Antigua partera ayuda a mujeres nicaragüenses refugiadas en Costa Rica

Desde su llegada a Costa Rica hace más de 50 años, Vicenta González se propuso ayudar a las mujeres costarricenses y refugiadas a escapar de los abusos y empezar una nueva vida.

Vicenta González, de 74 años, inspecciona el secado de los granos de cacao en una estructura construida para ello en su finca al norte de Costa Rica.
© ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

Durante casi medio siglo, las mujeres han llegado a la granja de Vicenta González en busca de ayuda. La granja está en un área de difícil acceso al norte de Costa Rica, al final de un camino de tierra lleno de baches, que en la temporada de lluvias se convierte en un lodazal difícil de recorrer. A pesar de ello, la entrada a la granja rara vez está vacía: en ella pueden verse vehículos de todo tipo, así como un arroyo de visitantes que llegan a pie.


Vicenta, una antigua partera de 74 años que ya es bisabuela, nunca había estado tan ocupada como lo está ahora, a una edad en la que muchas personas se preparan para el retiro. Desde echar a andar proyectos comunitarios y encontrar trabajo para otras personas en un lugar en el que abunda el desempleo, hasta desafiar el enraizado machismo y brindar protección a supervivientes de violencia de género, Vicenta es un punto de apoyo para la comunidad; por ello, muchas personas solicitan su ayuda.

En el vecino del norte de Costa Rica, Nicaragua, desde 2018 se vive una crisis sociopolítica que ha orillado a más de 200.000 personas a salir del país. Vicenta, cuya granja está a un par de kilómetros de distancia de la frontera, ha trabajado incansablemente para proporcionar alimento, alojamiento y otras cuestiones esenciales a mujeres solicitantes de asilo y a los hijos de estas.

“Son personas sumamente necesitadas. Necesitan un lugar dónde guarecerse; además, cuando llegan, no saben a dónde ir ni conocen a nadie”, señaló Vicenta, apodada respetuosamente como Doña Vicenta. “Si alguien llega con heridas o enfermedades, tengo que arreglármelas para ayudarle. Hago las veces de enfermera, médica, abogada y niñera”.

Como defensora de los derechos de mujeres en situación de vulnerabilidad – tanto costarricenses como nicaragüenses –, Vicenta ha sido seleccionada como ganadora para las Américas del Premio Nansen de ACNUR 2022, un prestigioso galardón que año con año reconoce a quienes han emprendido acciones extraordinarias para apoyar a las personas apátridas y desplazadas por la fuerza.

Al igual que muchas otras personas en esta porosa zona fronteriza, Vicenta tiene raíces en Nicaragua, el país donde nació. Sus padres eran granjeros, y ella es la cuarta de cinco hijos. Con pocas oportunidades académicas, como ocurre con muchas niñas en las zonas rurales de Centroamérica, Vicenta rara vez salía de casa. Aun así, cuenta que, siendo una niña, soñaba con viajar y con escapar de las barreras que imponía la comunidad en la que nació.

Su generosidad también se hizo patente a temprana edad: Vicenta recuerda haber tenido alrededor de doce años cuando cuestionó las órdenes de su madre, quien le prohibía acercarse a un vecino con una enfermedad pulmonar contagiosa para llevarle comida y medicamentos.

Su espíritu generoso resurgió hace 55 años, cuando se trasladó a Costa Rica luego de conocer a su esposo, un costarricense. Poco después de que la joven pareja comprara una granja de once acres – con una antigua plantación de cacao – cerca de Upala, un pueblo fronterizo al norte de Costa Rica, Vicenta no tardó en convertirse en una figura clave dentro de la comunidad: no solo era la partera a la que recurrían muchas personas, sino también la figura que podía brindar algo parecido a atención médica primaria.

Mucho antes de que hubiera un camino de tierra que lleva a la propiedad, quienes necesitaban que Vicenta atendiera partos u otras emergencias usaban canoas para llegar a la granja. Las décadas pasaron, y Vicenta recibió a 213 bebés, tuvo dos hijos propios, y adoptó y crió a otros tres. Una de sus hijas volvió recientemente a la granja, junto con su familia, a raíz de la muerte del esposo de Vicenta.

