'Querido Diario: ¿estoy deseando demasiado hoy?

En el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, le pedimos a nuestros colegas de Yemen que escribieran un diario de vida sobre lo que la ONU llama la "mayor crisis humanitaria del mundo".

Páginas de un diario del personal humanitario de ACNUR donde escriben sobre su vida y trabajo en Yemen.
© ACNUR/Brendan Bannon

A menudo, las expresiones más desinhibidas de nuestras esperanzas, desafíos y temores cotidianos comienzan con las palabras “Querido Diario”. En reconocimiento del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, presentamos las entradas de los diarios de siete de nuestros colegas de ACNUR y de otras agencias de la ONU en Yemen, donde la guerra ha causado estragos durante siete años. Aunque fueron escritos para el público, nuestros colegas y amigos compartieron sentimientos crudos sobre su trabajo, sus preocupaciones y sus deseos tal como lo harían en un diario personal.


Desde el comienzo de la implacable violencia en Yemen, al menos cuatro millones de personas se han convertido en desplazadas internas, lo que significa que han huido de sus hogares, pero permanecen en el país. Aproximadamente 233.000 personas han muerto desde el inicio del conflicto debido a la violencia o a causas relacionadas, como el hambre y la falta de servicios de salud.

Todos los colegas, cuyas historias compartimos a continuación, consideran que Yemen es su hogar, tanto si han nacido ahí, o si, como Naima, huyeron de Somalia al país en busca de seguridad hace años. Las entradas del diario han sido editadas por razones de longitud y claridad.

Alawia Saeed, una somalí-yemení que atiende las líneas directas de ACNUR en el sur de Yemen

Alawia en su visita de rutina a las comunidades de personas refugiadas somalíes en la zona de Al-Basateen de la ciudad de Adén en Yemen. A pesar del conflicto en curso, Yemen acoge a unas 140.000 personas refugiadas, en su mayoría procedentes de Somalia y Etiopía.

Alawia en su visita de rutina a las comunidades de personas refugiadas somalíes en la zona de Al-Basateen de la ciudad de Adén en Yemen. A pesar del conflicto en curso, Yemen acoge a unas 140.000 personas refugiadas, en su mayoría procedentes de Somalia y Etiopía.   © ACNUR-YPN/Ayman Fouad

Esta mañana, Abdul Qader, un líder de la comunidad de personas refugiadas, me llamó al amanecer. Requería ayuda para Ibrahim, un refugiado en estado crítico que necesitaba asistencia médica urgente. A Ibrahim se le había denegado la admisión en el hospital, lo que no es inusual en estos días. Desde el comienzo de la COVID-19, cada vez es más difícil que las personas reciban asistencia médica porque los hospitales de aquí no admiten a nuevos pacientes por miedo a que se infecten con el virus. Me pasé todo el día al teléfono intentando conseguirle ayuda.

Mis esfuerzos dieron resultado e Ibrahim pudo ver a un médico y recibir medicinas, pero mi corazón está con los miles de personas que se encuentran en una situación similar, y que no tienen tanta suerte. Desde que la guerra asoló mi querido país, la vida se ha vuelto muy difícil. Cada día viene con un nuevo sufrimiento.

Me ve y sonríe. Tiene la sonrisa más hermosa.

A veces, desearía tener una varita mágica para poder agitarla y hacer desaparecer todos los problemas. Cada vez que suena mi teléfono, sé que hay alguien al otro lado con una historia desgarradora. Las necesidades aquí son enormes: alimentos, agua, medicinas... necesidades básicas que nos cuesta satisfacer a causa de la guerra. Sigo esperando que Yemen se recupere pronto. Hasta entonces, seguiré haciendo todo lo que esté en mis posibilidades para ayudar a quienes llaman a nuestra línea de ayuda.

