Las personas somalíes refugiadas y desplazadas luchan por recuperarse mientras el cambio climático provoca nuevas amenazas
El ciclón Gati es solo la última catástrofe que ha afectado a Somalia. Las comunidades de todo el país luchan por recuperarse de un clima extremo combinado con décadas de conflicto.
Hace más de siete años que Ayan Muude Adawe se trasladó a la ciudad costera de Bossaso, en la región nororiental de Puntlandia, tras huir de la sequía en Etiopía. Adaptarse a la vida ahí fue una lucha diaria, pero el impacto del ciclón Gati, que azotó Somalia el noviembre pasado, puso a prueba los límites de su resiliencia.
La tormenta tropical, que fue la más fuerte registrada en el país, tocó tierra el 22 de noviembre en la región de Bari, en Puntlandia, donde se encuentra Bossaso, y trajo consigo la lluvia de dos años en pocos días. Afectó a más de 180.000 personas y dejó al menos nueve fallecidas.
“Nunca estuve preparada para una tormenta tan devastadora”.
“Nunca estuve preparada para una tormenta tan devastadora”, recordó Ayan. “El agua de la inundación destruyó nuestro alojamiento y se llevó nuestras pertenencias. Nos evacuaron a la mañana siguiente, pero mi hijo de cuatro meses enfermó y murió al día siguiente. Tenía frío y no podía respirar”.
Los fenómenos meteorológicos extremos, como los ciclones, solían ser relativamente raros en Puntlandia, pero a medida que el cambio climático altera los patrones meteorológicos, se han vuelto más frecuentes y ahora ocurren casi anualmente. En toda Somalia, las comunidades ya devastadas o desplazadas por el conflicto interno de décadas en el país, se enfrentan a una catástrofe tras otra, con poco tiempo o recursos para recuperarse entre uno y otro. Las inundaciones causadas por el exceso de lluvia se alternan a menudo con la sequía causada por la escasez.
De acuerdo con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, el año pasado, los ciclones y las inundaciones desplazaron a más de 1,3 millones de personas somalíes, superando en número a las personas desplazadas por la sequía o el conflicto. Este año, muchas zonas del país están sufriendo condiciones de sequía extrema y escasez de agua, mientras que otras se han visto afectadas por fuertes lluvias e inundaciones repentinas. Entre enero y junio, 68.000 personas fueron desplazadas por la sequía y otras 56.500 por las inundaciones. A esto debe añadirse las 359.000 personas que se vieron obligadas a huir del conflicto y la inseguridad, de acuerdo con las cifras de la ONU.
“Las causas de los desplazamientos son multifacéticas”, comentó Johann Siffointe, representante de ACNUR en Somalia. “El año pasado, la mayoría de los desplazamientos que registramos estaban relacionados principalmente con el clima, pero es difícil separar los desplazamientos que se relacionan con el clima, del contexto de inseguridad de Somalia”.
El número de personas desplazadas internas en Somalia ha aumentado hasta unos 2,9 millones, y la gran mayoría vive en más de 2.000 campamentos repartidos por todo el país. La mayoría son alojamientos improvisados, construidos en terrenos privados donde los residentes viven en condiciones lamentables con la amenaza constante de ser desalojados.
Ayan vive en uno de estos alojamientos cerca de la orilla del mar en Bossaso, que acoge a más de 144.000 personas desplazadas, obligadas a dejar otras partes del país debido al conflicto y los desastres naturales.
El alojamiento es propenso a las inundaciones, pero su proximidad al centro de la ciudad ofrece oportunidades de trabajo de las que dependen sus habitantes.
“Fui desplazada varias veces por las fuertes lluvias, pero seguí regresando a este campamento porque quiero estar más cerca de una zona donde pueda encontrar un trabajo”, señaló Ayan, a quien le quedan dos de sus hijos.
Antes de huir de Etiopía, Ayan era agricultora en la región de Somalia. Cultivó maíz, sésamo y verduras hasta que las recurrentes sequías la obligaron a cruzar la frontera con Somalia.
Ahora se gana la vida lavando ropa para las familias de la ciudad cercana.
“No puedo dedicarme a la agricultura aquí. Sencillamente, no tengo ni la tierra ni los recursos para hacerlo”, resaltó. “Dependo de hacer trabajos domésticos, como lavar ropa, para llevar comida a la mesa de mis hijos. A veces consigo algo y muchas veces no”.
Una situación similar se da en el caso de las personas desplazadas que viven en alojamientos en ciudades de todo el país. Proporcionan mano de obra barata en el sector informal, pero son vulnerables a los abusos, al desalojo y a ser desplazadas repetidamente por inundaciones y tormentas.
ACNUR, junto con otras agencias humanitarias, colabora estrechamente con el gobierno para proporcionar servicios básicos a las personas desplazadas, como alojamiento, atención de salud y educación. Tras el ciclón Gati, ACNUR envió vía aérea artículos de primera necesidad a las zonas más afectadas de la región de Bari para apoyar a quienes, como Ayan, sufrieron el impacto de la catástrofe.
Pero los recursos no son suficientes y preocupa que los imprevisibles patrones meteorológicos, causados por el cambio climático, empeoren las condiciones de las personas ya vulnerables y desplazadas.
Las inundaciones del año pasado han contribuido a las plagas de langostas del desierto que han destruido las cosechas, y las perspectivas para el resto de este año son aún más sombrías. La ONU ha pronosticado que la pandemia de COVID-19, combinada con las perturbaciones climáticas y las langostas del desierto, hundirá a más de 2,8 millones de somalíes en una situación de inseguridad alimentaria extrema para septiembre de 2021.
ACNUR está trabajando con el gobierno y otros socios para apoyar a las comunidades a resistir mejor los choques relacionados con el clima cuando estos ocurran.
“Además de las respuestas de emergencia para salvar vidas, ACNUR se esfuerza por aumentar la resiliencia de las personas para que puedan resistir las crisis recurrentes”, expresó Johann Siffointe de ACNUR. “Por ejemplo, ofrecemos programas de medios de vida y educación, y actualmente en Bossaso, estamos trabajando con nuestros socios para reubicar a las personas vulnerables de un alojamiento propenso a las inundaciones para las personas desplazadas internas, a un sitio seguro donde se les proporcionará un refugio transitorio”.
“Todo el mundo se centra en las intervenciones a corto plazo”.
El año pasado, la ONU nombró a Christophe Hodder, asesor en materia de clima y seguridad, para la misión de mantenimiento de la paz en Somalia (UNSOM), el primer nombramiento de este tipo a nivel mundial. El papel de Hodder es hacer que el análisis de los conflictos y de las intervenciones relacionadas sea más sensible al tema climático, y al mismo tiempo asegurar que las cuestiones relacionadas con el cambio climático sean más sensibles a los conflictos.
Estos enfoques requieren intervenciones y soluciones a largo plazo, mientras que “todo el mundo se centra en las intervenciones a corto plazo”, señaló Hodder.
“Este año pedimos 1.090 millones de dólares (USD) para la respuesta humanitaria y sólo tenemos 20 millones de dólares (USD) comprometidos para las inundaciones y la mitigación a largo plazo, por lo que hay una gran brecha entre la implementación a corto plazo y el pensamiento a largo plazo en torno a las soluciones”.
Ayan ha sopesado la posibilidad de volver a Etiopía a medida que las condiciones en Bossaso se vuelven más duras. “Creo que volvería si tuviera dinero para comprar equipos adecuados para mi granja”, comentó. “Aunque la sequía también puede volver en cualquier momento y ahora nos enfrentamos a la invasión de langostas”.