La incertidumbre comienza a disiparse para dos hermanas ucranianas que huyen de la guerra

Antonina y Natasha llegaron a Eslovaquia sin un plan. Al anochecer, con la ayuda de ACNUR, tienen un lugar donde alojarse y esperanza en el futuro.

Antonina Kunchenko (a la izquierda), de 62 años, y Natasha Titova, de 59, en un albergue para personas refugiadas ucranianas en la Universidad de Prešov, Eslovaquia.
© ACNUR/Balazs Horvath

Dos mujeres con impermeables de colores fluorescentes destacan entre la multitud de personas refugiadas que cruzan la frontera entre Ucrania y Eslovaquia. Antonina Kunchenko, de 62 años, y Natasha Titova, de 59, son hermanas que han huido de los combates en el este de Ucrania. Llegan una mañana de primavera a Eslovaquia sin saber qué hacer.


Viudas antes de la guerra, las dos hermanas dejaron atrás a hijos y nietos.

Lo primero que hace Antonina es llamar por teléfono a uno de sus hijos en Ucrania, y después rompe en llanto. Natasha cuenta: “Mi casa fue destruida. No hay nada por qué volver. No sabemos a dónde vamos a ir”.

En la frontera, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus ONG socias están presentes para ofrecer información que ayude a las personas refugiadas a orientarse. “Nuestra tarea es ayudarlas a orientarse lo más rápido posible”, explica Tala Budziszewski, una trabajadora de ACNUR asignada como parte de la respuesta de emergencia.

“No hay nada por qué volver”.

Antonina y Natasha reciben rápidamente información. Un folleto de ACNUR advierte en ucraniano de posibles estafas. “Toda la ayuda humanitaria es gratuita”, subraya. Los voluntarios les guían hasta un autobús gratuito.

Un hombre uniformado – uno de los miembros de un grupo de bomberos eslovacos que ayudan en la frontera – empuja el equipaje de las hermanas en un carrito de supermercado hasta el autobús. El conductor pertenece a la comunidad local y es quien normalmente lleva a los turistas de excursión.

“Hay muchas personas de todas las clases sociales que están ayudando. La respuesta de la sociedad eslovaca ha sido extraordinaria”, señala Jovica Zarić, responsable del equipo de la operación de ACNUR al este de Eslovaquia.

El autobús lleva a Antonina y Natasha desde el pueblo fronterizo de Vyšné Nemecké hasta la cercana ciudad de Michalovce. Durante el camino, las hermanas empiezan a revivir su terrible experiencia.

Vienen de Sievierodonetsk, en la provincia de Lugansk. Pasaron un mes en un sótano resguardándose de los bombardeos antes de atender a la llamada de su gobernador para evacuar. “Este era mi edificio. Acababa de renovar mi apartamento”, recuerda Natasha, mostrando una foto de un bloque de apartamentos ennegrecido.

“Nuestra hermosa ciudad”, añade Antonina, “la piscina, la escuela de música Prokofiev...”. Y se calla. La vida de las hermanas ha quedado destrozada.

Han trabajado duro toda su vida – Antonina en una planta química, Natasha como gerente de un supermercado – y esperaban una jubilación cómoda. Sin embargo, emprendieron un viaje de tres días por Ucrania para ponerse a salvo.

En Úzhgorod, al oeste de Ucrania, donde pasaron un par de noches en casa de unos amables desconocidos, adquirieron su llamativa vestimenta en una tienda de segunda mano: una chaqueta rosa para Natasha, un impermeable naranja y un forro polar verde lima para Antonina.

“Habíamos ido de negro todos estos días”, comenta Antonina. “Decidimos que era hora de ser brillantes y positivas”.

El autobús eslovaco las lleva a Michalovce, donde un pabellón deportivo se ha convertido en un centro de recepción para personas refugiadas. Las hermanas observan filas de camas de campamento con mantas del ejército; afuera hay tiendas de campaña con personal y voluntarios que ofrecen apoyo psicológico, chipping para mascotas, tarjetas SIM eslovacas. Todos los servicios son gratuitos.

The Slovak minibus delivers them to Michalovce, where a sports hall has been turned into a registration centre for refugees. The sisters eye rows of camp beds with army blankets; outside are tents with staff and volunteers offering psychological support, on-the-spot chipping for pets, Slovak SIM cards. All the services are free.

Se dirigen al primer mostrador y salen con cara de desconcierto. “Otro folleto”, señala Natasha. “Sinceramente, sentimos un leve pánico. Me temo que nos vamos a quedar sin hogar”. No saben dónde dormirán esta noche.

Necesitan una pausa para pensar y algo de comer. Sacan sándwiches que han traído de Ucrania, el pan grueso y reconfortantemente familiar. El té caliente de la tienda de comida eslovaca las anima. El personal de ACNUR está a su disposición para ayudarlas a analizar sus opciones, de acuerdo con la política de Rendición de Cuentas del ACNUR a las Personas Afectadas (AAP, por sus siglas en inglés), lo que significa trabajar con las personas refugiadas y capacitarlas para que tomen sus propias decisiones con conocimiento de causa.

La gran pregunta es si deben solicitar protección temporal en Eslovaquia. “Si lo hacemos, ¿podemos volver a Ucrania cuando sea seguro de nuevo?”. La respuesta es sí.

Antonina tiene buenos recuerdos de unas vacaciones en Praga. “Si lo solicitamos aquí, ¿podemos pedirlo después en la República Checa?”. Se enteran de que solo pueden tener protección temporal en un país de la Unión Europea. Comprometerse con Eslovaquia les abrirá las posibilidades de alojamiento y apoyo aquí de inmediato.

¿Y qué quieren hacer las hermanas? “Trabajar”, responde Natasha. “No tenemos dinero. A nuestra edad y hablando solo ruso, nuestras posibilidades no son amplias, pero estamos dispuestas a hacer cualquier cosa. A mi hermana se le da bien coser”.

“¿Quizás podríamos trabajar en turismo?”, pregunta Antonina.

Ella es la soñadora. Natasha es organizada y práctica. “Tenemos temperamentos diferentes, pero nunca nos peleamos#, asegura Natasha. “Gracias al cielo que nos tenemos la una a la otra”, añade Antonina.

Después de comer los últimos pedazos de sus sándwiches ucranianos, toman una decisión.

“¿Vamos a ir de país en país?”, pregunta Antonina.

“No”, contesta Natasha, “vamos a quedarnos aquí”.

“Gracias al cielo que nos tenemos la una a la otra”.

Las hermanas se dirigen a la sala donde la policía eslovaca está recibiendo las solicitudes. El proceso dura menos de una hora. Para la hora del té, las hermanas tienen un estatus de protección temporal y un lugar a donde ir. Han sido aceptadas en un albergue de la ciudad de Prešov, a otra hora de camino.

Forman parte de las 65.000 personas ucranianas que han solicitado protección en Eslovaquia, mientras que 257.000 han seguido su camino hacia otros destinos.

Al anochecer, llegan a una escuela, convertida por las autoridades regionales con ayuda de los estudiantes ucranianos de la Universidad de Prešov, en un albergue para personas refugiadas. Les enseñan un dormitorio compartido, pero con agradables edredones limpios. “Es tranquilo”, comenta Antonina, viendo hacia el patio.

Natasha empieza a deshacer la maleta; primero sacan sus pantuflas.

“Vamos a explorar la ciudad durante el fin de semana de Pascua”, anuncia Antonina. “Y luego”, agrega Natasha, “empezaremos a buscar trabajo”.

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