La vida vuelve a adquirir sus contornos para un niño refugiado operado de cataratas
Las cataratas le fueron robando la vista a Azaiya, un niño de apenas seis años. Ahora una cirugía le ha permitido volver a ver un mundo lleno de oportunidades.
Después de vivir con una visión reducida durante gran parte de sus seis años, Azaiya recuerda el momento exacto en que el mundo volvió a ser visible.
“Lo primero que vi fue la ropa de hospital que llevaba, que era blanca y brillante”, recuerda.
El rostro del niño camerunés se ilumina con una sonrisa deslumbrante mientras saluda a los visitantes que han venido a ver cómo está en su casa del asentamiento de refugiados de Ikyogen, en el sureste de Nigeria.
“Estoy feliz de poder ver”, dice Azaiya, y añade: “Y de poder ir a la escuela”.
Su situación no siempre ha sido tan esperanzadora. Cuando huyó de Camerún hace tres años, apenas podía distinguir la luz de la oscuridad. Su hermanastra Onal, de 39 años, tuvo que cargarlo en su huida por el bosque hasta encontrar un lugar seguro.
“Estoy feliz de poder ver y de poder ir a la escuela”.
En el asentamiento que ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, estableció para acoger a las familias que huyen del conflicto entre las fuerzas secesionistas del noroeste y suroeste de Camerún y los militares, Azaiya no podía dar un paso solo.
Los andenes irregulares, las zanjas inundadas en la época de lluvias, las chimeneas y los varales entre los alojamientos suponían un riesgo adicional para él. Para ir a las letrinas necesitaba que alguien le llevara de la mano e ir a la escuela era un sueño lejano.
Pero la ayuda llegó cuando el personal de ACNUR informó de sus dificultades a su socio en tema de salud FHI 360. Los médicos diagnosticaron rápidamente cataratas congénitas, una opacidad del cristalino presente desde el nacimiento.
“Si se deja sin atender, empeora con el tiempo, ya que su visión se deteriora progresivamente”, explica Ernest Ochang, oficial auxiliar de salud pública de ACNUR con sede en la ciudad de Ogoja.
Azaiya necesitaba una cirugía ocular, por lo que ACNUR y FHI 360 hicieron posible la delicada intervención en junio de 2020.
El desplazamiento forzoso es especialmente duro para las personas con discapacidad, como Azaiya, ya que suelen estar más expuestas a la violencia, la explotación y los abusos. Pueden enfrentarse a obstáculos para acceder a los servicios básicos, a menudo son excluidos de la educación y pueden ser discriminados cuando buscan trabajo.
Cuando Azaiya volvió al asentamiento, equipado con un par de gafas, su mundo se abrió. Aunque su visión sigue siendo categorizada como ‘baja’, no tiene que depender de otros para moverse. Y lo que es más importante, puede ir a la escuela sin impedimentos.
Sentado en la primera fila de pupitres, Azaiya ha empezado a leer y escribir. Aunque sus ojos parecen vacilar a veces, su progreso es visible para el personal.
“Intenta leer en la pizarra y avanza despacio, pero de manera constante”, explica Akule Lucy Angbiandoo, su profesora en la escuela primaria local.
En el patio de la escuela, juega como cualquier otro niño. Las mejoras en la vida de Azaiya también han ayudado a su hermanastra Onal, que se convirtió en el principal sostén de la familia tras la muerte de su hermano en el conflicto al otro lado de la frontera, en Camerún.
Cultiva yuca, arroz y maíz. Pero como Azaiya necesita menos ayuda, también tiene tiempo para dedicarse a su antiguo oficio de sastre. ACNUR la ayudó a hacer un curso de diseño de moda y, gracias a la ayuda financiera de Save the Children, donde trabajó como voluntaria, ahora tiene una nueva máquina de coser. Hace ropa para los niños de su albergue y espera abrir una tienda en la plaza principal del asentamiento.
“Avanza despacio, pero de manera constante”.
En el asentamiento de Ikyogen viven unas 100 personas con discapacidad. ACNUR trata de ayudarles garantizando que se les incluya en los procesos de toma de decisiones y que tengan acceso a apoyo psicosocial, si lo necesitan.
Onal sigue sintiendo momentos de tristeza por la muerte de su hermano. Pero cuando Azaiya llega a casa, su ánimo se levanta. Con frecuencia los niños y niñas de los otros alojamientos les visitan: todos quieren escuchar su historia una y otra vez.
Él disfruta de tanta atención y mira a sus amigos con una sonrisa. Inspirado por el cirujano que le cambió la vida, también quiere convertirse en médico y trabajar en un hospital algún día.
“¡Llámame Dr. Asuquo!”, dice, refiriéndose al nombre del médico que dirigió su operación.
Todos rompen en carcajadas, asombrados por su carácter precoz y su deslumbrante sonrisa.
Lucy Agiende en Ogoja, Nigeria, contribuyó a este artículo.