Aumentan las necesidades de miles de etíopes desplazados en Sudán
A medida que las familias se reúnen, sus mayores necesidades son comida, agua, albergue y saneamiento. Todos anhelan la paz para poder volver a casa.
En el centro de recepción fronterizo de Hamdayet, la refugiada etíope Tsige espera su turno para ser reubicada en el campamento de Um Rakuba, en Sudán.
© ACNUR/Will Swanson
Antes de que su esposo fuera capturado por hombres armados un día de noviembre, Tsige y su familia disfrutaban de una vida sencilla y tranquila, cultivando sus tierras en la región etíope de Tigray.
Pero todo cambió a principios de noviembre, cuando estalló el conflicto en la región y hombres armados se llevaron a su marido.
Después de ser retenido durante siete días, fue liberado, pero la experiencia dejó a la familia con un sentimiento de amenaza, preguntándose qué deberían hacer ahora.
Esa noche, Tsige durmió a la intemperie con su hija, mientras que su marido pasó la noche en otra casa. Al día siguiente, tomó una decisión difícil.
Ella sabía que ya no era seguro quedarse en su granja.
“Le dije a mi familia que teníamos que irnos. Le dije a mi marido que se llevara a nuestro hijo y que yo seguiría con nuestra hija”, explica Tsige. “Nos encontraremos después pero ahora debemos huir”.
“Estamos aquí durmiendo en el suelo, sin siquiera una muda de ropa”.
La familia huyó a Sudán, sin saber si se volverían a ver.
A diferencia de muchas otras familias que se separaron en durante el desplazamiento, ellos lograron reunirse en Hamdayet. Tsige y su familia están ahora a salvo, pero deben lidiar con muchas dificultades.
“Estamos aquí durmiendo en el suelo, sin siquiera una muda de ropa”, comenta Tsige.
Hasta la fecha, más de 50.000 etíopes han huido a Sudán, a raíz de la escalada del conflicto en la región etíope de Tigray. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, junto con las autoridades sudanesas, ha trasladado a unos 14.000 refugiados desde los puntos fronterizos de Hamdayet y Abderafi al campamento de Um Rakuba, situado a unos 70 kilómetros de la frontera con Etiopía. La mayoría de los refugiados en el campamento, así como los recién llegados a Sudán, incluyendo a muchas mujeres, niños y niñas, están desesperados por obtener alimentos, albergue, agua potable, saneamiento y atención médica.
“Las necesidades son abrumadoras. El centro de tránsito de Hamdayet, que en un principio se estableció para albergar a unas centenas de personas, ahora tiene a miles viviendo allí”, dijo Andrew Mbogori, Coordinador Principal de Emergencias de ACNUR en Sudán. “Está situado en una zona aislada y ha sido un reto mejorar las instalaciones hasta alcanzar un nivel mínimo”.
Mbogori añade que también existe una preocupación real por los brotes de enfermedades transmitidas por el agua y la propagación de la COVID-19.
Al igual que Tsige, Nigsty, disfrutaba de su vida como ama de casa con su esposo, que trabajaba en una granja. Pero el conflicto les obligó a dejarlo todo.
En ese momento estaba en avanzado estado de embarazo, se enfermó durante el viaje de tres días y estaba cada vez más preocupada por su hijo que estaba por nacer.
“Estaba tan asustada – me dolía el estómago y la situación era muy dura. No pensé que podía dar a luz a mi bebé de forma segura”, añade Nigsty, que dio a luz a una niña a los pocos días de llegar al campamento.
Aunque está agradecida por haber encontrado seguridad en Sudán, está preocupada por su familia ampliada, que desconoce su paradero y no sabe que ha dado a luz a la bebé.
“¿Cómo lo sabrán? Ni siquiera sé dónde están. No hay teléfono ni Internet, todo está cerrado”, dice llorando. “Estamos preocupados por ellos, no sabemos si están vivos o no”.
En Etiopía, el personal de ACNUR y sus socios en la ciudad de Shire ya han distribuido agua, galletas de alto contenido energético, ropa, colchones, esteras y mantas a unos 5.000 etíopes desplazados internos.
“Perdimos nuestros planes para el futuro. Todo por lo que trabajamos lo perdimos”.
Mientras tanto, en Sudán, muchos refugiados dicen que prefieren permanecer cerca de la frontera para esperar a los miembros de su familia que todavía están en Etiopía, o con la esperanza de poder regresar pronto a sus hogares, incluyendo a los agricultores, como Tsige, que dejaron atrás sus granjas, donde la cosecha está lista para ser recogida.
“Esta época del año es la época de la cosecha. Había mijo en los campos y los trabajadores estaban listos para recogerlo”, dice Tsige.
Intenta mantener la esperanza pero teme por el futuro y especialmente por sus hijos.
“Perdimos nuestros planes para el futuro. Todo por lo que trabajamos lo perdimos”, cuenta llorando, añadiendo que desde que empezó el conflicto, no han dormido. “Teníamos mucha esperanza... eduqué a mis hijos para que pudieran tener una vida mejor. Esperaba que mi hijo se graduara en la universidad. Pero ahora nuestras vidas se interrumpieron”.
Catherine Wachiaya contribuyó a este reportaje de Nairobi, Kenia.