Deseo... espera, ¿estoy deseando demasiado hoy? Bueno, no hay nada malo en desear la mejora de la humanidad. Mi deseo es que la COVID-19 nos deje pronto. Trabajar desde casa con una niña pequeña y responder a las llamadas de la línea directa ha sido extremadamente difícil. Los cortes de luz diarios, y la mala conexión de internet y teléfono tampoco ayudan. También me preocupo por mi familia, especialmente por Baba, quien tiene más de sesenta años y es paciente cardíaco.

Pero tengo la suerte de tener una hija preciosa, mi ángel. Ella ha sido mi luz durante estos tiempos difíciles. Viene a besarme cuando trabajo. Me ve y sonríe. Tiene la sonrisa más hermosa.


Ali Jawwad, médico de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en la ciudad de Mukalla

El colapso del sistema de salud de Yemen ha sido largo y terrible, ha provocado lo que la ONU ha etiquetado como niveles de necesidad "sin precedentes".

El colapso del sistema de salud de Yemen ha sido largo y terrible, ha provocado lo que la ONU ha etiquetado como niveles de necesidad "sin precedentes".  © ACNUR/Shadi Abusneida

La resiliencia de mi pueblo nunca deja de sorprenderme. Los titulares de las noticias de esta mañana eran tan tristes como los de cualquier otro día, pero lo que más me preocupó fue una advertencia de mi organización de que nuestro sistema de salud está a punto de colapsar. Pensé en un paciente con insuficiencia renal que conocí hace tres meses.

La guerra le había hecho parecer mayor que la edad que tiene. Su rostro estaba pálido como la arena seca de un desierto. Su familia lo había traído para que le hicieran diálisis. Estaba visiblemente enfermo, pero la electricidad se cortó y los generadores no funcionaban por falta de combustible. No podíamos hacer nada más que esperar a que volviera la electricidad. A pesar de todo, este asombroso hombre parecía muy optimista. Me dijo que tan solo el hecho de la apertura del centro, independientemente de que hubiera o no servicios, le daba la esperanza de que aún era posible vivir un día más.

El personal de salud de Yemen merece una medalla. Están luchando en más de un frente.

Su optimismo me enseñó la humildad, la empatía y el poder de la fe. Quiero creer que los días buenos volverán. Sin embargo, a veces siento mucha presión. La lista de dificultades es larga: guerra, desplazamientos, mala economía, escasez de combustible, cólera, inundaciones y, ahora, COVID-19. A veces, desearía que todo esto solo fuera un mal sueño.

Me alegro que hayamos podido ayudar a la Oficina General de Salud a establecer centros de tratamiento contra la COVID-19 el año pasado y que los hayamos preparado para recibir posibles casos. Todavía siento la tensión en mis hombros. Para este centro, trabajé sin descanso. El proceso exigió, en efecto, mucha energía y trabajo duro, pero lo que hizo que valiera la pena es ver el trabajo realizado y comprobar que las personas que necesitan ayuda reciben ahora asistencia médica adecuada.

Me alegra ver todos los elogios mundiales al personal de la salud. El de Yemen se merece especialmente una medalla. Están luchando en más de un frente.


Naima Tahir, exrefugiada somalí en Yemen, trabaja como gestora de artículos de alojamiento y no alimentarios para la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en la ciudad de Ma'rib

Naima Tahir en Ibb, suroeste de Yemen, en un sitio que acoge personas yemeníes desplazadas por el conflicto, enero de 2020.

Naima Tahir en Ibb, suroeste de Yemen, en un sitio que acoge personas yemeníes desplazadas por el conflicto, enero de 2020.  © Gubran Al-Mudhalaa

Empiezo el día con una taza de café, que tomo junto a la ventana de mi habitación. La ventana aporta algo de luz natural y una pequeña sensación de normalidad durante estos días de movilidad restringida. Vivo en Ma’rib, donde no se nos permite salir a menos que visitemos lugares específicos en momentos concretos [debido a la violencia y a las restricciones por la COVID-19]. Veo el amplio cielo azul mientras tomo un sorbo de café, y mis ojos se desvían del cielo a una casa parcialmente construida en el vecindario. No estoy segura de si es mi trabajo como gestora de alojamientos o la soledad lo que atrae mi atención hacia los pequeños detalles de la casa que puedo ver desde mi ventana. Esto se ha convertido en parte de mi rutina matutina.