Aunque Vicenta dejó de ser partera hace un par de años, siguen solicitando su ayuda. Ella recuerda un incidente particularmente lacerante, en el que una nicaragüense tocó a su puerta acompañada de sus siete hijos. La mujer buscaba trabajo y un lugar dónde guarecerse después de que su esposo la atacara con un martillo.

“Si no conocemos nuestros propios derechos, no podemos nunca levantar la cabeza”

Por la recurrencia de casos de este tipo, Vicenta creó la Asociación Mujeres Emprendedoras de las Comunidades de Upala (AMECUP), una organización dedicada a la defensa de las mujeres y de sus derechos.

“Si no conocemos nuestros propios derechos, no podemos nunca levantar la cabeza”, aseveró Vicenta.

Una de las actividades que AMECUP lleva a cabo con regularidad se conoce como “tardes de café”; en ellas, las mujeres se reúnen en la granja de Vicenta para hablar abiertamente sobre temas tabú, como la violencia de género. Al identificar a víctimas de ese tipo de violencia, quienes integran la asociación buscan la mejor solución, que puede ser la terapia de pareja o encontrar un lugar seguro para la víctima.

Vicenta ayuda a las mujeres que deciden salir de relaciones violentas. Para ello, les ofrece alojamiento temporal o las remite a organizaciones no gubernamentales o instancias del gobierno. La escasez de empleos en el área obliga a las mujeres a permanecer en relaciones abusivas. En ese contexto, AMECUP proporciona a las supervivientes las herramientas que requieren para iniciar un negocio propio. Por tanto, se ofrecen talleres sobre temas diversos, que van desde la repostería hasta la elaboración de jabones.

Vicenta recalca que las mujeres que han huido de Nicaragua son particularmente vulnerables a la violencia de género. Además, suelen cruzar la frontera sin documentos de identidad, con sus hijos y con un par de pertenencias.

  • Vicenta (derecha) y Carmen* (izquierda), una solicitante de asilo nicaragüense de 38 años,  cuidan de algunos de los 3.000 árboles de cacao en la plantación de Vicenta.
    Vicenta (derecha) y Carmen* (izquierda), una solicitante de asilo nicaragüense de 38 años, cuidan de algunos de los 3.000 árboles de cacao en la plantación de Vicenta. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Vicenta (centro) y su colaboradora, Dara Argüello (izquierda), registran a las solicitantes de asilo provenientes de Nicaragua, para ayudarlas a tener acceso a servicios básicos.
    Vicenta (centro) y su colaboradora, Dara Argüello (izquierda), registran a las solicitantes de asilo provenientes de Nicaragua, para ayudarlas a tener acceso a servicios básicos. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Vicenta (izquierda, con blusa blanca) y sus colaboradoras, Maricela Gutiérrez (centro) y Dara Argüello (derecha), en una reunión en la granja con una integrante de la comunidad local.
    Vicenta (izquierda, con blusa blanca) y sus colaboradoras, Maricela Gutiérrez (centro) y Dara Argüello (derecha), en una reunión en la granja con una integrante de la comunidad local. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • María, una solicitante de asilo de 28 años, huyó de Nicaragua luego de que su familia recibiera amenazas. Para ocultar su identidad, se cubrió el rostro con una hoja de banana.
    María, una solicitante de asilo de 28 años, huyó de Nicaragua luego de que su familia recibiera amenazas. Para ocultar su identidad, se cubrió el rostro con una hoja de banana. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Auxiliadora*, una solicitante de asilo de 26 años que también huyó de Nicaragua, ahora trabaja en AMECUP, la organización que Vicenta creó para defender los derechos de las mujeres.
    Auxiliadora*, una solicitante de asilo de 26 años que también huyó de Nicaragua, ahora trabaja en AMECUP, la organización que Vicenta creó para defender los derechos de las mujeres. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Carmen*, una solicitante de asilo nicaragüense de 38 años, sostiene granos de cacao secos después de haberles quitado la cáscara. Este es uno de los pasos para convertirlos en chocolate.
    Carmen*, una solicitante de asilo nicaragüense de 38 años, sostiene granos de cacao secos después de haberles quitado la cáscara. Este es uno de los pasos para convertirlos en chocolate. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Vicenta procesa granos de cacao secos y molidos para convertirlos en una pasta que se usará para hacer chocolate y otros productos a base de cacao, los cuales se venden bajo la etiqueta de la organización (Cacaotica).
    Vicenta procesa granos de cacao secos y molidos para convertirlos en una pasta que se usará para hacer chocolate y otros productos a base de cacao, los cuales se venden bajo la etiqueta de la organización (Cacaotica). © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Dara Argüello (izquierda), una costarricense de 35 años, y Vicenta supervisan la exhibición de los productos elaborados por Cacaotica, una colectiva femenina.
    Dara Argüello (izquierda), una costarricense de 35 años, y Vicenta supervisan la exhibición de los productos elaborados por Cacaotica, una colectiva femenina. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
  • Por el Día de las Madres, una celebración muy importante en Costa Rica, Vicenta sirve pastel a su familia y a otras personas invitadas a la granja para la ocasión.
    Por el Día de las Madres, una celebración muy importante en Costa Rica, Vicenta sirve pastel a su familia y a otras personas invitadas a la granja para la ocasión. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso

“Ella (Vicenta) es una persona sumamente especial”, comentó Yamileth García, la primera alcaldesa de Upala. “Ella siempre tiene ese corazón noble, ese deseo, ese don de ayudar al ser humano, especialmente a las personas que vienen de Nicaragua”.

Vicenta ha puesto una parte de su propiedad a disposición de la causa: las vainas de cacao de su plantación orgánica se usan como materia prima de una amplia gama de productos, desde plumillas y barras de chocolate – incluso té o “vino” de cacao – hasta productos de belleza, como cremas hidratantes y labiales. La asociación obtiene fondos vendiendo estos productos con la etiqueta Cacaotica; a cambio, quienes integran la cooperativa ayudan haciéndose cargo de los 3.000 árboles que hay en la plantación. 

“A mí, lo que me da una motivación es el amor que se siente hacia los demás”, compartió Vicenta, cuyos recuerdos de su llegada a Costa Rica siendo joven le permiten empatizar con la situación de las personas refugiadas y solicitantes de asilo que están huyendo actualmente de Nicaragua.

“Me siento como en el problema que ellas están viviendo... Yo lo viví, lo viví al entrar al país, por eso me motiva más y me emociona mucho”.  

“Ella ha sido ejemplo para nosotras”

Trabajar con Vicenta y con otras mujeres de AMECUP ha sido un regalo del cielo para Carmen*, una nicaragüense de 38 años y madre de tres que escapó de las persecuciones en Nicaragua, junto a sus hijos, sus hermanas y su madre.

“Ella ha sido ejemplo para nosotras”, indicó Carmen, quien recalca que, gracias a la ayuda de Vicenta y de otras mujeres, le fue posible escapar de una relación abusiva y ha podido sostener a su familia mediante la elaboración y la venta de jabones artesanales.

“Ella les enseña a las demás mujeres a aprender y a ser independiente, a que no vivamos dependiendo de otras personas”.

Cuando se le preguntó si temía que su labor pusiera su vida en riesgo, Vicenta recordó haber sido amenazada por el esposo de una mujer a la que ella acogió.

“Le dije yo, ‘Pues, si de algo tengo que morir, será defendiendo a las mujeres’”, contó Vicenta, quien luego añadió: “He puesto todo mi empeño, he puesto mi vida para que las mujeres salgan de esa violencia”. 

Para conocer la historia de otros ganadores del Premio Nansen, y para obtener fotografías y videos, favor de visitar unhcr.org/media-nansen-refugee-award-2022.