CAPÍTULO 1:
EDUCACIÓN PRIMARIA

REDUCIENDO
LA BRECHA

Una joven refugiada de Burundi aprende kirundi en la escuela primaria Jugudi en el campo de refugiados de Nyarugusu, Tanzania. La escuela solo cuenta con 31 maestros para más de 1.100 niños de primaria. © ACNUR / FARHA BHOYROO

Millones de menores y jóvenes refugiados están perdiendo un derecho humano fundamental: el derecho a una educación de calidad.

Hoy en día, alrededor de 3,7 millones de menores refugiados están sin escolarizar, más de la mitad de los 7,1 millones de menores refugiados en edad escolar.

A pesar de las grandes inversiones en educación primaria, el aumento inexorable del desplazamiento forzado en el mundo –incluidos refugiados, solicitantes de asilo, personas desplazadas dentro de sus fronteras y apátridas– significa que existen grandes diferencias entre los refugiados y los no refugiados a la hora de acceder a la educación[1].  

En el nivel primario, el número de niños refugiados inscritos en la escuela en 2018 fue del 63%, dos puntos porcentuales más que el año anterior, mientras que 1,6 millones quedaron sin escolarizar. Esa tasa se compara con una cifra global para todos los niños del 91%.

Invirtiendo la tendencia

Estos pequeños logros se deben a esfuerzos impresionantes por parte de los estados de acogida, los donantes, el personal del ACNUR y las organizaciones asociadas para atraer a más niños refugiados a las aulas. Una serie de países han hecho progresos significativos, desde Uganda, Chad, Kenia y Etiopía en el África subsahariana hasta Pakistán, Irán, Turquía y México, dando a los refugiados acceso a las escuelas, haciendo que los horarios escolares sean más flexibles, ofreciendo ayuda especial para que los niños puedan ponerse al día tras tareas escolares perdidas o para aprender nuevos idiomas; capacitando a más maestros, proporcionando más materiales educativos y ayudando a los niños a posicionarse frente a los desafíos de la vida como refugiados.

Este aumento también refleja el compromiso de un número creciente de gobiernos en países de acogida por incluir a los niños y jóvenes refugiados en sus sistemas educativos nacionales, la estrategia esencial y fundamental para impulsar las inscripciones. Proporcionar a todos los alumnos un currículum adecuado y una certificación escolar es el camino para avanzar hacia la educación secundaria y superior, y posteriormente a un empleo. En Ruanda, por ejemplo, miles de niños refugiados se han inscrito en escuelas primarias gracias a políticas gubernamentales progresivas y a la financiación específica de los donantes. En Uganda, 23.000 estudiantes mayores de edad que previamente estaban desescolarizados participan ahora en la educación primaria gracias a los programas de educación acelerada.

Alamuddin, de 16 años, un menor refugiado no acompañado de Etiopía, pudo unirse a una clase acelerada de alfabetización en Yemen gracias al programa Educa a un niño. Tres años después, su manejo del árabe le permitió inscribirse en el séptimo grado en una escuela nacional. © SDF / MAJED AL-ZOMALY

Turquía, que ahora alberga a 3,7 millones de refugiados, entre ellos un millón de niños en edad escolar, ha implantado un programa en lengua turca –junto a nuevos materiales de aprendizaje, transporte subsidiado, capacitación adicional para maestros y otras medidas– para preparar a los niños refugiados para la transición de las escuelas temporales no oficiales a las turcas. Ecuador aprobó una legislación para hacer la inscripción en la escuela mucho más accesible para los menores y jóvenes refugiados venezolanos, incluso cuando no tienen la documentación requerida.

Estas y muchas iniciativas similares llevaron a logros que fueron respaldados por una ambiciosa colaboración entre ACNUR y Educa a un niño, que implementó programas educativos en una docena de países un programa que significó la inscripción de más de 250.000 menores en la escuela primaria en 2018.

Sin embargo, este compromiso por dar a los menores y jóvenes refugiados el mismo acceso a la amplia gama de oportunidades educativas –desde preescolar hasta la educación superior, así como educación y capacitación técnica y vocacional, y educación no formal que lleve a una certificación reconocida– no es universal. Los sistemas paralelos no certificados se mantienen como una respuesta temporal a las emergencias de refugiados, pese a que generalmente son de poca calidad, son mucho menos dados a seguir un plan de estudios formal y resulten en una certificación no reconocida. A consecuencia de ello, los niños que trabajaron con dedicación y empeño en centros de enseñanza temporales terminan sus estudios sin calificaciones oficiales y con pocas esperanzas de continuar con una educación secundaria en regla. La brecha en las inscripciones continuará mientras los menores refugiados se vean excluidos de los sistemas nacionales.