Yemen ocupa un lugar muy especial en mi corazón. Solo tenía tres años cuando mi familia huyó de Somalia en 1987 para escapar de la guerra que estaba a la vuelta de la esquina. Yemen fue mi hogar durante muchos años. Aquí pasé mi infancia. La generosidad y la hospitalidad de las personas yemeníes no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. La guerra le ha quitado mucho a las personas de aquí, pero, hasta la fecha, su hospitalidad sigue siendo la misma.

El coste humano de este conflicto es demasiado alto. Las personas que antes tenían una vida digna languidecen en los campamentos.

En 2015, cuando dejé Yemen, no sabía que volvería como trabajadora humanitaria en 2019. Aquí, lidero un equipo de siete personas que pasan la mayor parte del tiempo sobre el terreno, asistiendo las distribuciones de materiales para alojamientos: láminas de plástico, clavos y algunos postes. Las necesidades y el sufrimiento de las personas son mucho mayores que la capacidad de mi equipo.

Imagínense viviendo con su familia bajo una lámina de plástico de 4x5, sostenida por unos cuantos postes para protegerse del sol y la lluvia. El coste humano de este conflicto es demasiado alto. Las personas que antes tenían una vida digna languidecen en los campamentos.

Cuando mi equipo y yo regresamos del terreno al final del día, solemos compartir historias sobre el clima severo o sobre la niñez que juega descalza, completamente ajena a su entorno. Nunca olvidaré a un niño que conocí en un campamento de personas desplazadas internas. Tenía nueve o diez años. Nos hizo llorar a todos cuando nos comentó que no podía dormir en la tienda de campaña, que estaba rasgada y remendada en diferentes lugares. Quería volver a su casa y a su escuela. Dijo que echaba de menos las paredes de su habitación, que le daban miedo los insectos y que el temor a que alguien entrara lo mantenía despierto durante la noche.

Esa noche, me di cuenta por primera vez de las paredes de mi habitación.


Nouf-Al-Hashimi, Oficial Auxiliar de Protección de ACNUR en Yemen

Una madre y su hijo en Yemen, diciembre de 2020. La familia fue desplazada internamente y recibió dinero en efectivo por parte de ACNUR cuando huyó por primera vez de su casa. Más tarde, tuvieron que sobrevivir con el dinero que el padre ganaba arreglando zapatos.

Una madre y su hijo en Yemen, diciembre de 2020. La familia fue desplazada internamente y recibió dinero en efectivo por parte de ACNUR cuando huyó por primera vez de su casa. Más tarde, tuvieron que sobrevivir con el dinero que el padre ganaba arreglando zapatos.  © 

Esta mañana me ha llamado la atención una publicación en Facebook que decía: “Para las personas desplazadas de Yemen, los centros comunitarios pueden ser un segundo hogar”. Me puse a pensar en sus primeros hogares, en nuestro primer hogar. Me refrescó los amargos recuerdos de la mañana de abril de 2015. Estaba al teléfono con mi colega Safa discutiendo si ir o no a trabajar porque el bombardeo continuó toda la noche. De repente, la tierra empezó a temblar. Estaba en casa de mi tía, llevábamos ahí desde principios de abril debido a los continuos ataques aéreos en la zona donde se encontraba mi casa. Volví a hablar con Safa a las 6:00 p. m. para comprobar que todos estaban con vida. Han pasado cinco años desde entonces, pero los recuerdos siguen siendo tan frescos.

No tenía sentido seguir en ese vecindario. Empacar mi vida, mis recuerdos, mis pertenencias y mis documentos en una maleta fue una de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar. No tuvimos tiempo de empacar todo, así que solo empaqué nuestros documentos de identidad, certificados, álbumes familiares, fotos y algo de ropa. Nuestra hermosa casa, que mi padre construyó con amor y cariño, fue alcanzada por los morteros dos veces después de nuestra partida.

