Alza en las temperaturas amenaza medios de vida de población mauritana y personas malienses refugiadas
El lago Mahmouda, una importante fuente de agua y de alimentos para la población local y refugiada en Mauritania, se encuentra bajo amenaza mientras las hostiles condiciones climáticas hacen que su tamaño se reduzca.
Yahya Koronio Kona, un pescador maliense, sentado en su embarcación en el lago Mahmouda, Mauritania.
© ACNUR/Colin Delfosse
Yahya Koronio Kona conduce su canoa solemnemente a través de la vastedad de jacintos de agua que cubren la superficie del lago Mahmouda, al sur de Mauritania. Conforme se acerca a la orilla, el pescador maliense observa la pesca del día con desilusión: alrededor de veinte peces se retuercen en el piso de su canoa.
“Esperé dos días, y esto es todo lo que conseguí. Apenas alcanza para la venta en el mercado”, comentó el hombre de 42 años mientras señalaba los pescados.
Si bien esperaba obtener más, no le sorprende que la pesca sea pequeña. Para él, se debe al retraso en las lluvias y las altas temperaturas, que van en aumento y suelen llegar a 50°C.
En 2013, Yahya sintió los efectos del cambio climático en sus medios de vida, después de que el lago Faguibine, el más cercano a Goundam, su pueblo natal, se secó tras décadas de evaporación derivada de largos periodos de sequía desde 1970. Yahya se mudó a otro pueblo, donde aumentaron las tensiones entre las personas recién llegadas y las comunidades locales debido a que se tornó insostenible la demanda de recursos limitados en un entorno que se deterioraba con rapidez.
“Me preocupa que el lago se seque pronto. No sé qué haremos si eso ocurre”.
Los ataques armados y la falta de protección en el área lo obligaron a desplazarse hacia el sur; sin embargo, la situación en la zona también era volátil y, al poco tiempo (en 2019), tuvo que dirigirse a Mauritania, donde se instaló en la orilla del lago.
“No sé hacer otra cosa que no sea pescar. Es lo que aprendí desde que era pequeño”, comentó el padre de cuatro.
Miles de malienses han abandonado su país y sus hogares porque se secaron los lagos Faguibine, Kamangou y Gouber, lo cual les impide pescar, cultivar la tierra o tener ganado. A raíz de esta situación, combinada con la implacable inseguridad en el país (y en toda la región del Sahel), miles de malienses han cruzado la frontera a Mauritania y otros países vecinos (entre ellos, Níger y Burkina Faso).
Si bien Yahya esperaba encontrar mejores oportunidades en Mauritania, le preocupa encontrarse en una situación similar: el lago Mahmouda se seca con rapidez debido a las difíciles condiciones climáticas.
Alrededor del 90% del territorio de Mauritania se encuentra en el desierto del Sahara, lo cual lo hace particularmente vulnerable a la desertificación causada por largos periodos de sequía y ausencia de lluvias. Este año, llovió muy poco durante la temporada de lluvias, que suele comenzar en junio y terminar en septiembre.
“Me preocupa que el lago se seque si no llueve pronto. No sé qué haremos si eso ocurre”, comentó Yahya.
Otras personas de Malí (alrededor de 1.200 viven cerca del lago) concuerdan en que las cosas empeorarán si llegan más compatriotas, lo cual aumentaría la presión sobre los ya limitados recursos, que deben compartir con comunidades nómadas de Mauritania, las cuales tienen grandes rebaños cerca del lago.
Yahafzou Ould Haiballa, un pastor mauritano de 57 años que proviene de Suleyman, un pueblo cercano, suele pasar por el pueblo pesquero mientras lleva a su rebaño a pastar y beber agua del lago. Yahafzou Ould Haiballa nació y creció en la zona. Ha sido testigo del crecimiento poblacional (sobre todo desde 2015, año en que llegó el primer grupo de pescadores de Malí).
“He vivido aquí toda mi vida, y nunca había visto una situación tan dura”, indicó.
Añadió que ha sido cordial la relación entre la comunidad local y las personas que han llegado de Malí a asentarse en las orillas del lago con el paso de los años.
“Hemos vivido con malienses por mucho tiempo. Ha nacido como una especie de hermandad”, señaló. “No suelo comer pescado porque no forma parte de nuestra cultura, pero, desde que llegaron, he tratado de hacerlo”.
Al igual que Yahya, a Yahafzou le preocupan los cambios en las condiciones climáticas.
