Imaginando Siria
Casi dos millones de niñas y niños refugiados sirios de 11 años o menos apenas recuerdan su país de origen, le pedimos a algunos que dibujaran lo que Siria significa para ellos.
Niñas y niños sirios participan en una sesión de dibujo en un centro de capacitación apoyado por ACNUR en Ankara, Turquía.
© ACNUR/Seyedsaram Hosseini
A medida que la crisis en Siria entra en su doceavo año, toda una generación de niñas y niños sirios está creciendo como refugiados en los países vecinos que nunca han visto o no tienen ningún recuerdo de su país de origen.
En los últimos 11 años de conflicto e inestabilidad, casi 5,7 millones de personas sirias han encontrado seguridad en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto, y la mayoría de ellas tienen pocas expectativas de volver a casa en un futuro próximo. Casi la mitad son niñas y niños, de acuerdo con datos de ACNUR, mientras que un tercio tiene 11 años o menos y nunca ha conocido su país en paz.
A pesar de ello, muchos de estos niños y niñas siguen sintiendo una profunda conexión con su país desconocido, y se aferran a la esperanza de volver algún día con seguridad. Llevan en sus mentes una imagen de Siria, basada en historias compartidas por sus padres, breves conversaciones telefónicas con parientes que se quedaron atrás, o imágenes de fotos familiares e informes de noticias.
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Para averiguar cómo esta generación separada imagina un país que sigue siendo en gran medida desconocido pero que continúa definiendo muchos aspectos de sus vidas, ACNUR invitó a la juventud siria de toda la región a dibujar imágenes de su país y describirlas.
Bajo la supervisión de profesores y asesores capacitados, que utilizan habitualmente el arte como forma de autoexpresión y reflexión, la niñez pudo compartir sus sentimientos sobre su país de origen y expresar sus esperanzas para el futuro de Siria.
Jordania
Ahmed, de 8 años, nació al día siguiente de que sus padres huyeran de su casa en Daraa, al sur de Siria, a pocos kilómetros de distancia, al otro lado de la frontera, en Jordania. Su madre le cuenta que su nacimiento fue una señal de esperanza para el futuro que iban a construir.
Ahmed imagina Siria como un lugar “lleno de arcoíris”. “Quiero decir que después de la lluvia, cuando llegue el sol, habrá arcoíris”, explica. “Siria es un país hermoso, el más hermoso, porque es nuestro país”.
Cuando se le pide que dibuje cómo cree que es Siria, Sajida, de 8 años, hace una pausa. “Pero Siria está destruida”, comenta. Las imágenes de guerra y destrucción han dominado las noticias sobre Siria durante los últimos 11 años, y muchas niñas y niños tienen dificultades para imaginar otra cosa.
En cambio, Sajida se centra en dibujar cómo espera que sea Siria algún día. “Esta será mi casa. Es rosa porque es mi color favorito. Además, la casa de mis tíos en Siria era rosa. El mar estará al lado de nuestra casa. Podremos ir a nadar todos los días y siempre habrá sol”.
Líbano
El deterioro de las economías de muchos de los países que acogen a las personas sirias ha tenido un efecto devastador en la niñez refugiada. En el Líbano, donde nueve de cada diez personas refugiadas viven en pobreza extrema, un número cada vez mayor de niñas y niños se enfrenta a la inseguridad alimentaria, y se casan o abandonan la escuela para mantener a sus familias.
Originario de Deir Ezzor, Ali, de 11 años, recuerda vagamente que iba en el auto mientras su padre repartía verduras, además de los autos de juguete con los que solía jugar allá en Siria, país que abandonó con su familia en 2016.
En el Líbano, apoya a su familia trabajando en un taller de carrocería a las afueras de Beirut, ayudando a pintar los autos de los clientes. “Aquí no hay juguetes”, comparte Ali. “Aquí no hago nada, solo trabajo en el taller”. Añade que anhela volver a Siria para ver los olivos y árboles de manzanas que aún recuerda de su infancia.
Omar, de 11 años, era solo un bebé cuando sus padres abandonaron Siria, pero sus historias y los detalles compartidos por los familiares que se quedaron han mantenido viva su conexión con el país. Su dibujo refleja la doble identidad que le ha otorgado crecer como refugiado en el Líbano, con la bandera siria por un lado y la libanesa con su cedro verde por otro. “Quiero a Siria y también quiero al Líbano. He pasado buenos momentos aquí, explica Omar. “Por eso he dividido el papel”.
Turquía
Yousef, de 11 años, nació en Alepo y llegó a Turquía con su familia en 2015. Asegura que no recuerda nada de Siria, y una de las imágenes que dibuja refleja los informes de conflicto y destrucción que ha escuchado a lo largo de su vida. Tanques en llamas disparan sus armas y una figura yace tendida en una carretera de asfalto negro.
“Cuando dicen Siria, lo que me viene a la mente son cosas como los tanques que he visto en las películas de guerra”, señala Yousef. Una segunda imagen muestra un brillante collage de arcoíris, que según Yousef representa el futuro. Un psicólogo presente dice que las imágenes revelan que, a pesar de que Yousef es consciente de los acontecimientos en su país, conserva un sentido de resiliencia y esperanza.
Irak
Desde que huyeron de Derik, Siria, en 2015, Dilkhaz, de 11 años, vive con sus padres en el campamento de refugiados de Domiz-1, en la región kurda del norte de Irak. “Voy a la escuela, en cuarto grado”, comenta. “Soy un buen estudiante. Quiero ser médico en Siria, entre mi pueblo y mis familiares, tratar a los pacientes y cuidar a las personas en pobreza”.
Ha dibujado un paisaje de colinas onduladas con árboles bajo un cielo azul. "He pintado la hermosa Siria. Hay árboles, agua, nubes”, explica Dilkhaz. “Siria es un buen lugar donde mi abuelo tiene una gran casa, ovejas y gallinas. Ahí hay muchos pueblos y paisajes verdes”.
Egipto
Issam, de 11 años, nació en el barrio de Jobar, en Damasco, pero huyó con su familia a Egipto cuando era pequeño. Tiene vagos recuerdos del concurrido mercado local, haciendo fila con su padre para comprar pan y carne. La imagen de Siria que dibuja, sin embargo, nació de los relatos de su abuela sobre el cerezo del jardín de su casa familiar.
“Me contaba que, en el pasado, mi padre subía al tejado... para recoger las cerezas y daba algunas a todos nuestros familiares”, cuenta Issam. “Tenían su propio jardín y mis primos jugaban en él. Mi abuela me contaba estas historias, pero no los recuerdo”.
Con información de Lilly Carlisle en Jordania, Paula Barrachina en Líbano, Cansin Argun en Turquía, Rasheed Hussein Rasheed en Irak y Radwa Sharaf en Egipto.