La población de Sudán del Sur lucha contra inundaciones sin precedentes en medio del rápido cambio climático

Se necesita urgentemente ayuda antes de la temporada de lluvias para las personas más vulnerables entre las 835.000 personas afectadas por las inundaciones en la nación más joven del mundo.

Cholul Jock, de 70 años, residente de Old Fangak y desplazada interna, refuerza un dique construido a mano para proteger a su familia de la subida del agua.
© ACNUR/Samuel Otieno

Con la primera luz del día, Cholul Jock, de 70 años, se mete en el agua turbia que le llega al pecho y recorre el frágil dique de tierra que rodea las dos cabañas en las que vive su familia de siete miembros.


Introduce láminas de plástico en los agujeros y aplana barro en los huecos que se filtran en una lucha diaria por mantener las aguas a raya.

“Es la única manera de evitar que el agua entre en mi comunidad”, explica. “Y si el dique se rompe, el agua podría arrastrarnos a todos, ese es mi temor”.

Esta madre de 18 hijos, de los que tres sobreviven, es una de las miles de personas que viven en el condado de Fangak, en el estado de Junqali, al este de Sudán del Sur, que se enfrenta a las peores inundaciones que se recuerdan.

Las lluvias sin precedentes de los últimos tres años en la región del Alto Nilo, y las inundaciones que provienen de la corriente superior en otros países, han inundado las tierras donde antes criaban cabras, y cultivaban sorgo y cacahuates, con pocas posibilidades de que las aguas se retiren entre las temporadas de lluvias.

Inundada dos veces, Jock no ha cultivado en los últimos dos años. Forzada a reubicarse, su familia se ha retirado con sus pocas cabras detrás de una barrera de 80 metros contra las inundaciones.

“Llevamos dos años luchando en dos frentes: el hambre y [mantener el] agua al otro lado. Nos vamos a dormir con hambre todos los días porque no tenemos comida”, comenta.

De acuerdo con la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés), más de 835.000 personas como Jock se han visto afectadas por las inundaciones en Sudán del Sur, un país ya frágil y agitado por el conflicto desde que se independizó de Sudán en 2011.

Las inundaciones han afectado gravemente a 33 de los 79 condados de esta nación sin litoral, haciendo que la vida de las personas afectadas sea cada vez más precaria.

“A veces voy a pescar, pero en un día ajetreado como el de hoy, solo me enfocaré en reparar el dique”, comparte Jock, agobiada por el cansancio. “El único reto es que este trabajo necesita energía: cuando las personas no comen bien, tampoco pueden trabajar”.

El cambio climático está provocando fenómenos meteorológicos y climáticos extremos más frecuentes e intensos, como ciclones, inundaciones y sequías, lo que repercute negativamente en la producción agrícola, los recursos de agua y alimentación, y los medios de vida de la población. Estos efectos pueden provocar conflictos y desastres humanitarios, y están contribuyendo cada vez más a los desplazamientos en diferentes regiones del mundo.

Sus impactos se dejan sentir de forma desproporcionada en los países más pobres, como Sudán del Sur, que son los que menos contribuyen a las emisiones de carbono. Aunque la región de los pantanos de Junqali siempre ha sido propensa a las fuertes lluvias e inundaciones, quienes ahí residen dicen que los patrones cambiaron bruscamente hace cuatro años.

“Este tipo de inundación es diferente”.

“En aquellos días, incluso durante las fuertes lluvias las personas podían seguir cultivando sus granjas y produciendo alimentos. Pero este tipo de inundación es diferente”, asegura James Kai, un residente local que cultivó la tierra durante la mayor parte de sus 80 años.

Kai ha sido desarraigado cuatro veces en los últimos dos años. Ahora se aloja en casa de su hermano, rodeado de diques en Old Fangak con sus cuatro esposas y algunos de sus 17 hijos, luchando cada día para evitar que las aguas inunden la barrera de tierra.

Su familia recibe raciones del Programa Mundial de Alimentos que no cubren sus necesidades. Para completar su dieta, teje redes de pesca para atrapar peces del fango y tilapia, mientras sus esposas buscan nenúfares y frutos silvestres en una canoa.

Antes llevaban sus cosechas al mercado por caminos de tierra, los cuales ahora están inundados. Los viajes en barco hacia y desde el mercado más cercano cuestan entre 200 y 400 libras sursudanesas (entre 0,45 y 0,90 dólares USD), una cantidad que pocos pueden permitirse.

Incluso una pequeña pista de aterrizaje cercana está bajo el agua, lo que deja a la comunidad en gran medida aislada del resto del país, con un transporte limitado a canoas y lanchas de motor. Los servicios de atención de salud primaria son inexistentes, salvo en Old Fangak, que cuenta con el único centro de salud en funcionamiento del condado, gestionado por Médicos Sin Fronteras.