© ACNUR / CLAIRE THOMAS

Morsal, de 12 años, era una refugiada en Pakistán y regresó a su Afganistán natal en 2016. Es la única niña en su clase de sexto grado. A lo largo de los años, todas las demás niñas, junto con muchos niños, la abandonaron para apoyar en las tareas del hogar, comenzar a trabajar o casarse.

Morsal logró permanecer en la escuela, pero ha tenido que luchar contra enormes dificultades, desde la falta de infraestructura hasta las presiones culturales. «Me encantan Ciencias e Inglés», dice mientras el viento levanta polvo alrededor de los 520 estudiantes reunidos en el llano donde se alza esta escuela improvisada.

Las dificultades que encaran Morsal y sus compañeras, incluidas otras 200 niñas, son representativas de los muchos retos que afectan al sistema educativo en Afganistán. Los niños de una aldea al norte de Kabul confían en que un edificio escolar financiado por Naciones Unidas anime a los padres a permitir que más de ellos sigan educándose.

Incluso los países que han hecho grandes esfuerzos para incluir a todos los niños en los sistemas educativos pueden verse obstaculizados por recortes en los recursos o afectados por políticas contradictorias. Por ejemplo, hace dos años, Grecia estableció jardines de infantes oficiales y abrió clases especiales de recepción en varios grados en un intento por integrar a los menores refugiados en las escuelas públicas en su parte continental. En cambio, en las islas, donde miles de refugiados residen en condiciones de hacinamiento, la poca capacidad de las escuelas ha llevado a avances muy escasos en las inscripciones. Se espera que los solicitantes de asilo permanezcan solo temporalmente en las instalaciones de la isla, pero el proceso de trasladarlos al continente puede llevar meses y, mientras tanto, los niños no pueden acceder a la educación formal. Al sumar el desafío adicional que supone la barrera del idioma, algunos menores refugiados están perdiendo varios años de escuela.

La evidencia sugiere que construir y ampliar la capacidad de los sistemas educativos nacionales beneficia de forma similar a las comunidades locales y a los refugiados. No solamente refuerza los servicios educativos existentes para todos los menores y jóvenes, sino que promueve la cohesión social y la tolerancia entre personas de diferentes orígenes. Entre 2009 y 2018, por ejemplo, la iniciativa Áreas de Acogida y Afectadas por Refugiados (RAHA) invirtió en Pakistán más de 45 millones de dólares en más de 730 proyectos educativos. De los casi 800.000 menores que se beneficiaron, el 16% eran refugiados afganos, mientras el resto eran pakistaníes.

Una infancia entera en el exilio

En 2018, casi cuatro de cada cinco refugiados se encontraban en situaciones prolongadas, una fuerte subida respecto al año previo[2]. Como resultado, es probable que los niños que hayan sido desplazados por la fuerza a través de las fronteras permanezcan allá durante mucho tiempo, si no durante toda su infancia. Eso significa que es muy probable que los niños refugiados cursen un ciclo escolar completo, desde los 5 años hasta los 18, en el exilio, mientras que aquellos que iniciaron la escuela antes de ser desarraigados es probable que nunca regresen a las aulas con las que alguna vez estuvieron tan familiarizados. Dado que el año pasado nueve situaciones de refugiados se unieron a la lista de las llamadas prolongadas, cada vez más menores se arriesgan a perder la escuela si no se prioriza su educación.

La educación es una prioridad para los refugiados, y más aún porque los niños menores de 18 años representan aproximadamente la mitad de la población mundial de refugiados. Hay partes del mundo donde los menores rebasan ampliamente a los adultos, especialmente en los países de ingresos bajos y medios que albergan a millones de refugiados. Por ejemplo, en la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y Uganda, más del 60% de los refugiados son menores de 18 años. Debido a que el 84% de los refugiados viven en países en desarrollo, y 6,7 millones de ellos en los menos desarrollados, es claro que esas regiones albergan altas concentraciones de menores refugiados. Sin embargo, estas áreas ya sufren para proveer de escuelas suficientes a sus propias poblaciones, y mucho más con la afluencia repentina de decenas de miles de recién llegados.

