En Jordania y el Líbano, personas refugiadas voluntarias promueven la vacunación
En la Semana Mundial de la Inmunización, personas refugiadas voluntarias trabajan para combatir la desinformación y alentar a las personas refugiadas mayores a vacunarse.
Sameeh ha vivido en el bullicioso campamento de refugiados de Za'atari en Jordania desde 2013, cuando huyó de su hogar en Daraa, a solo una hora en auto al norte de la frontera, para escapar del conflicto de 10 años de Siria.
El campamento que hoy alberga a 80.000 personas refugiadas sirias es donde conoció y se casó con su esposa, y hace dos años recibió a su primer hijo. Fue su conexión con el campamento y su sentido de comunidad lo que llevó a Sameeh de 32 años, a convertirse en voluntario de salud de Save the Children, uno de los socios de salud de ACNUR, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, en Za’atari.
Cuando comenzó a trabajar como voluntario, visitaba a las familias de su vecindario, les decía cómo acceder a los servicios de salud y les explicaba los beneficios de vacunar a sus hijos contra enfermedades comunes. Pero tras el brote de la COVID-19 el año pasado, la importancia del papel y su compromiso con él aumentó.
“Antes de la COVID-19, mi papel como voluntario de salud comunitaria en el campamento Za'atari era como cualquier otro trabajo normal”, explicó Sameeh. “Pero ahora mi trabajo significa algo. Sientes que hay una urgencia. Recibir la vacuna contra la COVID-19 podría ser una cuestión de vida o muerte”.
“Sientes que hay una urgencia”.
Jordania, que actualmente es hogar de más de 750.000 personas refugiadas registradas, incluidas 665.000 de la vecina Siria, fue uno de los primeros países del mundo en incluir personas refugiadas en su programa nacional de vacunación contra la COVID-19 y comenzar a inocularlos contra el virus.
La prioridad de la vacuna la determina el Ministerio de Salud, en función de factores de riesgo que incluyen la edad, las enfermedades crónicas y ciertas profesiones, como los trabajadores de la salud. Desde el inicio de la campaña a mediados de enero, casi 5.000 personas refugiadas sirias que viven en los dos campamentos principales de Za’atari y Azraq han recibido la vacuna, y otros 13.000 residentes están registrados en la plataforma en línea del gobierno y esperan una cita.
Estas cifras están en línea con las tendencias nacionales más amplias, y el aumento gradual de las tasas de vacunación es un paso positivo hacia la lucha contra el virus. Al mismo tiempo, más campañas de concientización están dirigidas a las personas refugiadas en áreas urbanas para fomentar la aceptación, con un enfoque en la lucha contra la información errónea en las redes sociales sobre posibles efectos secundarios.
“La gente aquí en general está asustada por la vacuna. Hay muchos rumores y preocupaciones sobre los efectos secundarios. Mi trabajo es brindarles la información correcta”, compartió. “Yo diría que una vez que hablo con la gente, la mayoría termina registrándose para la vacuna. Tener una conversación es importante”.
Los esfuerzos de Sameeh y sus compañeros voluntarios reflejan el objetivo de la Semana Mundial de la Inmunización de este año, que se llevará a cabo del 24 al 30 de abril, cuyo objetivo es promover la confianza en las vacunas y mantener o aumentar su aceptación bajo el lema ‘Las vacunas nos acercan’.
A medida que más y más personas se vacunan, Sameeh se enorgullece del hecho de que su trabajo está teniendo un efecto positivo. También siente que parte del miedo que se apoderó del campamento durante la fase anterior de la pandemia está comenzando a irse.
“Solo queremos recuperar la vida normal. A medida que más personas han recibido la vacuna, las cosas han mejorado. Especialmente ahora se ha vacunado a muchos adultos mayores en el campamento”, señaló. "Somos muy afortunados de poder recibir la vacuna aquí en el campamento de Za'atari. Las personas refugiadas son tratadas como cualquier otra persona”.
- Ver también, OPINIÓN: ¿Cuándo se van a vacunar contra la COVID-19 las personas refugiadas?
En el Líbano, se emprendieron iniciativas similares para alentar a las 7.000 personas refugiadas del país de 75 años y más, a inscribirse para la vacuna. Fueron de las primeras personas en ser elegibles para la vacunación en el marco del plan nacional de implementación elaborado por el Ministerio de Salud Pública del país, que cubre todas las comunidades del Líbano, incluidas las persoans refugiadas.
Equipos de personas refugiadas voluntarias han visitado los hogares de personas refugiadas mayores para hablar con ellas sobre los beneficios de la inoculación y ayudarlas a registrarse en el sitio web del gobierno. El centro de llamadas de ACNUR en el país ha complementado los esfuerzos de divulgación, asegurando que todas las personas refugiadas de 75 años y más, hayan sido contactadas sobre la vacuna.
Entre ellas se encontraba el refugiado iraquí Boulos de 75 años, quien recibió la visita de una de las personas refugiadas voluntarias de ACNUR que lo alentó a vacunarse y lo ayudó a completar el formulario en línea.
“Estaba dudando, pero luego tuvimos muertes por el virus] cerca de nosotros, tres de ellas”, recordó Boulos. “Así que me animé y pensé ‘vacunarse es mejor’. Basándome en todo eso, decidí ponerme la inyección”.
Además de proteger a las personas refugiadas del virus en sí, la vacuna también ha ofrecido para muchas personas refugiadas mayores una ruta para salir del aislamiento. La refugiada siria Amina de 85 años, había estado viviendo sola con su hijo Abdo desde el comienzo de la pandemia, sin poder ver a sus otros nueve hijos y muchos nietos.
Abdo fue contactado en nombre de su madre, que tiene problemas de audición, por un voluntario de extensión, quien lo animó a convencerla de vacunase. Después de recibir sus vacunas, vuelve a estar rodeada de su familia completa.
“Para Amina, la vacuna no se trata solo de proteger su salud", consideró Dalal Harb, Oficial de comunicaciones de ACNUR para el Líbano. “La vacuna es una oportunidad para que ella se reencuentre de manera segura con su familia que la cuida”.
Reporte de Lilly Carlisle en el campamento de refugiados de Za’atari, Jordania; y Dalal Harb en Touline, Líbano.