Doy la cara por ellos: Tatiana Ríos y Miroslava Herrera de Afrodisiaco
Mi nombre es Gabriel y soy de El Salvador. Tengo 39 años. Abrí un taller de ebanistería en Sonsonate junto a mi esposa, Carmen. El negocio tuvo éxito a una escala que nunca imaginábamos, inclusive creció hasta tener 15 trabajadores y exportar productos a Honduras y Guatemala. Todo iba bien, compramos algunos carros y una casa para poder expandir el negocio.
Sin embargo, en 2013 las cosas comenzaron a cambiar. De la nada, empezamos a recibir extorsiones que no podíamos costear. Me pedían miles de dólares porque el negocio era estable y sólido. La primera extorsión fue de $8.000 y luego, volvieron mes con mes para exigirnos dinero. Nunca hubo un monto fijo, sólo les dábamos lo que nos pidieran en el momento.
Desgraciadamente, yo no sabía que mi sobrino era parte de una pandilla y, por ayudarlo, le permitimos que se quedara en casa. Empezó a meter armas y drogas a su cuarto sin que nos diéramos cuenta y yo me terminé enterando cuando la policía hizo una requisa. A partir de ese momento, él y otro sobrino cogieron odio conmigo, porque pensaban que yo había avisado a la policía. Las cabezas de la pandilla nos comunicaron que teníamos que pagar la droga que había sido decomisada.
Se trataba de más de $40.000 dólares. No sabíamos qué hacer.
Secuestraron a mi suegro para que yo pagara y sin más que hacer, les dimos todos nuestros ahorros y pedimos un préstamo para completar la cifra.
Cuando soltaron a mi suegro, él denunció a una de las personas que lo secuestraron, y lograron capturar al criminal. La pandilla tomó represalias con mi familia y nos secuestraron en nuestra casa por 15 días.
Mis hijos no fueron a la escuela, nos quedamos sin comida. Nos pedían que entregáramos a mi suegro y nos pedían más dinero. Alguien tenía que pagar por la captura. Pudimos conseguir el dinero que pedían, pero no les dijimos donde estaba mi suegro.
Al final, terminamos viviendo un calvario en el límite entre dos pandillas rivales. Mi ebanistería quebró. Me duele profundamente haber construido un negocio de la nada, para quedarnos en la calle, por culpa de nuestra propia familia.
Decidí denunciar a mis sobrinos y nos mudamos donde la familia de mi esposa. Un mes después, me avisaron que unos pandilleros me estaban esperando para matarme en casa de mis suegros. Me habían investigado, sabían que era tío de dos miembros de la otra pandilla y me tuve que esconder.
Compré un boleto a Panamá y viajé por tierra el 30 de enero de 2016. Mi esposa y nuestros dos hijos se quedaron en El Salvador con mis suegros.
Dos meses después de que llegué a Panamá, mi suegro me avisó que los pandilleros que yo había denunciado habían quedado libres. El investigador le pidió que sacara a mi familia de El Salvador inmediatamente. Sin permiso de trabajo siendo solicitante de refugio, tuve que trabajar como pude y pedir ayuda de la iglesia para comprarle boletos a mi familia y sacarlos de allá.
El 26 de noviembre de 2016 llegaron a Panamá. La vida no nos ha tratado como tiene que tratarnos, pero no estamos decepcionados. Buscamos paz, una vida tranquila. Queremos una nueva oportunidad para salir adelante.
Los nombres mostrados en esta historia fueron cambiados para proteger la identidad de las personas desplazadas que forman parte de ella.
Ahora que ya conoces la historia de Gabriel, es momento de que la compartas.
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