"Hemos encontrado paz, estabilidad y calidad de vida"
Madres refugiadas venezolanas vuelven a empezar en el norte de México.
La abuela Magdalena* recuerda la desesperación que sintió cuando huyó de Venezuela a los 60 años.
Escapando de la inseguridad, el caos político y la escasez generalizada, en medio de la pandemia de la COVID-19, buscó protección en México con su hija Mariana y sus dos nietas en edad escolar.
Tenía la presión arterial muy alta y graves problemas digestivos. Además, no había acudido al médico en un año y tenía ansiedad. Las hijas de Mariana – una de ellas dentro del espectro del autismo – estaban fuera de la escuela y tenían dificultades.
“Llegamos de Venezuela traumatizadas. Primero, por la inseguridad; luego, porque no había comida ni medicinas... te daba miedo enfermarte”, comentó.
Afortunadamente, la ayuda estaba al alcance de la mano. La familia recibió asistencia tras presentar una solicitud de asilo ante la COMAR, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, y una ayuda económica temporal de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, mientras se adaptaban a Tijuana.
“Me gusta mi casa, me gusta donde vivo, me gusta lo que hago, me gusta mi nuevo futuro”.
Con acceso a la atención de salud, Magdalena recibió la que necesitaba y sus afecciones están bajo control. También fue vacunada contra la COVID-19.
Por su parte, la hija mayor de Mariana recibió medicación para controlar su autismo, y ambas niñas están inscritas en escuelas ordinarias de Tijuana, una floreciente ciudad fronteriza en el extremo noroeste de México, donde cuentan con apoyo docente.
“Hemos encontrado paz aquí, hemos encontrado estabilidad, incluso emocional, y calidad de vida”, señaló Magdalena, quien ejerció como abogada y enseñó en una universidad de Venezuela. “Esto llegó justo en el momento en que lo necesitábamos”.
Un año y medio después de su llegada, viven en una casa en un fraccionamiento cerrado con seguridad las 24 horas del día, a la vista de la elevada y oxidada valla fronteriza de Estados Unidos, y han vuelto a conectar con su familia que vive y trabaja al otro lado, en California.
Mariana, de 36 años, dice sentirse tranquila al poder ayudar a sus hijas, de nueve y ocho años, a retomar sus vidas. “Me gusta que mis dos niñas, a pesar de todas las circunstancias, me digan: 'Mamá, me gusta mi casa, me gusta donde vivo, me gusta lo que hago, me gusta mi nuevo futuro'”.
Mientras se instalan, Magdalena y Mariana – quien también es abogada – planean buscar la residencia permanente en México, conseguir que sus títulos sean reconocidos, y empezar a retribuir al país que las acoge y les da una nueva vida.
“No sólo tenemos derechos, tenemos obligaciones... tenemos que contribuir”, expresó Mariana. “Queremos crecer y queremos que el país también crezca, con nuestra experiencia y conocimiento”.
Magdalena imagina un futuro enseñando derecho en una de las varias universidades de esta ciudad de dos millones de habitantes. “Tengo muchas esperanzas en el futuro... Me siento muy optimista”, aseguró. “Siento renacer”.
En lo que va del año, se han registrado en la COMAR más de 61.000 personas que huyen de la violencia y la persecución desde varios países, cerca de 20.000 más que las que se registraron en todo 2020. La mayoría son mujeres, niñas y niños, una gran proporción de quienes llegó sin compañía.
“Las mujeres refugiadas pueden ser extremadamente vulnerables cuando se ven obligadas a huir a otro país, sin embargo, a cada paso demuestran su fuerza y resiliencia”, comentó Dagmara Mejía, Jefa de Unidad de Terreno de ACNUR en Tijuana. “Nuestro objetivo es asegurarnos de que las personas están a salvo, de que están informadas de sus derechos, y les damos el apoyo que necesitan para empezar de nuevo. Luego, ellas hacen el resto por sí mismas”.
La ayuda que brindan ACNUR y sus socios va desde la asistencia jurídica hasta la provisión de alojamiento, apoyo médico, atención psicológica y asesoramiento. La agencia también proporciona ayuda económica limitada y temporal mientras se instalan, así como becas que les permiten continuar con su educación.
“No se rindan. Sigan luchando por lo que quieren y por lo que dejaron en su país”.
Al otro lado de Tijuana, Gisella, de 41 años, es otra madre refugiada que sigue adelante con su vida después de un comienzo inestable.
Cinco años después de huir de Venezuela, tiene la condición de refugiada y estudia un máster en derecho con la ayuda de una beca de ACNUR. Espera graduarse dentro de seis meses y poder ejercer la abogacía en México, preferiblemente en el ámbito de la protección de las personas refugiadas.
“El apoyo que he recibido ha sido realmente fundamental para poder seguir desarrollándome... para realizarme profesionalmente”, comentó en la sala de la pequeña casa donde vive con su hijo de 10 años.
Mientras imagina el futuro, tiene un mensaje de esperanza para otras personas refugiadas recién llegadas.
“No se rindan. Sigan luchando por lo que quieren y por lo que dejaron en su país", expresa con un tono de voz fuerte.
“Pueden hacerlo. Este país tiene muchas oportunidades. Sigan luchando por conseguir lo que quieren, por triunfar, por superarse... es posible”.
*Los nombres de las personas refugiadas han sido cambiados por motivos de protección.