'Solo quedan cenizas'
Las personas rohingyas refugiadas que perdieron todo en el gran incendio que arrasó con el campamento al sur de Bangladesh el lunes pasado se preparan para empezar de cero una vez más.
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Halima, de 37 años, estaba con sus cinco hijos pequeños en su alojamiento, en el campamento de Kutupalong, cuando los gritos que escuchó la obligaron a salir.
“Salí y vi que el fuego venía en dirección nuestra”, indicó.
El miedo y la indecisión paralizaron a Halima, quien prefiere usar solo su nombre de pila; pero, en cuanto sus hijos empezaron a llorar y a gritar, los tomó y empezó a correr.
“Traté de cargar a tantos de mis hijos como pude, pero ¡es imposible correr cargando a cuatro de ellos al mismo tiempo!”
Les dijo a cuatro de sus hijos que la esperaran mientras ella corría de vuelta al albergue con su hijo más pequeño para tratar de rescatar algunas pertenencias.
“Cuando regresé, mi casa se estaba incendiando. Traté de sacar algunas cosas que teníamos en un baúl, pero era demasiado peso para mí sola y, además, tenía a mi hijo en brazos”.
Abandonó el baúl y corrió de vuelta al lugar donde había dejado a sus otros hijos. Horrorizada, se percató de que ya no estaban ahí, y no sabía a dónde habían ido.
“Sentí que mi mundo se desmoronaba”.
“Veía cómo la gente gritaba y corría de un lado a otro. Sentí que mi mundo se desmoronaba. No sabía dónde estaba mi esposo; había perdido a mis cuatro hijos; y mi casa se estaba incendiando”.
El incendio que separó a Halima de su esposo y de sus hijos arrasó con gran parte de Kutupalong el lunes por la tarde. Kutupalong es el campamento de refugiados más grande del mundo: en él viven más de 700.000 personas rohingyas refugiadas que provienen de Birmania.
Cuando lograron apagar el fuego en las primeras horas de la mañana del martes, el incendio ya había destruido más de 9.500 albergues, así como centros de salud, puntos de distribución y centros escolares. Alrededor de 45.000 personas refugiadas se quedaron sin un techo donde vivir.
Cuatro días después se confirmó la muerte de once personas; sin embargo, aún se desconoce el paradero de 300 más, y docenas de niñas y niños no están con sus familias.
Halima logró encontrar a uno de sus hijos con la suegra de la mayor de sus hijas; más tarde, localizó a su esposo. Dos días después, escuchó que anunciaban el nombre de dos de sus hijos en el altavoz y se reencontró con ellos. Sin embargo, aún le falta uno.
“Mi único deseo es encontrar a mi hijo y empezar una vida nueva”, dijo.
En los días posteriores al incendio, en conjunto con las autoridades bengalíes, la OIM, y otras agencias de ayuda humanitaria, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ha estado asistiendo a decenas de miles de personas refugiadas en la dolorosa reconstrucción de sus vidas desde las cenizas.
Algunas de las personas desplazadas por el incendio se han hacinado en albergues con sus familiares, mientras que otras se quedarán en albergues temporales hasta que concluya la reconstrucción de sus hogares. ACNUR ha estado entregando artículos esenciales, como lámparas, mantas y utensilios de cocina; de manera similar, el Programa Mundial de Alimentos ha estado ofreciendo alimentos calientes. Además, se instalaron letrinas y lavabos de emergencia, y las personas refugiadas con quemaduras están recibiendo tratamiento de equipos médicos móviles.
Louise Donovan, la portavoz de ACNUR en Cox’s Bazar, dijo que una de las necesidades más grandes ha sido brindar apoyo psicosocial a las personas refugiadas, muchas de las cuales sufrieron traumas cuando se vieron obligadas a huir de Birmania en 2017.
“Es sumamente importante que ACNUR y sus socios humanitarios hagan lo posible por brindar asistencia básica; sin embargo, las personas que han vivido eventos traumáticos una y otra vez necesitan apoyo psicosocial”, señaló.
“Solo quedan cenizas. Debemos empezar de cero”.
Rokiya Begum, de 27 años, logró escapar con sus hijos y su documentación cuando el fuego llegó a la zona del campo donde vivía. A pesar de haberse separado por horas a raíz del caos, ni ella ni su familia sufrieron lesiones; sin embargo, Rokiya dijo que vio cómo las llamas devoraban a otras personas, incluido un niño.
“Fue una escena espantosa, pero no nos atrevimos a ir a salvarlo”.
Rokiya y su familia se están quedando con su suegra. Perdieron todo, al igual que Halima.
“Solo quedan cenizas”, comentó. “Debemos empezar de cero”.
Reportaje de Iffath Yeasmine en Cox’s Bazar; escrito de Kristy Siegfried.