Ese fue el momento en el que me di cuenta de lo que se siente ser una persona refugiada o desplazada interna. Nosotros fuimos afortunados. Simplemente nos trasladamos dentro de la ciudad: del vecindario atacado a una zona relativamente tranquila de Sanaa. Pero muchas otras personas no tuvieron esa opción.

Si tuviera que dirigirme al mundo desde un podio, diría: “Querido mundo, ya es suficiente”.

Cada vez que escucho una explosión, me apresuro a llamar a mi familia. El tiempo entre la explosión y la respuesta de mi familia es el periodo más largo y duro, con decenas de situaciones que pasan por mi cabeza.

Encuentro consuelo en mi trabajo. El otro día, mis colegas y yo recibimos un certificado de reconocimiento de los líderes de la comunidad de personas refugiadas. No hay nada más gratificante que ver a una persona que lo merece recibir el apoyo que necesita. A veces pienso en una familia somalí que sufrió acoso y hostigamiento. Al final, pudimos reasentarlos en Suecia. La mejor sensación.

Bien, es hora de cenar. Antes de que se corte la electricidad, será mejor que vaya a servir la cena. Todas las noches oro para que esta guerra termine pronto. Todas las noches nos vamos a la cama sin saber qué nos deparará el mañana. Cada vez que voy al mercado, veo que la pobreza baila en las calles. Si tuviera que dirigirme al mundo desde un podio, diría: “Querido mundo, ya es suficiente”.


Saeed Saif, Coordinador Subnacional de Protección de la Mujer en Hodeidah para el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA)

Hoy leía un informe sobre el aumento del número de casos de violencia doméstica durante el confinamiento. Esto me preocupa. Las mujeres y las niñas sufrían problemas de pobreza de género y violaciones de derechos básicos incluso antes del conflicto; ahora, se enfrentan a más riesgos y vulnerabilidades. El conflicto, y ahora la pandemia, han dificultado aún más nuestra capacidad de llegar a las mujeres necesitadas. Ya no puedo salir con la frecuencia que desearía para reunirme con nuestros socios y con las mujeres que vienen a pedir ayuda.

Intento ser fuerte, pero las historias que escucho son tan dolorosas que hasta una roca rompería en llanto.

Una refugiada somalí en Yemen, diciembre de 2020. Yemen acoge a más de 250.000 personas refugiadas somalíes que, desde la década de 1980, han huido de la guerra civil, la persecución y otras violaciones a los derechos humanos.

Una refugiada somalí en Yemen, diciembre de 2020. Yemen acoge a más de 250.000 personas refugiadas somalíes que, desde la década de 1980, han huido de la guerra civil, la persecución y otras violaciones a los derechos humanos.   © ACNUR/Marie-Joëlle Jean-Charles

Hago todo lo posible para que las mujeres y las niñas reciban los servicios que necesitan, independientemente de los desafíos que se me presenten.

Intento ser fuerte, pero las historias que escucho son tan dolorosas que hasta una roca rompería en llanto. Nunca podré olvidar las caras de esas madres hambrientas que llevan días sin comer. Me encuentro con estas historias a diario. Estas madres se acercan a nosotros, y piden comida y asistencia médica para sus hijos. Están cansadas de la guerra y de los desafíos que tienen que afrontar como mujeres. Esta no es la historia de una o dos mujeres, sino que, por desgracia, miles de mujeres y niñas sin ningún apoyo masculino viven esta adversidad diariamente.

Mi trayectoria como defensor de los derechos de la mujer comenzó después de pasar por la dura experiencia de un matrimonio fallido. Fue un matrimonio concertado por nuestros padres sin nuestro consentimiento. Me resistí, pero fue en vano. Mi padre creía que un matrimonio feliz no se basaba en el amor, sino en producir el mayor número de hijos posible. Predijo que tendría una vida matrimonial feliz, pero no fue así.