La importancia de la educación preescolar tampoco debe pasarse por alto. Muy pocos niños refugiados toman parte en el programa preescolar, pese a que los beneficios son duraderos, con muchas evidencias que demuestran cuánto ayuda a los niños a desarrollarse social y emocionalmente, así como a empezar mejor la escuela primaria. Si cada niño refugiado pudiera pasar sus primeros años jugando en un lugar seguro, feliz y bien atendido, obtendría beneficios para toda la vida.

© ACNUR / ARTURO ALMENAR

Claudia* huyó de El Salvador tras un sinfín de amenazas de muerte. Dejó a su hijo Samuel*, de 7 años, con su madre. Samuel perdió más de un año de escuela al intentar su abuela protegerlo de las pandillas que hostigaban a su familia. Se reunió con su madre en Saltillo, México, después de un viaje horrible.

En 2017, ACNUR estimó que en los estados más sureños de México, donde se concentra la mayoría de los refugiados centroamericanos que buscan seguridad de las pandillas que causan estragos en El Salvador, Honduras y Guatemala, solo el 18% de los menores refugiados acuden a la escuela. Esto ocurre pese a que la legislación garantiza que todos los niños en suelo mexicano tienen derecho a inscribirse en las escuelas estatales, independientemente de su estado migratorio.

Pero en Saltillo, la historia es diferente. Para los refugiados reasentados aquí, ACNUR identifica trabajos apropiados para adultos, ayuda a inscribir a los niños en la escuela y brinda apoyo psicosocial. Los refugiados también reciben ayuda legal para obtener la naturalización, lo que normalmente ocurre en dos años, y para obtener su propia casa, lo que ocurre en tres. Cerca del 92% de los refugiados que se mudaron aquí tuvieron éxito y encontraron trabajo. Todos los menores están inscritos en la escuela.

* Los nombres han sido cambiados por razones de seguridad.

Obstáculos a cada paso

Por su propia naturaleza, el desplazamiento interrumpe la educación de los menores debido a las dificultades y peligros que enfrentan para alcanzar la seguridad, para procurarse recursos básicos vitales, obtener nuevos documentos de identidad y ayudar a sus familias en situaciones a menudo vulnerables. Para empeorar las cosas, muchos otros obstáculos impiden a los niños refugiados retomar la escuela.

Primeramente, en las regiones con bajos recursos en las que se encuentran millones de refugiados, es posible que ni siquiera haya una escuela a la que asistir. Allá donde exista, es posible que no dé más de sí, con aulas desbordadas, falta de maestros, escasez de servicios básicos como el agua, sin sanidad ni higiene, y materiales de enseñanza y aprendizaje insuficientes.

El caos que conlleva al desplazamiento forzado significa también que muchas personas huyen sin los documentos que les permiten ingresar a una escuela local en un nuevo país –certificados de nacimiento y otras formas de identificación, registros educativos, certificados de exámenes. Incluso si tuvieran esos registros, una escuela de otro país no siempre los aceptaría. A pesar de los esfuerzos de Ecuador para hacer la inscripción escolar más accesible, una encuesta reciente encontró que la falta de documentación era una de las principales razones por las cuales los menores refugiados no acudían a la escuela en el primer año (la mayor barrera en el segundo año fue la falta de fondos). Y la inscripción es solo la mitad de la batalla. A medida que los menores refugiados de edad primaria crecen, cada vez menos logran seguir cursando. 

Ciertamente, hubo progresos en el nivel primario, pero las sombrías estadísticas en los niveles secundario y superior revelan cómo las barreras hacia el aula se hacen cada vez mayores, al tiempo que las presiones para abandonar la escuela aumentan.

ESTUDIO DE CASO: LÍBANO

Amigos se unen para ayudar a niñas y niños sirios a salir de las calles y volver a la clase

Al ofrecer cursos básicos de alfabetización y aritmética, el Centro Borderless (Sin Fronteras) en Beirut forma parte de un esfuerzo nacional para sacar a las niñas y niños refugiados del trabajo e incorporarles a la escuela.

Fahed, de 11 años, refugiado sirio, logró dejar de trabajar y comenzar a aprender gracias a la ONG Borderless en Beirut, Líbano. © ACNUR/DIEGO IBARRA SANCHEZ

En un pequeño salón de clases con vista al Mediterráneo, las y los jóvenes refugiados sirios aprenden matemáticas en computadoras portátiles. Están haciendo sus primeros pasos hacia la educación formal. Hace unos meses, la mayoría de ellos pasaban sus días en las calles de la capital libanesa, Beirut, intentando ganarse la vida.

