La alegría de una niña ayuda a una familia siria refugiada a sobrellevar la crisis económica
Sarah nació sin un antebrazo. Sin embargo, su espíritu juguetón le ha dado fortaleza a su familia en medio de una crisis económica que acentúa las dificultades que enfrentan.
Sarah, de ocho años, sonríe mientras juega en la azotea de un edificio viejo, en un vecindario pobre y hacinado en Beirut, la capital de Líbano. Portando un vestido de colores vivos y un collar de relucientes perlas de plástico, Sarah salta de un lado a otro, por encima de las bulliciosas calles. Ella nació sin el antebrazo izquierdo, pero es tan alegre como cualquier otra niña de su edad.
“Le apasionan la luz, los colores y la vida”, recalca Safiyah, la madre de Sarah, quien vive también con una discapacidad: perdió la vista en un ojo y parte de su capacidad auditiva debido a las heridas que sufrió antes de huir de Siria.
Sarah y su familia – madre, padre, una hermana y dos hermanos – viven en una azotea, en una sencilla choza de dos habitaciones que está llena de brillantes luces de hada que hacen sonreír a Sarah. La familia salió de Siria con las manos vacías. Las luces iluminan las pocas pertenencias que tienen: colchones plegados, alfombras de paja sintética que cubren el áspero suelo de hormigón, un par de gabinetes viejos y un armario.
A pesar de las dificultades, Sarah se siente feliz dibujando con unos cuantos crayones y cambiándose varias veces al día para usar sus coloridos vestidos.
La situación de la familia se tornó aún más difícil en fechas recientes debido al devastador impacto de la crisis económica por la que atraviesa Líbano, la cual ha provocado que la moneda haya perdido más del 90% de su valor desde 2019. Las personas refugiadas vulnerables han sido las más afectadas, dado que no pueden solventar necesidades básicas, como alimentos, medicina y educación.
Los hermanos mayores de Sarah – Rabih, de 18 años, y Doreyd, de 17 – trabajan largas horas remendando zapatos y limpiando, tareas por las que no reciben una buena remuneración. El padre de Sarah también es zapatero; gana apenas $10 dólares – es decir, 400.000 libras libanesas – por semana. La madre de Sarah no puede trabajar por las heridas que sufrió y Ruwaida (23 años), hermana de Sarah, también se queda en casa.
Sarah está inscrita en el programa de alfabetismo y aritmética básica que dirige ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, para niñas, niños y adolescentes de entre 8 y 14 años. Los hermanos de Sarah, no obstante, abandonaron sus estudios para obtener ingresos para el sostén de la familia; esta es una amarga realidad para muchos niños y jóvenes – refugiados y no refugiados – en Líbano. Tan solo en 2021, la asistencia a la escuela primaria – de niñas y niños de menos de 14 años – se redujo un 14%; de manera similar, casi un tercio de la infancia nunca ha asistido a la escuela.
Según cifras gubernamentales, hay 1,5 millones de personas sirias refugiadas en Líbano. Hoy en día, el 90% de ellas requiere asistencia humanitaria para cubrir necesidades básicas, y se estima que más de la mitad de la población libanesa – aproximadamente siete millones de personas – vive por debajo de la línea de pobreza. La situación se está volviendo insoportable, y se espera que empeore durante el invierno, pues se prevé que, a causa de la persistente crisis económica, las familias que ya lo están pasando mal se hundirán aún más en la pobreza.
“La situación en Líbano se está agravando”.
El costo de los alimentos ha aumentado más de cinco veces desde 2019; en consecuencia, algunas familias han tenido que reducir su ingesta o recurrir a alimentos menos costosos y menos nutritivos. La depreciación de la moneda local también obstaculiza el acceso a la atención médica, dado que no es fácil conseguir medicamentos. Se estima que, el año pasado, más de un tercio de las personas refugiadas que requerían tratamiento médico no pudieron costearlo. ACNUR se está esforzando por mejorar la situación con diversas iniciativas, que incluyen centros de rehabilitación y distribución de equipo médico esencial a los hospitales para que tanto las personas refugiadas como las libanesas tengan acceso a atención médica primaria y especializada.
“Me preocupan las condiciones de vida. La situación en Líbano se está agravando”, señala Safiyah. “La nuestra es una tragedia”.
Sin embargo, aun en un entorno de desplazamiento, crisis económica y discapacidad, el entusiasmo y la esperanza de Sarah son una fuente de fortaleza para toda la familia. “Sarah me dice que ‘debemos ser pacientes, porque Dios nos quitó una parte a ti y a mí. Tú perdiste un ojo, y yo perdí un brazo, pero Dios enmendará las cosas’”, cuenta Safiyah. Sarah sueña con tener “un brazo de oro” que le permita vivir como lo hacen sus amistades sin discapacidad.
“Me gustaría tener un brazo normal algún día, uno que se mueva, así seré como todos mis amigos. Podré trepar y ser feliz”, asevera Sarah, quien sueña con poder “no solo bañarme por mi cuenta, sino también poder peinarme sola” y, bromeando agrega, “y poder pegarle a mis hermanos”.
ACNUR colaboró con Bionic Family, una ONG libanesa, para que Sarah recibiera una prótesis. Aunque no está hecha de oro (sino de materiales reciclados), le ayuda a hacer tareas diarias y le da una sensación de alivio.
Sarah se entusiasmó cuando se probó el brazo. “Se lo conté a mis amigos: ‘¡Miren mi brazo nuevo!’”, comparte. Sin embargo, Sarah admite que, como la prótesis es sencilla (la mano permanece siempre en la misma posición), “hay momentos en que me gustaría que se moviera, como si fuera real”.
Sarah no deja de pensar que su sueño se cumplirá algún día.