La crisis de la COVID-19 brinda lecciones sobre cambio climático a las personas refugiadas

La respuesta mundial a la pandemia de COVID-19 ofrece información sobre cómo aliviar el impacto del cambio climático sobre las poblaciones desplazadas, dice Gillian Triggs, de ACNUR.

El cambio climático y las precipitaciones irregulares fuerzan a niñas y niños refugiados a recorrer varios kilómetros para conseguir agua.
© ACNUR/Oualid Khelifi

La pandemia de COVID-19 puede contemplarse como una prueba de la preparación del mundo ante la emergencia para dar respuesta a los impactos del cambio climático, en especial sobre las poblaciones más vulnerables tales como las personas refugiadas y desplazadas internas, tal y como se comentó el miércoles en una reunión virtual organizada por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.


“La COVID ha sido una verdadera llamada de atención y nos ha mostrado que algunas emergencias nos van a afectar a todos a nivel mundial, y que debemos colaborar para resolverlas”, dijo Gillian Triggs, Alta Comisionada Auxiliar para la Protección del ACNUR, a los participantes en una sesión en línea del Diálogo del Alto Comisionado sobre los Desafíos de la Protección, que se celebra una vez al año.

No obstante, al contrario que la pandemia actual que ha visto cómo los gobiernos adoptaban medidas rápidamente para controlar el avance y aliviar los impactos social y económico, Triggs alerta de que la crisis climática no se está abordando con el mismo sentido de urgencia.

“Tanto el cambio climático como la pandemia de COVID traspasan fronteras y amenazan millones de vidas”, añadió Triggs. “Por desgracia, las personas refugiadas y desplazadas se encuentran entre las más vulnerables del mundo tanto a la enfermedad como a los efectos del cambio climático”.

Solo el año pasado, los sucesos meteorológicos provocaron cerca de  24,9 millones de desplazamientos en 140 países. La investigación muestra que, sin una acción climática y una reducción del riesgo de desastres ambiciosas, los desastres climatológicos podrían duplicar el número de personas que precisan asistencia humanitaria hasta alcanzar los 200 millones anuales en 2050.

Al igual que en el caso de la respuesta a la COVID-19, el ACNUR recomienda la adopción de medidas específicas para proteger a las personas desplazada por la fuerza y apátridas frente a las amenazas que supone el cambio climático, entre las que se incluyen inundaciones y escasez de agua, brotes más frecuentes de enfermedades y pérdida de medios de vida.

Al mismo tiempo, el ACNUR está aumentando su atención sobre los vínculos existentes entre clima, vulnerabilidad y desplazamiento con vistas a identificar poblaciones en situación de riesgo y aliviar los efectos del cambio climático antes de que se traduzcan en auténticas crisis de desplazamiento.

“Vemos cómo el cambio climático crea tensiones en todo el mundo al enfrentar a las personas por el uso de los recursos”, explicó Andrew Harper, asesor especial de ACNUR sobre acción climática. “Como agencia de protección, no podemos permitirnos seguir teniendo un planteamiento reactivo. No podemos esperar a que las personas crucen fronteras. Comprendemos que el conflicto va a aumentar con el paso del tiempo y es importante que estemos mejor preparados”.

Entre los participantes en la sesión se encontraba Bidal Abraham, refugiado sursudanés de 33 años que vive en el campamento de Rhino, en el nordeste de Uganda, donde es un firme defensor de la protección ambiental y la plantación de árboles. Le explicó a la audiencia que la creciente escasez de recursos causada por los cambios en el clima estaba afectando a las personas refugiadas y creando tensiones con las comunidades locales de acogida.

“Estamos padeciendo los efectos negativos del cambio climático y la degradación ambiental tanto a nivel individual como comunitario”, explicó. “Entre otros, incluye una escasa producción alimentaria como consecuencia de las escasas precipitaciones. También experimentamos elevadas temperaturas que afectan a nuestra salud, nuestros animales y nuestras cosechas”.

“Hemos sufrido mucho las consecuencias de los conflictos entre nosotros, las personas refugiadas, y las comunidades de acogida a causa de los recursos limitados”, continuó Abraham. “Me refiero a árboles para leña y para construir refugios y a hierba con la que techar nuestras viviendas. Puesto que la población de personas refugiadas sursudanesas en Uganda es muy elevada (1,2 millones), estos recursos son muy escasos”.

“No podemos cerrar la frontera al cambio climático”.

Harper indicó que era importante asegurar que las poblaciones vulnerables más amenazadas por el cambio climático tuvieran voz en la toma de decisiones para aliviar los riesgos.

“No podemos dejar a nadie atrás. Ni a las personas refugiadas, ni a las personas desplazadas internas, ni a las poblaciones indígenas. No podemos dejar atrás a las mujeres ni a las comunidades de acogida que tanto han hecho para proteger a las personas que tuvieron que huir por el mero hecho de encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado”.

En este punto insistió Hindou Ibrahim, activista medioambiental y de los derechos de los pueblos indígenas procedente de la comunidad de pastores chadianos de Mbororo. Dijo que su país ya estaba experimentando los efectos del cambio climático bajo la forma de subidas de temperaturas, sequías y mayores inundaciones y otros sucesos climatológicos extremos.

“Si queremos resolver el problema del cambio climático tenemos que poner en el centro a las personas más vulnerables”, dijo Ibrahim. “No hay vacuna, no hay mascarilla, no podemos cerrar la frontera al cambio climático. Así que tenemos que actuar. Una acción real que implique en el centro a las comunidades”.