Uno de los alumnos, Fahed, tenía solo 10 años cuando comenzó a trabajar en una tienda de verduras para ayudar a su madre a llegar a fin de mes. Realizó turnos de 10 horas por solo USD 3 al día. Originario de Alepo, huyó al Líbano con su familia en 2015, durante la brutal batalla por el control de la segunda ciudad más importante de Siria.

«Mi empleador solía pegarme», recordó Fahed. «Si no podía cargar algo, me golpeaba y me decía que debía hacerlo».

A principios de este año, sin embargo, Fahed se inscribió en un centro de aprendizaje dirigido por la ONG Borderless en el barrio de Ouzai de Beirut, y desde entonces ha dejado de trabajar. «Es muy agradable aquí. Aprendo, estudio y me río con mis amigos”, dijo. Todos los días, desde las 8 de la mañana hasta el mediodía, aprende árabe, inglés y matemáticas.

«Lo que hacemos es traerlos aquí, brindarles una educación básica, intentar mejorar sus niveles de educación, y finalmente enviarlos a las escuelas formales», explicó Lina Attar Ajami, cofundadora del Centro Borderless, originaria ella misma de Damasco.

Lina fundó el centro con una amiga libanesa, Randa Ajami. Ellas comparten no solo el mismo apellido, sino también muchos valores. Como madres de hijos e hijas ya adultos, saben la importancia de la educación para las y los jóvenes.

«La educación es una salvación para todos nosotros, pero especialmente, en el momento adecuado, para los jóvenes», dijo Lina.

Ubicado en un barrio desfavorecido en los suburbios de la ciudad, el centro comunitario ofrece clases básicas de alfabetización y aritmética para más de 150 niñas y niños sirios. Las clases representan una ruta hacia la educación formal, que brindan a niñas y niños refugiados el aprendizaje básico que les hace falta para ingresar a programas de equiparación administrados por el Gobierno.

«La mayoría de ellos [no] han ido a la escuela antes debido a su situación», explicó Samah Hamseh, quien enseña inglés aquí. “Vienen para tener la oportunidad de ir a la escuela. Quieren salir de las condiciones en que viven».

Líbano alberga a más de 935.000 refugiados sirios registrados, lo que, en un país de poco más de seis millones de personas, representa la mayor concentración de población refugiada en proporción a la población nacional del mundo. Más de la mitad de las niñas y niños refugiados sirios en el país no asisten a la educación formal, a pesar de que las autoridades libanesas han organizado turnos especiales para los estudiantes sirios en las escuelas estatales.

Muchos niños y niñas también han perdido años de escolaridad y tienen dificultad en alcanzar los niveles educativos mínimos requeridos para matricularse.

Para remediar esto, el Ministerio de Educación libanés ha publicado un marco para la educación no formal que está diseñado para darles a los que han estado fuera del aula durante al menos dos años la oportunidad de ingresar a las escuelas públicas.

Esto se logra a través de programas de educación acelerada, destinados a ayudar a las niñas y los niños que no van a la escuela, a ponerse al día con el plan de estudios. Dado que los programas de educación acelerada requieren un nivel mínimo de aprendizaje, los programas de los centros comunitarios que ofrecen clases básicas de alfabetización y aritmética, como el centro Borderless en Beirut, desempeñan un papel fundamental en el proceso.

En los últimos dos años, más de 90 niñas y niños del centro se matricularon en escuelas públicas. Pero incluso en los casos en los que las niñas y los niños no logran inscribirse, debido a la falta de plazas o fondos, el programa aún proporciona importantes beneficios, dijo Vanan Mandjikian, oficial asistente de educación de la oficina de terreno de Mount Lebanon del ACNUR.

«Este programa es esencial para el futuro… porque la alfabetización básica es algo muy importante para cada niña y niño», dijo.

ESTUDIO DE CASO: GRECIA

La mayoría de niñas y niños refugiados en las islas griegas no asisten a la escuela

Las islas griegas tienen dificultades para proporcionar educación a miles de niñas y niños solicitantes de asilo.

Samir, de 11 años, es un refugiado de Afganistán en el Centro de Acogida e Identificación Pyli en la isla de Kos, Grecia. Estudia griego en el centro de educación no reconocido KEDU. © ACNUR/SOCRATES BALTAGIANNIS

Más de las tres cuartas partes de los 4.656 niños y niñas en edad escolar en las islas griegas que son solicitantes de asilo que viven en centros de recepción y no asisten a la escuela.

