Retos en silencio a lo largo del camino en Desaguadero, Perú
DESAGUADERO, Perú – Daniela (11) es una de los aproximadamente seis millones de personas refugiadas que huyeron de Venezuela en los últimos siete años. Junto a su madre, su padre y dos hermanos menores busca llegar a Chile donde los espera un primo que se mudó ahí hace algunos años. El mes pasado, Daniela se embarcó en un largo y arduo viaje. Cruzó Colombia, Ecuador y Perú, principalmente a pie y, con suerte, en autobús o en la parte trasera de camionetas. A lo largo de los miles de kilómetros que recorrió con su familia, Daniela incluso sufrió agresiones y robos.
Todo esto en absoluto silencio. Daniela es sorda desde los tres años. Una serie de infecciones de oído mal curadas la dejaron con una pérdida auditiva sin cura. Las personas refugiadas y migrantes que, como Daniela, tienen que partir con discapacidad se encuentran entre los desplazados más ocultos, excluidos y desatendidos.
“No teníamos otra opción”, cuenta la madre de Daniela. “Con mi salario de enfermera ganaba 24 dólares (USD) al mes. Con este dinero no podíamos comprar suficiente comida, pero lo más importante es que no podíamos asegurar un futuro para nuestra hija que necesita un tratamiento adecuado y una educación especializada que la ayude a aprender como los demás niños”.
A pesar de todos los desafíos que enfrenta, Daniela, sus hermanos y padres no se han desanimado fácilmente. Su fuerza y esperanza de que una vez en Chile tengan una vida mejor es inquebrantable. Daniela está ansiosa por comunicarse y sigue presionando a su madre, una especie de portavoz no oficial de la familia, para que traduzca lo que tiene que decir. Su madre está aprendiendo el lenguaje de señas. “Todos deberíamos aprenderlo”, señala, continuando con una pregunta retórica, “¿por qué siempre son los más débiles los que tienen que adaptarse a los demás?”
Desaguadero es una pequeña aldea situada a una altitud de 3.800 metros sobre el nivel del mar, en la frontera entre Perú y Bolivia, en el lago Titicaca, a menudo referido como el “lago navegable más alto del mundo”. El puente sobre el lago que conecta los dos países, que siempre ha sido un salvavidas, ahora está cerrado debido a la pandemia de COVID-19. Para cruzar al lado boliviano, muchos se embarcan en pequeñas lanchas que normalmente se utilizan para el comercio de mercancías a través de la frontera. En 2021, siete personas murieron al intentar cruzar Desaguadero. Daniela y su familia lo visitarán en los próximos días.
Son numerosas las personas venezolanas que ven en Chile su última esperanza. Colombia ya alberga a dos millones de personas refugiadas. Hay 1,28 millones de venezolanos en Perú. Chile, que alberga a unos 500.000, es el país con mayor cantidad de recursos, pero no es fácil integrarse y encontrar trabajo. La familia de Daniela lo sabe muy bien.
Quinientas personas refugiadas y migrantes cruzan Desaguadero todos los días. La mayoría de ellas se quedan en este pequeño pueblo solo por unas horas.
“Seguimos mañana”, comenta la madre de Daniela. Llegaron a Zepita, precisamente en un albergue que acogía a personas refugiadas y migrantes apenas unas horas antes. En esta casa, a cargo del padre Vicente y otros voluntarios, las personas pueden descansar, comer, ducharse y lavar la ropa. El personal de Zepita también proporciona información útil sobre los desafíos en el camino por delante y las líneas de emergencia.
Con el apoyo de la Oficina de Población, Refugiados y Migración del Departamento de Estado de los Estados Unidos (PRM) y la Agencia Europea de Ayuda Humanitaria, ACNUR y sus socios han aumentado importantes servicios como protección, asistencia y orientación psicológica a personas refugiadas y migrantes venezolanas que cruzan esta zona fronteriza.
Daniela y su familia están sonriendo. Si tienen suerte en los próximos días, llegarán a Chile. “Queremos que Daniela vaya a la escuela y aprenda