“Las cosas empeorarán, y el lago quizás desaparezca si no llueve”, expresó.
Mientras la crisis climática se agrava, y conforme aumenta el número de malienses que llega a Mauritania, resulta esencial que cuenten con medios de vida para permanecer en el país, cuidar su bienestar, y llevar una vida digna y sostenible.
“Se está acabando el tiempo. Debemos hacer algo ahora”.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, colabora con autoridades locales para abordar el predicamento en el que se encuentran tanto las personas refugiadas como las comunidades que les han dado acogida. La Agencia tiene previsto empezar a registrar las llegadas de Malí en el área, así como facilitar el acceso a servicios básicos, como atención médica, educación y protección para las personas en mayor situación de vulnerabilidad (la mayor parte de las cuales son mujeres, niñas y niños).
Alrededor del 80% de las personas desplazadas en el mundo provienen de países que se encuentran inmersos en la emergencia climática. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26) en Glasgow, ACNUR advierte que, en lugares como Mauritania y el resto del mundo, el costo humano de la crisis climática ya se ha hecho presente; en consecuencia, el desplazamiento ha aumentado y la vida de las personas desplazadas es ahora más difícil.
Poco antes de la COP26, Andrew Harper, el Asesor Especial sobre Acción Climática de ACNUR, viajó a Mauritania y visitó el lago Mahmouda y el campamento de refugiados de Mbera, a 60 kilómetros de la frontera con Malí.
Durante su visita, las personas refugiadas, la población de Mauritania y las autoridades locales le hicieron ver que el cambio climático ha transformado la región, lo cual ha provocado pobreza e inseguridad alimentaria en comunidades que ya se encontraban en situación de vulnerabilidad.
“Las personas que viven alrededor del lago no solo han huido del conflicto en su país, sino también de condiciones climáticas cuyo impacto es cada vez más hostil porque los lagos donde estas personas solían pescar están desapareciendo”, señaló. “Saben mejor que nadie que se está acabando el tiempo. Debemos hacer algo ahora”.
Harper exhortó a líderes y lideresas del mundo a ayudar a las comunidades y a los gobiernos que se enfrentan al peor impacto del cambio climático a pesar de no haber contribuido al desarrollo de la crisis, y que tienen menos posibilidades de adaptarse, o bien, corren el riesgo de encontrarse en medio de conflictos y situaciones de desplazamiento derivadas de las condiciones climáticas.
“Suplico que los Estados más desarrollados encuentren soluciones y fondos para los gobiernos y las comunidades que injustamente han sufrido afectaciones por la crisis climática”, indicó al tiempo que añadía: “Debemos invertir también en la creación de paz y no esperar a que estallen los conflictos”.
Andrew Harper también pidió esfuerzos colectivos para avanzar con rapidez en la construcción del Gran Muro Verde, una iniciativa de reforestación cuyo propósito es edificar una barrera de ocho kilómetros de largo para combatir la degradación ambiental y la sequía en el Sahel, que también atravesará la zona del lago Mahmouda.
“El proyecto debe activarse inmediatamente. No hay tiempo que perder”, indicó. “Debemos desarrollar habilidades en los ministerios correspondientes e involucrar a las comunidades por las que pasará el Gran Muro Verde”.
“Seremos felices mientras tengamos alimentos y vivamos en paz”.
Al aumentar la inversión en viveros y energías renovables, las poblaciones que actualmente obtienen ingresos de la destrucción de una frágil cubierta de árboles tendrán un futuro “mucho más digno y sostenible gracias a la inversión en entornos que se encuentran bajo amenaza”, añadió.
El pueblo pesquero de Yahya se llena de vida momentáneamente mientras los contenedores de pescado se cargan a un pequeño vehículo que se dirige a los mercados locales y, quizás, a la frontera con Malí. Las ganancias que se obtengan se traducen en una fuente de alivio a corto plazo para las comunidades.
Yahya extraña la vida en su pueblo natal, donde, antes de la sequía, contaba con un flujo constante de ingresos gracias a la pesca, gracias a su pequeña granja y, sobre todo, gracias a la paz.
De momento, solo quiere concentrarse en construir un futuro en el que haya más certidumbre.
“Ruego por que llueva pronto para que podamos seguir pescando y cuidando de nuestras familias”, comentó. “Seremos felices mientras tengamos alimentos y vivamos en paz”.
Para donar a la acción climática de ACNUR, dar clic aquí.