Personas refugiadas camerunesas ayudan a romper mitos sobre la COVID-19 en Nigeria
En el estado nigeriano de Cross River, personas refugiadas voluntarias utilizan información verificada y sus vínculos con la comunidad para combatir la peligrosa desinformación sobre el virus y sus vacunas.
“El mundo se confundió cuando llegó la pandemia, y nosotros, como refugiados, también nos confundimos”, comenta Laban Chang Ndoh, uno de los más de 72.000 personas refugiadas camerunesas que viven en Nigeria tras huir del conflicto entre las fuerzas secesionistas y el ejército desde 2017. “Muchas personas tenían muchas opiniones al respecto”.
Laban es el presidente de la Iniciativa Gran Paso (GSI, por sus siglas en inglés), una organización comunitaria que ofrece servicios de salud mental a las personas refugiadas en cinco distritos del estado nigeriano de Cross River. En 2020, con la propagación de COVID-19, su red de 120 voluntarios se puso en marcha para luchar contra la desinformación que se derivó.
“¡Tenían muchas preguntas!” recuerda Laban. Al principio, sus esfuerzos consistieron sobre todo en convencer a las personas de la verdadera amenaza que suponía el virus y de la necesidad de adoptar medidas preventivas como el uso de mascarillas y el lavado de manos. El año pasado, GSI fue una de las siete organizaciones lideradas por personas refugiadas reconocidas por su labor en la respuesta a la pandemia en el Premio de ACNUR a la innovación de las ONG para el año 2020.
“Algunas personas difundían rumores de que la vacuna era una sentencia de muerte”.
Si bien la llegada de las vacunas COVID-19 el año pasado suscitó la esperanza de una salida a la pandemia, también trajo consigo nuevas oleadas de rumores y mitos.
“Al principio no sabíamos mucho al respecto [de la vacuna]”, explica Laban, quien recuerda algunas de las teorías descabelladas que empezaron a circular ante la falta de información creíble.
“Algunas personas difundían rumores de que la vacuna era una sentencia de muerte", recuerda. “Hubo quienes decían que morirías a los 24 [o] 36 meses, otras más habían oído hablar de microchips en la vacuna que conectarían a la persona con Lucifer, condenándola al infierno”.
Viendo la necesidad de contrarrestar esos mitos, Laban y sus compañeros voluntarios de la GSI recibieron por parte de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, orientación e información verificada sobre la vacuna para ayudarles a luchar contra la desinformación y responder a las muchas preguntas que tenía la población.
Cuando se trata de contrarrestar el escepticismo general en torno a la vacuna, Laban ha visto resultados empleando dos argumentos básicos. “El mundo no confiaría en ella si fuera algo que eliminara a la humanidad en 36 meses”, comenta, además de señalar el simple hecho de que muchas personas ya han recibido la vacuna sin incidentes.
Las personas voluntarias han utilizado otras tácticas para combatir mitos más específicos: por ejemplo, que las vacunas son innecesarias porque el virus es “una cosa europea que solo se da en un clima frío”. Comparten estadísticas del Centro Nacional de Control de Enfermedades que muestran que en Nigeria no solo se han infectado personas, sino que también han muerto a causa de la COVID-19.
Sus esfuerzos han visto resultados tangibles entre las personas refugiadas camerunesas en Nigeria, a pesar de la limitada disponibilidad de dosis que ha mantenido las tasas de vacunación bajas, en línea con muchos otros países que acogen personas refugiadas de bajos y medios ingresos. Más de 1.800 personas refugiadas han recibido una vacuna en los estados de Benue, Cross River y Taraba, además de unas 700 que han recibido dos dosis.
Equipado con sus datos y fundamentos, Laban va de puerta en puerta por los asentamientos de personas refugiadas de Adagom entablando conversaciones y exponiendo sus argumentos. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, aún queda mucho trabajo por hacer.
En el mercado del asentamiento, se encuentra con Effemi Blessing, quien administra una pequeña tienda de comestibles que estableció con su familia con la ayuda financiera de ACNUR a través de su socio CUSO. “Soy fuerte”, le dice a Laban, “y nunca me han vacunado, así que me da un poco de miedo [tomarla]”. Laban se toma el tiempo de escuchar sus preocupaciones y le explica cuidadosamente la seguridad de la vacuna con la esperanza de hacerle cambiar de opinión.
“Todos a mi alrededor tenían miedo”.
Sin embargo, quizá la herramienta más eficaz de la cual disponen es el hecho de que las personas voluntarias de la GSI proceden de las comunidades a las que sirven – tanto personas refugiadas camerunesas como nigerianas locales – lo que significa que son figuras conocidas y de confianza que entienden a su público.
Uno de estos voluntarios es Asu Ben Abang, de 65 años, camerunés y padre de siete hijos, que representa a la GSI en la Comunidad 33, una sección del asentamiento de Adagom. Se utiliza a sí mismo como ejemplo vivo de la seguridad y eficacia de la vacuna, lo que ha ayudado a convencer a los miembros de su propia familia extendida y a otras personas de la comunidad.
“Todos a mi alrededor tenían miedo. Solo yo me vacuné", afirma, mostrando con orgullo su tarjeta verde de vacunación. “Ahora que han visto que no me he muerto, mis familiares se vacunarán”.
Información adicional de Lucy Agiende.