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Los 6 rostros de la crisis en el Sahel

Texto de Kathryn Mahoney
Fotos de Sylvain Cherkaoui

17 de abril de 2020

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Zeinabou, de 42 años, fotografiada en el patio de la casa de sus familiares en Burkina Faso. Tres días antes, su esposo fue asesinado ante sus ojos.

6 Faces of the Sahel Crisis

Texto de Kathryn Mahoney
Fotos de Sylvain Cherkaoui
17 de abril de 2020

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Zeinabou, de 42 años, fotografiada en el patio de la casa de sus familiares en Burkina Faso. Tres días antes, su esposo fue asesinado ante sus ojos.

En Burkina Faso, casi ningún lugar es seguro.

Grupos armados, extremistas y bandas criminales han seminado el terror en la vida cotidiana asesinando a quienes se rehusan a unirse a ellos. Los asesinos arrasan con familias enteras. Violan y torturan a las mujeres. Destruyen todo lo que representa al Estado: escuelas, estaciones de policiía, e incluso hospitales.

Quienes sobreviven a un ataque, saben que la próxima vez podrían no tener la misma suerte. Así que huyen. En los últimos 15 meses, 800.000 burkineses han huido de sus hogares en busca de protección. Algunos han cruzado a Mali o Níger, donde las condiciones pueden ser igualmente peligrosas. Otros han buscado refugio en Burkina Faso, pero a medida que la violencia se extiende, muchos huyen por segunda o tercera vez.

La vida cotidiana en Burkina Faso, un país sin salida al mar con 19 millones de habitantes, es precaria. Presentamos a seis personas, fotografiadas y entrevistadas a principios de febrero de 2020, cuyas vidas se han visto trastornadas por la crisis.

La violencia en el Sahel, una árida región que se extiende por miles de kilómetros en el extremo sur del Sahara, explotó después de la revolución de 2011 en Libia y la insurrección en Mali en 2012. Hombres armados recorren las fronteras explotando las tensiones étnicas, la pobreza y la debilidad institucional para aterrorizar a las poblaciones locales. Cuando la violencia llegó a Burkina Faso, apenas hace unos cuatro años, acabó con la paz que el país había experimentado durante mucho tiempo.

Durante años, las personas que escapaban del conflicto en el vecino Mali, huyeron a Burkina Faso y cerca de 25.000 personas refugiadas viven en campamentos en todo el país. Muchos de estos asentamientos han sido atacados más de una vez, y la amenaza de violencia hace que sea prácticamente imposible que los trabajadores humanitarios de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y otras organizaciones tengan acceso a algunos de estos refugiados. También se ha vuelto muy peligroso mantener los mercados y las escuelas abiertos y los empleos están desapareciendo.

Las personas refugiadas se enfrentan a un dilema imposible de solucionar: quedarse y correr el riesgo de ser atacadas o retornar a sus hogares en un país que aún está convulsionado. Algunas personas retornan a Mali, incluso a zonas tan peligrosas que ni los trabajadores humanitarios, ni las fuerzas de defensa nacional pueden entrar.

Ahora los burkineses están acogiendo a sus propios compatriotas, pero las comunidades están cerca del colapso. Ya afectadas por la pobreza y teniendo que lidiar con escuelas insuficientes y un frágil sistema de salud, ahora deben enfrentar una amenaza adicional: el nuevo coronavirus.

Para contener la pandemia, se cerraron las fronteras, así como las escuelas, mercados, cines y lugares concurridos, se impuso un toque de queda de las 19:00 a las 5:00, el transporte al interior del país se suspendió y se restringió la circulación entre las ciudades con casos confirmados de COVID-19. También se prohibieron las reuniones de más de 50 personas.

Desplazamiento interno en el Sahel

Desplazados internos en Burkina Faso

Fuente: Gobierno
25 de marzo de 2020

Desplazados internos en Mali

Fuente: Gobierno
29 de febrero de 2020

Desplazados internos en Níger

Fuente: Gobierno
31 de marzo de 2020

La sobreviviente

Estoy tan traumatizada que ni siquiera puedo recordar lo que pasó. No sé lo que estoy diciendo”.

–Hawa, 57 años

Hawa estaba en su casa en Boukouma cuando su nieto advirtió a la familia que unos hombres armados se estaban aproximando. En cuestión de segundos, dos docenas de hombres en motocicletas irrumpieron y empezaron a disparar mientras ella y otras mujeres se escondían adentro. “Asesinaron a mi esposo y su hermano que estaban con las manos alzadas”, recordó.

Hawa enterró a sus muertos el día siguiente, luego huyó con 32 miembros de su familia. Ahora ha encontrado una relativa seguridad en la casa de su hijo en Kaya, 150 km al sur. Pero tiene pesadillas, se despierta todas las noches gritando, mientras escucha el sonido de los disparos en sus oídos. “Soy una viuda del conflicto”, dijo.

“No estaba preparado para lo que vi en Burkina Faso… Me impactó particularmente la situación de tantas mujeres que sufrieron violencia, a quienes les arrebataron o asesinaron a sus esposos o fueron separadas de sus hijos”.

–Filippo Grandi, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, en France 24

El anfitrión

Como jefe es mi deber acoger a los que vienen a mí pidiendo ayuda.”

–Dianbendi, 67 años

El líder comunitario Dianbendi acoge a más de 2.500 desplazados burkineses dentro de su propiedad y en los alrededores, un número que crece cada día. Él les ofrece comida, albergue y agua, con frecuencia asumiendo los costos. Caminando con dificultad debido a una discapacidad en una pierna, con costos puede proveer a su propia familia, sin embargo, da la bienvenida a todos los que llegan.

