El derecho a la educación también viaja con las niñas y niños que llegan a México.
Sentado en un escritorio improvisado en un rincón de la casa, Javier Suárez de ocho años termina una de sus clases a distancia. Se despide de sus compañeros con quienes cursa el tercer grado de primaria en una escuela local en Aguascalientes, Mexico. Su hermanito de seis, Daniel, apoyado por su mamá también cierra su computadora portátil y nos presta atención. Por la pandemia su escuela ahora está en su casa.
Son venezolanos, su madre Jacdirisbeth del Valle y su esposo llegaron con ellos a México hace tres años huyendo de la precaria situación en su país donde carecían de acceso a servicios básicos como alimentación, agua, salud, educación. Hicieron muchos esfuerzos para sobrevivir en Venezuela, pero las dificultades los forzaron a dejar su país y finalmente recomenzar sus vidas en México donde ya viven como refugiados.
“En Venezuela no hay ni agua, ni los hospitales funcionan. Me tocó hacer filas para conseguir algo de comida y poder alimentar a mis hijos. Por esto, salimos rumbo a Bogotá, en Colombia, donde estuvimos varios meses, pero no encontrábamos trabajo y nunca pudimos estabilizarnos. Incluso tuve que trabajar en semáforos vendiendo bebidas energéticas para poder brindar apoyo económico a favor de mis hijos”, dijo la madre mientras tomaba en brazos al más pequeño.
Daniel está en su primer año de primaria y pese a la pandemia disfruta mucho tomar sus clases, sobre todo las deportivas. La compañía de su hermano y de su mamá, sus juguetes y el ambiente en casa le hacen sentir seguro y le propician un entorno positivo para aprender. Tanto Daniel como Javier están claros de sus aspiraciones, saben que conseguirán cumplirlas si siguen tomando sus clases y se preparan, como dicen ellos, para ser mejores.
Al igual que la familia Suárez, Mariana García, su mamá y su hermana se vieron forzadas a dejar su comunidad en Guatemala, donde sufrían el acoso de las pandillas conocidas como maras. Para evitar el reclutamiento forzado de la pandilla, esta familia monoparental decidió dejarlo todo atrás y cruzar la frontera hacia México para salvar sus vidas.
Luego de haber sido reconocidas como refugiadas, la familia García fue beneficiaria del programa de integración local implementado por ACNUR en México que busca ofrecer mejores oportunidades para su integración a las personas refugiadas. Fueron reubicadas a otra localidad, se apoyó a la madre a conseguir un empleo, y se facilitó su inclusión en temas educativos, culturales y sociales en la comunidad que les recibió.
Al igual que Javier y Daniel, Mariana sigue las clases a distancia a través del televisor o de su celular. “Hago tareas, tengo que tomarles fotos a mis tareas y se las mando a la maestra. Para mí es muy importante seguir estudiando. Me gustaría convertirme en veterinaria, porque me gustan mucho los animales. Tengo un gato que se llama Jade y un perro que se llama Nico”, cuenta sonriendo Mariana.
El caso de Mariana, Javier y Daniel es similar al de otros 1200 niñas y niños que abandonaron sus estudios de educación primaria forzosamente al huir de sus hogares junto a sus familias pero que ahora se encuentran registrados en escuelas primarias de México, gracias a las gestiones de autoridades educativas y el acompañamiento del ACNUR y sus donantes.
La meta de ACNUR es que niñas y niños, tanto refugiados como solicitantes de asilo, tengan acceso a educación primaria equitativa y de calidad en México, darles las herramientas básicas para adquirir habilidades que les permitan integrarse a los contextos donde residen, además de monitorear su permanencia en el sistema educativo una vez inscritos, facilitar su transición en la escuela y garantizarles su derecho pleno sin importar de donde vengan.
“Mi materia favorita es matemáticas, porque me gusta sumar. Bueno, porque la maestra me enseñó a sumar, aunque no sé muy bien las multiplicaciones. Prefiero estudiar desde casa porque cuando termino puedo jugar. Me gusta estudiar de nuevo porque puedo aprender cosas, para que en momentos difíciles pueda cumplir mis sueños y para tener una casa. Quiero ser reparador de autos”, comenta Javier, mientras que su hermanito Daniel sonriendo dice que le gustan los robots.
Javier Suárez