La creación de muñecas proporciona esperanza a una refugiada congoleña

Con cada muñeca que hace, Kituza sana un poco la brutal agresión que sobrevivió en su país de origen, la República Democrática del Congo.

La refugiada congoleña Kituza, de 25 años, con una de sus muñecas en su casa en el campamento de refugiados de Maratane, en Mozambique.
© ACNUR/Hélène Caux

Tres palabras pueden describir a Kituza. Madre, refugiada y sobreviviente. Hay otro término que habla de su creatividad y resiliencia: fabricante de muñecas.


Kituza comenzó a hacer muñecas para ganar dinero para mantener a su familia de cinco hijos en Maratane, un campamento de refugiados en el norte de Mozambique. Pero con el tiempo, se ha convertido en una forma de terapia y un escape.

"Hacer estas muñecas me ayuda mucho y es por eso que lo hago con todo mi corazón", dijo Kituza, de 25 años.

Las muñecas están hechas con materiales de segunda mano y capulana, una colorida tela africana. Coserlas requiere una concentración intensa y Kituza parece no molestarse por los ruidos y las actividades a su alrededor mientras hace una puntada minuciosa tras otra, agregando cuentas para los ojos y aretes y tiras rosadas para la boca. Ignora las gallinas que picotean sus pies y los sonidos de niños jugando cerca.

"Hacer estas muñecas me ayuda mucho y es por eso que lo hago con todo mi corazón".

Nacida en la provincia de Uvira, República Democrática del Congo, Kituza fue secuestrada una noche en 2008, después de que los rebeldes atacaron su ciudad natal, la violaron y mataron a sus padres. Ella solo tenía 16 años.

“Cuando mis padres intentaron ayudarme, los rebeldes los mataron. Luego me llevaron a un bosque con otras cinco mujeres”, dijo, secándose las lágrimas de los ojos y sosteniendo una muñeca cerca.

Agrega que estuvieron secuestradas durante mucho tiempo en una pequeña casa de paja en el bosque, donde fueron continuamente torturadas y violadas.

"Quedé embarazada y di a luz allí", dijo ella.

Finalmente escapó a Mozambique y se instaló en Maratane, un campamento de refugiados en la provincia de Nampula que alberga a unos 9.000 refugiados, principalmente de la RDC y Burundi.

  • La refugiada congoleña Nadine, de 9 años, sostiene una de las muñecas hechas por su madre, Kituza, en el campamento de Maratane, Mozambique.
    La refugiada congoleña Nadine, de 9 años, sostiene una de las muñecas hechas por su madre, Kituza, en el campamento de Maratane, Mozambique.  © ACNUR / Hélène Caux
  • La refugiada congoleña Kituza, de 25 años, encuentra un poco de sanación con cada muñeca que hace en el campamento de refugiados de Maratane, Mozambique.
    La refugiada congoleña Kituza, de 25 años, encuentra un poco de sanación con cada muñeca que hace en el campamento de refugiados de Maratane, Mozambique.  © ACNUR / Hélène Caux
  • Una de las muñecas que la refugiada congoleña Kituza, de 25 años, ha fabricado en el campamento de refugiados de Maratane, Mozambique.
    Una de las muñecas que la refugiada congoleña Kituza, de 25 años, ha fabricado en el campamento de refugiados de Maratane, Mozambique.  © ACNUR / Hélène Caux

Kituza nunca fue a la escuela, pero aprendió a hacer muñecas gracias a un grupo de la iglesia local en el campamento en 2018. Ahora, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, la está ayudando a administrar y hacer crecer su negocio.

Ella es la única que hace muñecas en el campamento. Su gran oportunidad llegó después de que ella llevara una de sus creaciones a una iglesia católica cercana para tratar de venderla.

"Se la mostré a una monja llamada Giovanna. Le gustó tanto que hizo un pedido de 160 muñecas para llevar a su país de origen, Italia", dijo Kituza.

Con la ayuda de su esposo, ella trabajó día y noche haciendo las muñecas.

"Mi esposo, Fariji, trabajaba en la máquina de coser haciendo la ropa, los calcetines y los zapatos mientras yo rellenaba los cuerpos, luego agregaba los ojos y la boca", dijo. Ella utilizó las ganancias de la venta inicial para impulsar su negocio.

Adaiana Lima, una funcionaria de medios de vida del ACNUR con sede en Nampula, dice que Kituza es un ejemplo para otras mujeres. Explica cómo ACNUR apoya a refugiados como Kituza a través de programas como el modelo de graduación, un proyecto secuenciado que apoya a los refugiados y a los mozambiqueños locales más vulnerables, para lograr la autosuficiencia y reducir gradualmente la dependencia de la asistencia.

"Los apoyamos a través de capacitación, tutoría y ayudando a encontrar un mercado para sus habilidades y bienes", dijo Lima. "Para continuar este trabajo, necesitamos el apoyo no solo de los gobiernos sino también del sector privado, las instituciones financieras internacionales y la sociedad civil".

El acceso de los refugiados al trabajo y su capacidad de ser autosuficientes es un elemento crucial del Pacto Mundial sobre Refugiados, que exige una mayor solidaridad con los refugiados y las comunidades que los acogen.

"He sufrido mucho, pero cuando miro a las muñecas... siento alivio".

En sus esfuerzos por alinear su respuesta para los refugiados con el Pacto, Mozambique ha hecho varios compromisos que incluyen la integración de los refugiados en los sistemas nacionales a través de un mayor acceso a proyectos de educación, salud, deportes e ingresos como la fabricación de muñecas de Kituza, que promueven su inclusión y cohesión social con sus comunidades de acogida

Kituza pasa sus días sentada en su puerta, haciendo las muñecas y puede hacer hasta cinco por día. Ella espera llevar la alegría y la curación que ha recibido de sus muñecas a otras personas en el campamento y más allá.

"He sufrido mucho, pero cuando miro las muñecas y sé que las hice, me siento aliviada", dice.