Madre afgana se pone de pie en Austria después de un viaje agitado
Después de huir de Afganistán, Nooria Youldash y su hija encontraron seguridad en Austria.
LAVANTTAL, Austria, 2 de septiembre de 2016 (ACNUR) – Nooria Youldash, refugiada afgana, tiene modales pacientes y dulces, y habla de forma suave y gentil. Hasta que vino el tema de su bicicleta, ahí, sus ojos se iluminaron con una alegría de niña.
"Me hace sentir especial", dijo. "Soy muy feliz con la bicicleta y la libertad".
Nooria de 36 años, viene de Mazar-e Sharif, la tercera ciudad más grande de Afganistán. Ella llegó a Austria en noviembre de 2015 con su hija de dos años, Aysu.
Nooria solía trabajar con la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS) en Afganistán, yendo a zonas remotas del país, la mayoría bajo control de Talibanes, allí ayudaba a mujeres y niños como partera. Durante siete años, ella tomó cursos pre médicos y espera poder continuar la universidad en Austria para poder ser obstetra y ginecóloga.
Cuando Nooria quedó embarazada, su esposo se fue.
Se ella se quedaba en Afganistán, se habría visto obligada a entregar a su hija a las hermanas de su esposo. "Una mujer no puede vivir sola en Afganistán y criar a su propio hijo sin un hombre", dijo.
Partió en octubre de 2015 y llegó a Austria en noviembre. Ella se quedó en un centro de recepción para solicitantes de asilo en la región de Carinthia, hasta que una persona de Diakonie, una de las organizaciones cristianas más grandes en Austria, le presentó a Sabine David.
"Solíamos ver las malas noticias en la tele y nos sentíamos impotentes"
Sabine tiene 34 años, y es ingeniera mecánica que vive con su esposo Dominique, de 36 años, y su hija de un año, Nora en una colina en Lavanttal, cerca de la frontera con Eslovenia.
"Solíamos ver las malas noticias en la tele y nos sentíamos impotentes", dijo Sabine.
Ellos se acercaron a Diakonie y dijeron que tenían una habitación extra que les gustaría ofrecer a un refugiado, preferiblemente a una mujer con un hijo.
Sabine y Dominique dijeron que han tenido algunos malentendidos por las diferencias de idiomas o cultura, pero nada serio.
Ambos describen a Nooria como una persona abierta y un gran apoyo, que siempre ayuda a cocinar o a limpiar la casa.
Como Nooria no tiene licencia para conducir, ellos pensaron en una bicicleta para que pudiera tener algo de libertad, pero ella no sabía montar bicicleta. Así que accedió a aprender.
"Una tarde, los tres intentamos y fallamos por completo", dijo Sabine. "Había mucha frustración. Es muy difícil enseñarle a un adulto a montar bicicleta, especialmente si nunca han usado una", dijo.
Con perseverancia y algo de ayuda de la tía de Sabine, que es profesora de deporte, Nooria eventualmente amaestró el arte de montar bicicleta, pero le tomó tres meses e incontables caídas.
Ahora ella la usa para ir al supermercado o a las clases de idioma dos veces por semana. También le gusta pasear un poco por las mañanas en la bicicleta.
En la colina viven sesenta y dos personas. Todos los vecinos han sido un apoyo, le llevan ropa y juguetes a Nooria y Aysu, y le ofrecen transporte hacia y del kindergarden. De acuerdo con Sabine, no fue así desde el inicio. "Es curioso, porque en un inicio algunas personas tenían reservas y preocupaciones, nos decían que no podíamos traer a un extraño, que nos robarían", contó Sabine. "Pero después conocieron a Nooria, y sus opiniones cambiaron. Ahora dicen: no es lo mismo con mujeres y niños. Sus tonos y lenguajes cambian por completo cuando la conocen".
Esta historia es parte de una serie llamada Un lugar sin extraños, que presenta a refugiados y sus anfitriones en Europa. Un año después de la muerte por ahogamiento de Alan Kurdi, refugiado sirio de tres años, miles de personas se han unido para acercar las diferencias culturales y barreras de lenguaje, y mostrar compasión, esperanza y humanidad, aun cuando algunos gobiernos europeos continúan construyendo obstáculos. Su generosidad es un ejemplo para el mundo.