Clases de inglés ayudan a las personas refugiadas y migrantes a construir una nueva vida en Guyana
En la Guyana anglófona, la barrera del idioma a veces mantiene fuera de las aulas a la niñez venezolana de habla hispana. Las clases semanales de idiomas ayudan a cientos de niñas y niños a eliminar ese obstáculo.
Cuando el reloj marca las 10 de la mañana, Dariannys y sus dos hermanas se apresuran a tomar la tableta electrónica para su clase de inglés en línea, que esperan, sea la llave para abrir un nuevo y brillante futuro en su nuevo hogar.
Sin saber inglés cuando llegaron a Guyana a finales de 2020, huyendo de la escasez generalizada de alimentos y medicinas, y de la inseguridad en Venezuela, las niñas y sus padres han luchado por adaptarse en Guyana, el vecino anglófono al este de Venezuela. Dariannys, una brillante niña de 13 años que fue una de las mejores alumnas de su escuela, espera que las lecciones la ayuden a regresar al salón de clases.
“No hemos podido inscribirnos en la escuela porque no hablamos el idioma”, señala Dariannys. “Quiero aprender inglés para poder integrarme en la comunidad de aquí”.
Las clases de inglés como segunda lengua (ESL, por su siglas en inglés), dirigido por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, con el apoyo de la Fundación Panamericana para el Desarrollo, a través de la ONG Voices GY, está proporcionando enseñanza del idioma a unos 200 niñas, niños y adultos de Venezuela. Este mes de septiembre, 86 estudiantes se graduaron del segundo trimestre del curso.
“Estaban súper entusiasmadas”, recuerda Katy, la madre de las niñas, después de inscribirlas en los cursos en marzo. “Solían ayudar en casa, pero quiero que reciban educación, que vuelvan a una rutina”.
La familia forma parte de las 23.000 personas venezolanas que se calcula que han huido a Guyana en los últimos años. El padre de Darianny llegó primero, y el resto de la familia le siguió unos dos años después, instalándose en la región costera de Demerara-Mahaica, a las afueras de la capital, Georgetown.
“Cada día debemos esforzarnos por completar nuestra educación porque nos ayudará a hacer algo de nosotros mismos y a luchar por nuestros sueños”.
“Estaba un poco asustada”, comenta Dariannys, recordando el viaje en barco. “Nunca había viajado a ningún lugar”.
La familia dice que espera que las clases den a las niñas una base lo suficientemente sólida en inglés como para que puedan matricularse en la escuela pública local el próximo año académico.
Mientras que el interés de Dariannys por la clase es en gran medida académico, para su compañero de clase virtual, Josué, de 10 años, la motivación es sobre todo social.
“He aprendido a presentarme y puedo conocer a otros niños y jugar con ellos”, expresa con una sonrisa.
La llegada de personas venezolanas, muchas de ellas en edad escolar, ha puesto a prueba la infraestructura educativa de Guyana. La capacidad de las escuelas es limitada, especialmente en las zonas remotas, donde muchas de las personas refugiadas y migrantes venezolanas en los países han establecido sus hogares. Además, solo hay un grupo muy reducido de docentes bilingües inglés-español, lo que significa que la barrera del idioma tiende a seguir planteando un serio desafío.
“Aprender el idioma local es fundamental para las personas desplazadas cuando llegan por primera vez a un nuevo país”, afirma Samantha Bipat, Oficial Asistente de Educación de ACNUR en Guyana. “No sólo les permite entablar relaciones significativas con los miembros de la comunidad de acogida, sino que les abre las puertas a las personas refugiadas para obtener la educación que necesitan para fomentar sus sueños de toda la vida”.
Dariannys sueña con ser futbolista, ingeniera de la construcción o abogada, como su abuelo. Sabe que la escuela es la clave para alcanzar cualquiera de estos objetivos y se ha comprometido a continuar con su educación.
“Cada día debemos esforzarnos por completar nuestra educación porque nos ayudará a hacer algo de nosotros mismos y a luchar por nuestros sueños”, compartió.