En la actualidad no hay ayuda alimentaria para los estudiantes, y las familias tienen que pagar las canoas locales para transportar a sus hijos a clase, cuando antes iban a pie, un trayecto sin coste alguno.

  • James Kai, un exagricultor desplazado por las inundaciones, rema con su canoa desde su casa en Old Fangak hacia el mercado.
    James Kai, un exagricultor desplazado por las inundaciones, rema con su canoa desde su casa en Old Fangak hacia el mercado. © ACNUR/Samuel Otieno
  • Kai, de 80 años, ahora alimenta a su familia y se gana la vida pescando, lo que conserva colgando al sol fuera de su casa.
    Kai, de 80 años, ahora alimenta a su familia y se gana la vida pescando, lo que conserva colgando al sol fuera de su casa. © ACNUR/Samuel Otieno
  • Un niño lleva su canoa a casa desde la escuela.
    Un niño lleva su canoa a casa desde la escuela. © ACNUR/Samuel Otieno
  • Casas parcialmente sumergidas por las aguas de la inundación yacen abandonadas en Old Fangak.
    Casas parcialmente sumergidas por las aguas de la inundación yacen abandonadas en Old Fangak. © ACNUR/Samuel Otieno
  • Unos niños bombean agua potable de un pozo parcialmente sumergido en Old Fangak.
    Unos niños bombean agua potable de un pozo parcialmente sumergido en Old Fangak. © ACNUR/Samuel Otieno

“Tenemos que pagar las canoas, y no tenemos suficiente dinero para enviar, por ejemplo, a 10 niños a la escuela”, explica Kai. “Cuando no hay dinero, significa que los niños tendrán que quedarse en casa ese día o esa semana”, añade.

El hambre y las inundaciones han hecho que muchas familias abandonen Old Fangak y se dirijan a Malakal y otros pueblos de la región.

Quienes se han quedado se han unido para construir y reparar los diques que rodean sus casas. Pero al no volver a la normalidad entre las temporadas de lluvias – y al aproximarse otra en mayo – su antigua capacidad de recuperación se ha ido erosionando hasta el punto de que ahora se enfrentan a una amenaza inminente para su supervivencia.

Kai dice que las comunidades necesitan bombas de agua para sacar de apuros sus complejos abandonados antes de las lluvias. También se necesita maquinaria pesada para ayudar a hacer barreras resistentes contra las inundaciones y construir barreras para mantener su ganado por encima del agua.

“No hemos sido derrotados por ninguna insurgencia, así que esta inundación no debe hacernos desistir”, afirma. “Debemos luchar hasta el final y seguir siendo fuertes”.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ha proporcionado láminas de plástico, azadas, palas y sacos de arena para ayudar a reforzar sus defensas contra las inundaciones, y está apoyando a las familias desplazadas a Malakal y otras ciudades por las inundaciones. Sin embargo, el acceso a la ayuda humanitaria es limitado, ya que las carreteras están inundadas o arrastradas por las aguas, y las pistas de aterrizaje están bajo el agua.

En consonancia con su impulso a las inversiones con visión de futuro y a la preparación operativa en las regiones expuestas a los riesgos climáticos, la agencia también pide al gobierno, y a las comunidades internacionales y humanitarias que intensifiquen la asistencia a las personas afectadas por la emergencia climática antes de las próximas lluvias.

“Hemos hecho todo lo posible, pero sigue lloviendo”.

“Sudán del Sur es el país más joven del mundo, afectado no solo por el conflicto, sino por los desafíos del cambio climático”, señaló Andrew Harper, Asesor Especial de ACNUR sobre Cambio Climático, a los periodistas en una conferencia de prensa en la capital de Sudán del Sur, Yuba, luego de recorrer las zonas afectadas por las inundaciones en marzo.

“Hay un espíritu comunitario muy fuerte que se está adaptando ante estos cambios, están haciendo todo lo que pueden para proteger estas comunidades, sus granjas y su ganado, pero necesitan apoyo”, comentó.

“No creo que sea justo que haya mujeres adultas mayores que se vean forzadas a defender a sus pueblos con sus propias manos, no cuando hay tantos recursos por ahí”, añadió.

Harper señaló que la ayuda debería apoyar los esfuerzos de las propias comunidades para prepararse para la próxima temporada de lluvias, y desarrollar respuestas para mitigar y adaptarse al cambio climático a mediano y largo plazo.

Para Jock, agotada por la desigual lucha contra el agua, esa ayuda puede no llegar lo suficientemente pronto.

“Estamos cansados y sufriendo. Esta agua es demasiado”, reclama. “Hemos hecho todo lo posible, pero sigue lloviendo”.

Información adicional de Tim Gaynor en Yuba, Sudán del Sur

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