“Al principio, pensamos que solo estaban matando a los hombres. Pero después nos dimos cuenta que mataban también a mujeres y niños”, dijo Dianbendi. “Tengo una discapacidad. No tengo nada que dar. Pero es mi obligación tratar de mejorar un poco su situación”.

El desplazamiento en Burkina Faso se decuplicó el año pasado, sobrepasando las 800.000 personas. Más del 90% de los desplazados viven con familias de acogida, y ACNUR estima que hay más de 35.000 familias que necesitan albergue en el país.

El voluntario

Los refugiados me dicen que lo que hago es noble, pero honestamente estoy asustado. Asumo este riesgo porque amo mi trabajo. Estoy comprometido con la defensa de nuestros derechos humanos.”

–Ilyas, 30 años

Ilyas trabaja con ACNUR bajo el programa de Voluntariado de las Naciones Unidas en la ciudad de Djibo y en el campamento de refugiados de Mentao, en el norte de Burkina Faso. Las condiciones son tan riesgosas que solo hay dos funcionarios de ACNUR trabajando ahí. Él ayuda a garantizar que las personas refugiadas tengan acceso a comida, agua y albergue. Siendo él mismo un refugiado maliense, se siente honrado de trabajar con ACNUR, pero teme que esto lo convierta en un blanco.

Los grupos armados en Burkina Faso han asesinado a funcionarios públicos, trabajadores de la salud, profesores, y otros representantes del Estado. En ocasiones, también han atacado a organizaciones humanitarias, robando vehículos y secuestrando a funcionarios.

La madre

Mi hija entró en pánico cuando escuchó las balas y ahora está en pánico todo el tiempo. Todo lo que quiero es que un día mi hija no sufra ataques de pánico”.

–Leila, 30 años

Leila huyó de la violencia en Mali en 2012 y vivió en el campamento de refugiados en Goudoubo hasta 2019, cuando hombres armados en motocicletas atacaron el campamento tres veces.

Rahmata, la hija de Leila de 10 años, presenció uno de estos ataques. Desde entonces no volvió a ser la misma. Leila dice que ella misma se ha sentido “profundamente” afectada por las numerosas personas que muestran signos de traumas psicológicos en medio de la creciente inseguridad.

“Es algo que realmente duele. Es duro ser una madre y ver todo eso”, confesó. “Solo sigo rezando para que haya paz”.

Hasta el último estallido de violencia, casi 9.000 refugiados vivían en Goudoubo, pero desde entonces aproximadamente la mitad volvió a Mali, mientras el resto se trasladó a otras partes de Burkina Faso. Ahora el campamento está vacío.

El humanitario

Esto me duele. Mi país está siendo atacado y no podemos dar a las personas la protección que necesitan”.

–Eric

Nacido y criado en Burkina Faso, Eric trabaja como oficial asociado de registro con ACNUR en el noreste del país, no lejos de la frontera con Níger y Mali. Trabaja en el campamento de Goudoubo desde 2012, cuando los refugiados de Mali empezaron a buscar protección en el país. Él siente un vínculo con los refugiados por quienes trabaja.

“He sido como un hermano para los refugiados, y ellos para mí”, dijo.

Después de que el conflicto se extendió a su país, Eric confiesa que ahora son los refugiados los que le ofrecen apoyo. Ellos comprenden su tristeza. Ahora que las zonas donde viven los refugiados se volvieron más peligrosas, Eric no puede verlos tan seguido, si es que puede verlos. Él se siente “débil y preocupado”.

Un estudio de ACNUR reveló que el 38% del personal que trabaja con personas refugiadas está en riesgo de estrés traumático secundario, un trastorno que puede llevar al agotamiento físico, mental y emocional.

El residente

“Esto ha trastornado nuestras vidas, pero no los podemos rechazar. ¿Qué deberíamos hacer, decirles que se vayan para que los maten?”

–Yobi

Yobi Sawadogo es asesor del alcalde de Kaya, una ciudad que cuenta con 66.000 residentes, según su último censo, de 2012, y ahora acoge a más de 300.000 burkineses desplazados. El gobierno local abre las puertas a las personas necesitadas, pero el flujo de los recién llegados ha cambiado drásticamente la vida cotidiana. Las filas para recoger agua se han vuelto muy largas y los centros de salud están abarrotados. Los mercados aún están bien abastecidos, pero solo porque quienes huyeron hasta aquí no tienen dinero para comprar comida.

A pesar de las dificultades, Yobi afirmó que su ciudad continuará aceptando a quienes buscan seguridad, en parte por solidaridad, y en parte por miedo. “Decimos que lo les pasó a ellos podría pasarnos a nosotros. No podemos rechazar a la gente”, declaró.

Hasta 2016, Burkina Faso era un ejemplo de coexistencia relativamente pacífica entre comunidades étnicas diferentes y un lugar seguro para las personas refugiadas. No hay un historial de violencia en el país y el gobierno está haciendo todo lo que puede para responder a la magnitud de las necesidades humanitarias. Sin embargo, muchas personas siguen durmiendo a la intemperie, expuestas a las inclemencias del clima y al peligro y con una extrema necesidad de mejorar su acceso al agua y a instalaciones sanitarias.

ACNUR hizo un llamamiento por 225 millones de dólares (USD) a nivel mundial para apoyar los esfuerzos del gobierno para luchar contra el COVID-19 en las áreas que acogen a personas refugiadas y desplazadas internas.

Para apoyar nuestro trabajo en el Sahel y otras regiones que están enfrentando el desafío del desplazamiento y del coronavirus:

Para saber más sobre el desplazamiento en Burkina Faso:

Boletín operacional