"¡Mi sueño por fin se ha hecho realidad!"
La estudiante sudanesa Raba Hakim cumple el sueño de toda su vida de ir a la universidad, gracias a una beca de la Fundación MasterCard.
Raba Hakim posa para una foto afuera de su alojamiento en la Universidad Internacional de los Estados Unidos en África, en Nairobi, Kenia.
© ACNUR/Samuel Otieno
La enorme sonrisa en su rostro lo dice todo: el 16 de septiembre fue el día más emocionante en la vida de Raba Abdurahim Hakim, cuando tomó un vuelo con destino a Nairobi, Kenia para comenzar una nueva etapa.
Esta estudiante sudanesa de 22 años se dirigía a la Universidad Internacional de los Estados Unidos en África (USIU-África), donde estudiará una licenciatura en psicología, gracias a una beca de la Fundación MasterCard.
“¡Estoy tan feliz de que mi sueño por fin se ha hecho realidad!”, sonrió mientras se despedía de su padre, momentos antes de su partida de su modesta casa en el campamento de refugiados de Tongo, en Etiopía.
El Programa de Becas de la Fundación MasterCard está abierto a personas refugiadas de varios países del mundo, incluida Etiopía, donde pueden solicitarlo jóvenes refugiadas como Raba y estudiantes de la comunidad local que estén “motivadas y sean potenciales creadoras de cambio con un fuerte compromiso para mejorar su comunidad”.
“Estoy lista para aprender nuevas habilidades, hacer nuevas amistades y prepararme para un futuro”.
“Estoy lista para aprender nuevas habilidades, hacer nuevas amistades y prepararme para un futuro que me permita volver a Sudán algún día y ayudar a mi gente”, expresó.
Para Raba, la oportunidad llega después de un desafiante viaje educativo.
Nacida de padres refugiados en Etiopía, empezó a ir a la escuela en el campamento de refugiados de Sherkole, donde la enseñanza es en inglés. A los ocho años, su familia regresó a su pueblo en el estado sudanés del Nilo Azul, donde tuvo que repetir el primer grado porque el plan de estudios se impartía en árabe.
“Intenté ponerme al día con otros estudiantes que conocían muy bien tanto el árabe como su lengua materna, el funj”, recuerda.
Raba tenía 10 hermanos y recuerda cómo en ese momento su padre Abdurahim Hakim, carpintero, insistía constantemente en que “todos los niños deben ir a la escuela”.
Pero cuando el conflicto estalló en el Nilo Azul en 2011, sus vidas se vieron alteradas una vez más.
“Un avión lanzó bombas y murieron seis de nuestros vecinos”, comentó.
Toda la familia se escondió en el monte alrededor de un mes, sobreviviendo con los alimentos que sus padres consiguieron tras volver a casa a toda prisa cuando el avión había abandonado temporalmente la zona. Aunque el final del Ramadán es una fiesta importante para todo musulmán, Raba no recuerda “nada que celebrar” en ese momento.
Temiendo por sus vidas, la familia caminó por tierra hasta Etiopía, llegando a Kurmuk, donde la recepción es gestionada por la Agencia Etíope para Asuntos de Refugiados y Retornados, y ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Unos días después, la familia fue trasladada al campamento de refugiados de Tongo, donde aún viven.
Raba cree que su vida en el campamento reforzó su decisión de tener éxito en los estudios.
“A menudo me levantaba a las 4:00 a.m. para hacer mis tareas y me iba a la escuela a las 6:00 a.m.”, explica, y añade que se iba a la escuela después de cocinar para sus nueve hermanos menores.
La escuela secundaria a la que asistía estaba a media hora a pie, y por las noches estudiaba de nueve a once en la habitación que compartía con sus dos hermanas.
Su padre ahora está muy orgulloso.
“Raba es una buena niña, ya que no solo cuida de sus hermanos menores, sino que los anima a ir a la escuela”, asegura Abdurahim.
De acuerdo con el informe anual de educación de ACNUR, sólo el 5 por ciento de las personas refugiadas acceden a la educación superior en todo el mundo y la cifra es aún más baja para las niñas refugiadas. ACNUR se propone aumentar esta cifra hasta al menos el 15 por ciento para el año 2030.
Los profesores de Raba y su padre la mantuvieron motivada y siguió estudiando en casa. Al comenzar el nuevo año, estaba preparada para los exámenes finales nacionales, más aún, siendo la única estudiante refugiada del campamento que se presentaba a los exámenes.
“Cuanto más avanzaba en la escuela, menos niñas encontraba en el aula”.
“Cuanto más avanzaba en la escuela, menos niñas encontraba en el aula”, recordó, y añadió que sabe de niñas que abandonaron los estudios y se casaron con tan solo 13 o 14 años.
“Eso no es bueno. La escuela es donde aprendes más sobre ti mismo, sobre la vida en general y donde tu mente crece”, añadió.
En su tiempo libre, trabajaba como consejera en el centro de bienestar para mujeres y niñas del campamento, dirigido por el Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés). Durante sus reuniones, hablaba a las demás de la importancia de ir a la escuela.
Como preparación para sus nuevos estudios, Raba asistió a sesiones de orientación en línea durante dos semanas. Ahora, ha comenzado sus clases de inglés en Nairobi y ya se ha instalado con dos compañeros de habitación congoleños en su dormitorio.
Muchas personas en Etiopía están orgullosas de su logro, incluyendo a Mistre Teklesilassie, Oficial del Programa de Niñas Adolescentes del IRC en Tongo.
“Raba es un modelo para otras mujeres y niñas del campamento”, aseguró. “Tenemos cuatro chicas que se presentarán a la final el próximo año y su éxito realmente las ha inspirado”.