Refugiada venezolana experta en bisutería desafía la discapacidad para salir adelante
La discriminación y los obstáculos para acceder a empleo y salud dificultan que millones de personas refugiadas y solicitantes de asilo con discapacidad puedan rehacer sus vidas en todo el mundo.
Para Stephanie la verdadera discapacidad es vivir pensando que no se pueden hacer las cosas.
© ACNUR/Sebastián Narváez
Cuando llegó a Ecuador, Stephanie no se dejó vencer por su discapacidad y volvió a poner en marcha el exitoso negocio de bisutería que había iniciado en Venezuela, el país donde residió la mayor parte de su vida.
Stephanie, de 34 años y madre de dos hijos, perdió su brazo derecho en un accidente de tránsito hace más de una década. Desde aquel momento, aprendió a utilizar su mano izquierda tan magistralmente que ahora es capaz de elaborar hasta la pieza de bisutería más complicada. Su padre también se dedicó a la joyería, por lo que Stephanie considera que lleva su arte “en las venas”.
Con un capital semilla entregado por HIAS, una ONG socia del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, Stephanie creó Manex, una empresa de bisutería artesanal cuyo nombre significa ‘Manos extranjeras’.
“Debemos mirar hacia adelante y seguir luchando por nuestros sueños”.
“Nosotros los refugiados no podemos darnos el lujo de detenernos, especialmente cuando tenemos una discapacidad”, dice Stephanie, que encontró refugio en Ecuador en el año 2016, tras huir de las amenazas contra su familia que siguieron a la muerte de su hermano. “Debemos mirar hacia adelante y seguir luchando por los sueños y por las oportunidades que tuvimos que dejar en nuestros países para salir a buscarlas en otras partes del mundo”.
Como Stephanie, hay millones de refugiados y solicitantes de asilo con discapacidad en todo el planeta, aunque el número preciso se desconoce. La cifra más reciente a nivel global, que fue recogida en 2011, estima que el 15 por ciento de la población mundial tiene algún tipo de discapacidad. Este dato, aplicado al número estimado de 79,5 millones de personas que habían sido forzadas a desplazarse en 2019, conllevaría que hay alrededor de 12 millones de personas desplazadas con discapacidad.
Otros estudios han mostrado que las personas desplazadas cuentan con tasas mucho más altas de discapacidad que la población en general. De hecho, en lugares donde se viven conflictos de larga duración, como Afganistán, se estima que más de la mitad de las personas desplazadas tienen discapacidad, siendo las mujeres las más afectadas.
Aunque Stephanie está convencida de salir adelante en su nueva vida en Ecuador, también reconoce que tiene que lidiar con obstáculos similares a los que enfrentó cuando perdió su brazo en Venezuela, después de que el auto en el que viajaba camino del hospital para dar a luz a su primer hijo se estrellara.
Tras el accidente, fue despedida, menospreciada y excluida, pero, poco a poco, fue capaz de demostrar su valía. Cuando su familia huyó a Ecuador, se encontró de nuevo en la casilla de salida.
“Al salir de mi país tuve que enfrentarme a… la discriminación por mi discapacidad, aparte por mi género y también la xenofobia”, afirma Stephanie, que ha experimentado el desplazamiento forzado en dos ocasiones a lo largo de su vida. Nacida en Colombia, se vio obligada a huir del conflicto armado en el país cuando solo tenía siete años. Junto a su familia, encontró un lugar seguro en la vecina Venezuela, donde acabó obteniendo la ciudadanía. “Fue muy difícil adaptarme”.
Para ella, la experiencia de huir de casa como una persona con discapacidad representó un doble desafío, algo muy similar a lo vivió tras el accidente.
“Tuve que enfrentar dos cosas bastante fuertes, como fue el ser madre por primera vez y tener una discapacidad”, expresa Stephanie, que tuvo que aprender a sostener, alimentar y cambiar los pañales a su bebé con una sola mano – su mano izquierda. Antes del choque, era diestra.
“Si yo puedo hacerlo, tú también puedes”.
Si la población refugiada a menudo encuentra dificultades para ejercer derechos básicos como vivienda, empleo, educación o salud, las personas con discapacidad se enfrentan a una carrera de obstáculos añadidos, en gran parte debido a la forma en que la sociedad las ve. Las personas desplazadas con discapacidad corren un mayor riesgo de discriminación, explotación y violencia, e incluso se ven obligadas a superar barreras para acceder a la asistencia humanitaria que tanto necesitan. Además, las personas con las llamadas discapacidades ‘invisibles’ – aquellas que no son fácilmente identificables a primera vista, como la sordera y ciertas deficiencias cognitivas y psicosociales – a veces enfrentan obstáculos aún mayores, según los expertos.
“El primer paso para aliviar la carga de las personas desplazadas con discapacidad es el reconocimiento. ACNUR reconoce que las personas con discapacidad pueden enfrentarse un estigma adicional y más riesgos que el resto”, explica Ricardo Pla Cordero, un Oficial de Protección de ACNUR que trabaja adaptando los programas y políticas de la organización para que se amolden a las necesidades diversas de las personas con discapacidad. “Es nuestra responsabilidad ser conscientes de las barreras y mitigarlas, si no eliminarlas por completo”.
Para Stephanie, su discapacidad no es solo un desafío, sino también una fortaleza.
La discapacidad, por un lado, “nos perjudica porque nos cierra oportunidades, nos cierra a poder acceder al estudio, o a un buen trabajo, o a escalar puestos”, expresa. Pero, al mismo tiempo, “nos favorece porque gracias a esta dificultad tenemos que crearnos nosotros mismos nuestras propias oportunidades”, añade.
Aunque la pandemia de COVID-19 ha supuesto un fuerte revés para sus planes de negocio, el objetivo de Stephanie es poder algún día contratar a trabajadores que suelen ser ignorados por muchos empresarios – personas con discapacidad, adultos mayores, refugiados – para demostrar su muchas veces ignorado potencial.
“Conseguir empleo teniendo una discapacidad es complicado porque la gente me mira y decide que no puedo hacer el trabajo, ni siquiera me dan una oportunidad”, expone Stephanie, que durante la pandemia de coronavirus y la consecuente bajada de la demanda de sus productos de bisutería ha tenido que buscar otras fuentes de ingresos mediante la venta de fruta en la calle y otros trabajos esporádicos.
“Para mí, la verdadera discapacidad es vivir pensando que no puedes hacer las cosas”, dice Stephanie. “Si yo puedo hacerlo, tú también puedes”.