Escribo estas cosas por primera vez en mi vida. Como hombre, no solemos abrirnos a la vida personal, pero alguien tiene que romper el hielo. ¿Por qué no hacerlo yo?

Fue un comienzo difícil. Apenas había similitudes entre mi esposa y yo. A menudo me iba de casa durante meses dejándola a ella para que hiciera las tareas diarias. Al igual que otros hombres de mi entorno, no me daba cuenta del desequilibrio de poder en cuanto al acceso a la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Ella hacía todo para complacerme, pero, por el contrario, yo siempre era demasiado rápido para criticarla por todo: la comida, la forma de vestir de nuestros hijos, la casa.

Estábamos luchando por salvar nuestro matrimonio, pero los hilos de nuestra relación conyugal se rompieron. Mi esposa ganó la custodia de nuestro hijo de cuatro años y de nuestra hija de dos. Sigo apoyándolos económicamente para que no se interrumpa su educación. No me avergüenza admitir que mi experiencia personal, incluida mi posición privilegiada como hombre en una sociedad patriarcal, me abrió los ojos a la realidad de que las mujeres también tienen derechos, y es nuestra responsabilidad protegerlos.


Sahar Al Hakimi, médico y oficial de nutrición yemení del Programa Mundial de Alimentos (PMA)

Un niño somalí en una clínica, diciembre de 2020. PMA y otros socios proporcionan programas de alimentación y nutrición en Yemen, incluyendo el apoyo para prevenir la desnutrición aguda de la niñez menor a dos años.

Un niño somalí en una clínica, diciembre de 2020. PMA y otros socios proporcionan programas de alimentación y nutrición en Yemen, incluyendo el apoyo para prevenir la desnutrición aguda de la niñez menor a dos años.   © ACNUR/Marie-Joëlle Jean-Charles

Es difícil olvidar las caras de la niñez que conozco durante mis visitas rutinarias a los hospitales: niños pequeños que apenas pueden abrir los ojos. Se les puede ver haciendo lo posible por respirar mientras están en el regazo de sus madres, luchando por sobrevivir.

Hoy he pensado en Warda, a quien conocí en uno de los hospitales que apoyamos cuando me incorporé al PMA. Apenas tenía cinco meses y pesaba solo 2 kg. Estaba en estado crítico porque estaba desnutrida. A esa edad tan temprana, estaba luchando por sobrevivir. No pude evitar pensar en lo injusto que es que tenga un comienzo de vida tan difícil solo por haber nacido en una familia que vivía en una aldea remota y no podía acceder a los alimentos ni a los servicios de salud. Intento ser optimista porque tengo que seguir apoyando a toda la niñez, pero a veces me siento frustrada.

Espero que llegue el día en que las personas yemeníes tengan la oportunidad de prosperar, no solo de sobrevivir.

El trabajo que hago es difícil debido a los constantes desafíos a los que nos enfrentamos. Gestionar programas humanitarios a distancia no es tarea fácil. Esta mañana, recibí una llamada de uno de nuestros socios de nutrición que trabaja en la gobernación de Dhamar, donde las actividades de nutrición se dirigen a aldeas remotas en lugares de difícil acceso. Mientras transportaba productos nutricionales para la niñez y las mujeres en una de las aldeas montañosas donde la carretera es muy irregular, el camión tuvo un accidente. Dos personas murieron y otras tres resultaron gravemente heridas. Fue desgarrador escuchar estas noticias.

Vivir en Yemen es un desafío. Ya me he acostumbrado a vivir con ansiedad. Mi cerebro siempre está preocupado por la seguridad de mi familia. La amenaza de los bombardeos siempre se avecina. Me cuesta encontrar un hospital cuando mi madre enferma.

