede aprender el país entero.
“(Aquí) se están reuniendo grupos distintos, de comunidades distintas; todo con un propósito: la producción”, asevera. “Así se ve la paz en acción. ¿Por qué esperar?”.
Esta historia hace parte de una serie sobre la iniciativa en Sudán del Sur titulada “Bolsillos de esperanza”.