Lo que necesitas para estar abrigado

Lo que necesitas para estar abrigado

Una papa asada en una noche de invierno para que te caliente las manos o te queme la boca.
Una manta tejida por las manos expertas de tu madre. O las de tu abuela.
Una sonrisa, una caricia, cariño, cuando regresas de la nieve
o vuelves a ella, con las puntas de las orejas enrojecidas y congeladas.

El tintineo de los radiadores de hierro resonando en una casa vieja.
Despertar de los sueños en una cama, escondido debajo de las mantas y de los edredones,
pasar de tener frío a tener calor es todo lo que importa, y piensas
sólo un minuto más acurrucado aquí antes de enfrentar el frío. Sólo uno.

Los lugares donde dormíamos de niños: llenan de calor nuestros recuerdos.
Es un viaje hacia adentro. Hacia las llamas anaranjadas de la chimenea
o la leña que se quema en la estufa. Empañas las ventanas con tu aliento,
haces un garabato con un dedo, lo borras con tu mano.

La escarcha en el suelo que permanece en la sombra, está esperándonos.
Ponte una bufanda. Un abrigo. Un suéter. Ponte medias. Y guantes cálidos.
Un bebé duerme entre nosotros. Una estampida de perros,
una familia de gatos y gatitos. Entra. Ahora estás a salvo.

Una tetera hirviendo en la estufa. Tu familia o amigos están ahí. Sonríen.
Cacao o chocolate, té o café, sopa o ponche, lo que sientes que necesitas.
Un intercambio de calor, te lo dan, tomas la taza
y empieza el deshielo. Entretanto, afuera, para algunos de nosotros el viaje comenzaba
dejamos la casa de nuestros abuelos
los lugares que conocíamos de niños: cambiamos de estado y de estado y de estado,
atravesamos desiertos pedregosos, desafiamos aguas profundas,
mientras la comida y los amigos, la casa, una cama, incluso una manta, se convierten sólo en recuerdos.

A veces sólo hace falta que un desconocido, en un lugar oscuro,
nos preste una bufanda mal tejida, nos ofrezca una palabra amable, para decirnos
que tenemos derecho a estar aquí, para darnos calor en la estación más fría.

Tienes derecho a estar aquí.