'Me fascina mi trabajo, pero quisiera no tener que hacerlo'
La plantilla de personal de ACNUR cuenta con más de 17.300 integrantes; la mayor parte se encuentra en el terreno. Conoce a Kristin Riis Halvorsen, quien está a cargo de las operaciones al sur de México.
Nombre: Kristin Riis Halvorsen, 43 años, originaria de Noruega
¿Por qué empezaste a dedicarte al trabajo humanitario?
Desde que tengo memoria, para mí siempre ha sido importante la justicia – más bien, las injusticias – en el mundo. Fui muy afortunada por haber nacido y crecido en un país donde se hace mucho énfasis en la participación ciudadana; de hecho, te involucras a temprana edad. En la preparatoria, recaudé fondos para proyectos en Afganistán y Sudáfrica; además, me aseguraba de que quienes nos visitaban de esos países viajaran por la región, dieran charlas en las escuelas y conocieran personas. Una cosa llevó a la otra. Cuando estaba estudiando la maestría en Colombia, me topé con la página de reclutamiento de ACNUR. La leí y pensé: “qué interesante e importante”, así que me postulé. Un par de meses después, obtuve mi primer empleo.
¿Qué ha sido lo que más te ha retribuido o qué ha supuesto más retos para ti en tu trabajo?
Lo que más me retribuye —y es extraordinario, como un regalo— es poder levantarme todos los días, ir a trabajar y sentir que lo que hago tiene relevancia. En los últimos trece años, no ha habido un solo día en que haya despertado pensando “¿por qué hago esto?” porque, para mí, esta labor es trascendental. Estamos lo suficientemente cerca de las personas para ver cuán tangibles son los resultados de nuestro trabajo.
Actualmente superviso cuatro equipos distintos en todo el sur de México. Mi trabajo consiste en garantizar que la oficina pueda operar. Cuando empecé a trabajar aquí, el equipo tenía veinte integrantes. Se prevé que este año seremos 150 para dar respuesta al aumento del número de solicitantes de asilo, sobre todo de Honduras, El Salvador y Guatemala. Estas personas están tratando de ponerse a salvo. Hace diez o quince años, eran más bien hombres jóvenes, con buena condición física, quienes se embarcaban en esta travesía por México. Hoy se trata de familias enormes. Cuando ves que una abuela o una mujer de siete meses de embarazo están cruzando la frontera, algo te dice que la situación en su país de origen no les dio otra alternativa.
Para mí, lo más difícil ha sido ser quien tiene que vivir con las decisiones sobre qué podemos o no hacer. En ocasiones enfrentamos complejas y extenuantes situaciones en las que los donantes empiezan a mirar hacia otro lado. Por ejemplo, en Uganda, a veces teníamos que decirle a la mujer que teníamos en frente, junto a sus cuatro o cinco hijos: “ya llevas mucho tiempo en el país, así que ya no recibirás más comida”. Como estamos cerca de la gente y conocemos sus necesidades, de verdad nos rompe el corazón saber que no podemos hacer todo lo que se requiere. Sería fantástico vivir en un mundo donde nadie tuviera que abandonar su hogar. Me fascina mi trabajo, pero preferiría no tener que hacerlo.
¿Cuál ha sido el mejor día en tu trabajo?
Cerca de un mes luego de mi llegada a Tapachula, tuvimos la oportunidad de presentar una obra en el teatro del pueblo. El aforo es de 1.000 personas. Con ayuda de las autoridades locales, el auditorio se llenó de estudiantes jóvenes que provenían de los alrededores de Tapachula. Presentamos una obra escrita por dos mujeres jóvenes cuyos padres huyeron de las dictaduras de Brasil y Argentina, y llegaron a México como refugiados. Cuando la obra terminó, la audiencia no sabía en qué momento aplaudir; pero, luego, empezaron a palmear y vitorear. Fue muy gratificante habernos acercado a una parte de la comunidad con la que no tenemos tanto contacto y, sobre todo, haberles llevado un mensaje de inclusión y comprensión.
¿Cuál ha sido el peor día en tu trabajo?
La cara de una niña me atormenta. Fue en el estado de Rakhine, en Myanmar, donde nos esforzábamos por llegar a los campamentos más alejados para personas desplazadas internas. Nos trasladábamos en bote para llegar a los sitios más aislados. Había un campamento donde se alojaban personas desplazadas cuya aldea se encontraba a cientos de metros de distancia; de hecho, desde el campamento se podía ver la aldea (incluso la escuela), pero no podían volver. En una ocasión, la niñez decidió que vestirse con sus uniformes escolares. Una niña que yo ya conocía estaba sentada en primera fila, su uniforme se veía impecable, y ella estaba muy bien arreglada. Nos veía con los ojos llenos de esperanza. Me sentí terriblemente inútil. Su escuela estaba a doscientos metros de distancia, y no podíamos ayudarles a volver. Debemos buscar oportunidades que nos permitan hacer una diferencia por esa niña; por todas las niñas que ven cómo se desvanecen sus sueños mientras pasa el tiempo. Siempre debemos tratar de ir más allá.
La Agencia de la ONU para los Refugiados trabaja en 135 países, donde brinda asistencia a mujeres, hombres, niñas y niños que han tenido que abandonar sus hogares a causa de guerras y persecuciones. Nuestra sede se encuentra en Ginebra, pero 90% del personal se encuentra en el terreno ayudando a las personas refugiadas. Este perfil forma parte de la serie que destaca la labor de nuestro personal.
Necesitamos recibir apoyo con urgencia para ayudar a personas refugiadas – niñas, niños, mujeres y hombres – que provienen del norte de Centroamérica. Por favor realiza un donativo.