A pesar de la guerra y los desafíos, vivo con una actitud positiva, contando las bendiciones y disfrutando la felicidad en las pequeñas cosas. Tengo que mantener el optimismo de que la paz volverá algún día. Espero el día en que todas las personas yemeníes tengan acceso a las necesidades básicas de la vida, y nadie muera de hambre y desnutrición. Espero el día en que las personas yemeníes tengan la oportunidad de prosperar, no solo de sobrevivir. Tengo fe en que lo mejor está por venir.


Esam Al-Duais, asistente superior sobre el terreno de ACNUR Yemen

Me he pasado el día al teléfono, enviando correos electrónicos para intentar conseguir inventario de tiendas, colchones y mantas para las familias desplazadas por los recientes combates. Es una saga interminable. Cada semana es una nueva batalla. Hace apenas unas semanas, nos apresurábamos a brindar asistencia a las familias afectadas por las lluvias e inundaciones. Ahora, los frentes de Abyan y Ma'rib obligan a miles de personas a ponerse de nuevo en camino.

Una niña yemení, de 13 años, en abril de 2021, que fue desplazada internamente junto con su familia. Pudo volver a la escuela después de que ACNUR la ayudara a obtener un certificado de nacimiento.

Una niña yemení, de 13 años, en abril de 2021, que fue desplazada internamente junto con su familia. Pudo volver a la escuela después de que ACNUR la ayudara a obtener un certificado de nacimiento.   © ACNUR/YRC

Todo esto parece a veces apocalíptico.

Yo me encargo de la coordinación, después de que el año pasado se recortara el puesto de nuestro coordinador Tesfay, cuando la operación se quedó sin recursos. No siempre es fácil, sobre todo cuando tienes que trabajar desde casa.

Solo un padre de cinco hijos puede entender mi situación. No me quejo, pero mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida privada no es fácil. Cuando mis hijos me ven cerca, quieren que juegue con ellos. No entienden el concepto de “trabajar desde casa”. Tampoco se les puede culpar: las escuelas están cerradas y no hay mucho para entretenerlos.

Como decimos en árabe, ‘lo que viene es mejor que lo que se va’. Yemen se levantará de nuevo, un día, Insha'Allah (Si Dios quiere).

Hoy, mi hijo menor, Mukhtar, se ha autoinvitado a nuestra reunión virtual semanal. Gracias a Dios mi cámara estaba apagada. Si no, mi vídeo también se habría hecho viral, como los muchos que vemos estos días. Todos tenemos nuestras experiencias divertidas de trabajo desde casa. Josiah, que moderaba la reunión, escuchó a Mukhtar hablando conmigo y le dio la bienvenida como “nuevo participante”. Estos incidentes son ahora la nueva normalidad de nuestras vidas. Eso es lo bonito de la vida y la alegría que te aportan tus hijos.

En estos tiempos difíciles, a menudo pienso en todas las personas que he conocido en los campamentos de personas desplazadas internas... Un viento ligeramente fuerte se llevaría fácilmente sus alojamientos. Los años de guerra han destrozado nuestro sistema de salud, dejándolo incapaz de hacer frente a una pandemia. No tenemos servicios de agua y saneamiento. La gente ha perdido su trabajo o sus ahorros. ¿Cómo se le puede decir a un hombre sediento que se lave primero las manos y lo haga con jabón cuando no tiene agua para beber? Que Dios nos proteja a todos.

El aislamiento social, la interrupción del trabajo, la rutina familiar, la inestabilidad económica, la inseguridad laboral y la ambigüedad sobre el futuro no han hecho más que añadir un insulto a la herida. A veces me siento impotente. No puedo aceptar que no puedo predecir cómo se desarrollarán las cosas en las próximas semanas y meses, pero no debo rendirme. Tengo esperanzas en el futuro. Como decimos en árabe, ‘lo que viene es mejor que lo que se va’. Yemen se levantará de nuevo, un día, Insha'Allah (Si Dios quiere).


Editado por Taraneh Kelishadi, pasante de comunicación de ACNUR


Este artículo se publicó en su versión original en inglés en Medium.