Es una situación que ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, quiere mejorar.

“Todas las niñas y niños deberían tener acceso real a la educación formal lo antes posible”, dijo Philippe Leclerc, Representante del ACNUR en Grecia. “Es necesario hacer más para evitar que se queden atrás”.

Alrededor de 1.800 solicitantes de asilo viven en un centro de recepción en la isla griega de Kos, en el sureste del mar Egeo. Las condiciones en el centro son difíciles, en parte porque fue creado para ser una estancia temporal que albergara a 800 personas, máximo.

Muchas de los que ahí viven dicen estar frustrados con el hacinamiento y las malas condiciones en el centro, que ni siquiera cuenta con inodoros o colchones suficientes. En el centro también hay albergues improvisados, hechos de palos. Debido a la infraestructura precaria, varios de los que están albergados en el centro se dicen preocupados con la seguridad. Para los niños, es una situación particularmente estresante.

«El campamento es horrible», dijo Samir, de 11 años, preocupado por la creciente frustración entre las personas en el centro de recepción.

Al igual que la mayoría de niñas y niños refugiados, Samir y sus amigos quieren volver a la escuela lo antes posible para recuperar el tiempo perdido antes de que la brecha sea demasiado grande para cerrar.

Sin embargo, Samir, quien llegó a Kos desde la capital afgana Kabul, está consciente de que es uno de los afortunados. Aunque su educación general se vio interrumpida debido a la situación de seguridad en Afganistán y volvió a faltar a la escuela durante su travesía por Turquía y Grecia, por lo menos ha podido regresar a la escuela.

Ahora, está comenzando a aprender griego, gracias a KEDU, una escuela no formal en Kos dirigida por una ONG griega y que cuenta con el apoyo del ACNUR.

En principio, personas solicitantes de asilo deberían permanecer en el centro de forma temporal, con los que terminaron sus trámites y los que se encuentran en situaciones particularmente vulnerables autorizados a trasladarse al territorio continental. Pero, en realidad, el proceso puede llevar muchos meses, lo que lleva a la saturación del centro de recepción.

Y como la población local de las islas es baja, y cuenta con pocos niños, las escuelas tienden a ser pequeñas. No están preparadas para hacer frente a la llegada de los niños solicitantes de asilo.

Por lo tanto, alrededor de 112 niñas y niños acuden diariamente a KEDU. Como se trata de una escuela informal, no se otorgan certificados o títulos. Tampoco hay exámenes o tareas. Los niños se dedican a hacer proyectos divertidos que sirven para que vayan aprendiendo el idioma griego de forma lúdica.

Según el ACNUR, todas las niñas y los niños refugiados y solicitantes de asilo en Grecia deberían ter acceso a una escuela certificada, que se base en el plan de estudios nacional.

La rutina escolar ayuda a restablecer la normalidad después del trauma que muchos jóvenes refugiados han sufrido. Más allá de eso, los jóvenes refugiados, como cualquier otro niño o niña, necesitan la escuela para alcanzar su potencial.

Pero desafortunadamente no es tan fácil.

La barrera del idioma dificulta la integración. El Gobierno griego ofrece algunas clases para las personas solicitantes de asilo, con el fin de facilitarles la transición a un nuevo sistema escolar, y hay algunas organizaciones no gubernamentales locales que ofrecen apoyo con las tareas.

Pero ACNUR indica que se necesita más. El Gobierno ha tratado de incluir a todas los niños y niñas refugiados y solicitantes de asilo en la educación formal, pero las islas enfrentan desafíos particulares.  La saturación de los centros de recepción es uno de los principales desafíos. Los recién llegados superan al número de personas trasladadas al territorio continental—un problema que se agrava porque muchas veces incluso aquellos solicitantes de asilo que son elegibles para el traslado no pueden marcharse porque no hay alojamiento suficiente para ellos.

“La mayoría de las niñas y los niños refugiados en el territorio continental griego están matriculados en la educación formal cuando comienza el año escolar. Grecia ha logrado importantes avances en el otorgamiento del acceso a las guarderías y escuelas primarias y secundarias. Ahora el Gobierno debe expandir y consolidar sus esfuerzos, con el apoyo y los fondos continuos de la UE, para que todas las niñas y los niños refugiados puedan ingresar al aula”, dijo Leclerc.