En Siria, los habitantes de Deir ez-Zor reciben ayuda para reconstruir sus vidas sobre los escombros
Después de años de combates que destruyeron gran parte de la mayor ciudad del este de Siria y desplazaron a cientos de miles de residentes, ACNUR está ayudando a las familias a levantarse.
Junto a sus áridos campos, en las antiguas y fértiles orillas del río Éufrates, a las afueras de Deir ez-Zor, la mayor ciudad de Siria, un grupo de agricultores se siente aliviado cuando el agua de una estación de riego reparada empieza a fluir por los canales de concreto hacia la tierra. Sonrisas y gritos de “¡Alhamdulillah!” (¡Alabado sea Dios!) estallan entre el grupo.
“El agua es vida para nosotros y nuestro ganado”, explica Abu Ahmed, un agricultor de Al-Keshmah, un pueblo de la orilla derecha del río.
El año pasado, la escasez de lluvias provocó la peor sequía de Siria en 70 años. Junto con los daños sufridos por los sistemas de riego vitales durante la década de crisis del país, alrededor del 40 por ciento de las tierras agrícolas de riego de Siria ya no cuentan con un suministro de agua seguro.
Deir ez-Zor y sus alrededores siguen teniendo muchas cicatrices de la crisis. Años de asedio y batallas campales han dejado un 75 por ciento de las infraestructuras de la ciudad dañadas o destruidas. Cientos de miles de residentes de la ciudad también huyeron de sus hogares durante la violencia.
Sin embargo, al igual que el agua que ahora regresa a los campos abandonados que rodean la ciudad, en los últimos años algunas familias desplazadas por los combates han vuelto para reconstruir sus vidas.
Entre ellas está Samar, de 57 años, viuda y madre de nueve hijos, que regresó a la ciudad después de ocho años de desplazamiento. Cuando vio su casa por primera vez, apenas pudo reconocer lo que quedaba de ella. Las puertas y ventanas habían desaparecido, y el techo y las paredes estaban muy dañados.
“Tuvimos que cubrir las ventanas y las puertas con láminas de plástico. Los niños se morían de frío en invierno, y teníamos que recoger leña para quemarla en las frías noches”, cuenta Samar.
Al igual que muchas familias que regresaron, no tenían agua potable ni electricidad. Los puestos de trabajo y los servicios esenciales, como educación y atención de salud, escaseaban. La pandemia de COVID-19 trajo consigo más dificultades, mientras que la actual crisis económica de Siria ha provocado una fuerte devaluación de la moneda, lo que ha debilitado aún más la capacidad de Samar y otras personas como ella para volver a levantarse.
Para ayudar a la ciudad y a sus habitantes a superar los numerosos retos a los que se enfrentan, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios han establecido programas para ofrecer apoyo en varios ámbitos, como la reparación de viviendas y escuelas, y la ayuda a las personas para que vuelvan a disponer de sus medios de vida.
La de Samar fue una de las 105 familias retornadas en Deir ez-Zor cuya casa fue reparada por ACNUR el año pasado. Se arreglaron las paredes y el techo de su casa, se colocaron puertas y ventanas nuevas, y se instalaron sistemas de agua y saneamiento.
Las reparaciones han dado a Samar y a sus hijos la estabilidad y el confort que tanto necesitan mientras intentan restablecerse.
“Mi esposo construyó esta casa con sus propias manos”, explica Samar. “Lo único que me hace feliz es que estoy [de nuevo] viviendo en mi casa y en mi vecindario, con los recuerdos de mi vida con mi esposo y mis hijos”.
En otras partes de la ciudad, a lo largo del año pasado ACNUR reformó cuatro escuelas locales y abrió dos centros comunitarios que ofrecen una serie de servicios de protección y apoyo, como asistencia jurídica, asesoramiento, clases de recuperación y cafés para hacer las tareas. También ha instalado iluminación solar en varios vecindarios para mejorar la seguridad de las personas que ahí residen.
En las zonas rurales cercanas, ACNUR ha brindado apoyo agrícola, como semillas y fertilizantes, para ayudar a 100 familias a reanudar su actividad agrícola. También ha reparado tres estaciones de riego, incluida la de Al-Keshmah, que ahora suministra agua a más de 400 hectáreas de tierra, lo que beneficia a unas 25.000 personas, entre ellas muchas retornadas.
Uno de los agricultores de Al-Keshmah que regresó a la zona en 2018 después de haber estado desplazado durante muchos años resume cómo se sintió al volver y trabajar los campos de nuevo: “Dejamos nuestra tierra, pero nuestros corazones nunca se fueron de ella”.