Familia hondureña comienza una nueva vida al otro lado del país, pero el temor todavía sigue presente
Al ser acosada por pandillas, la familia se encontró entre los cientos de miles de desplazados internos que han huido dentro de esta pequeña nación centroamericana.
En un centro comunitario en Honduras, los adolescentes comparten sus historias de haber sido obligados a abandonar la escuela debido a las amenazas y el hostigamiento por parte de pandilleros locales. Foto de agosto de 2016.
© ACNUR / Tito Herrera
Mariana* se enfrentó tres veces a las violentas pandillas que tomaron su ciudad natal, que solía ser idílica. “La primera vez, se rieron con sorna”, dijo. “La segunda vez me amenazaron de muerte… la tercera casi nos cuesta la vida.”
Mariana, de 42 años, pertenece a los “Garífunas”, una pequeña comunidad de afrodescendientes, cuyo estilo de vida se encuentra en peligro. Después de esa tercera amenaza, supo que ella y sus hijos no tenían otra opción más que abandonar su hogar y huir. En 2016, se unieron a los cientos de miles de desplazados internos en Honduras.
De acuerdo con cifras gubernamentales, se estima que unas 247.000 personas se han tenido que desplazar dentro de Honduras desde el 2004, la gran mayoría ha huido de las extorsiones, la coerción y las amenazas de las pandillas y de otras organizaciones criminales.
Alrededor de un tercio de estas personas desplazadas internamente afirman haber sido víctimas del despojo de sus bienes por quienes les perseguían, y muchos eventualmente terminaron moviéndose a otro país. Cerca de 95.000 hondureños solicitaron asilo en el extranjero para diciembre de 2018, de acuerdo con cifras de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
“Si se resisten al reclutamiento de las pandillas, arriesgan ser asesinados o tener que huir para salvar sus vidas”.
Muchas generaciones de su familia habían vivido en paz en el enclave tradicional Garífuna, en la costa caribeña de Honduras. Mariana recuerda las tarde calientes cuando sus hijos jugaban bajo las sombras de los árboles de mango y los cocoteros que flanqueaban en el modesto hogar que heredó de su madre.
Pero esta vida tranquila comenzó a cambiar hace unos nueve años, cuando las pandillas, que también operan ampliamente en los países vecinos de El Salvador, Guatemala y México, se expandieron hacia esta zona de Honduras. El sonido del canto de los pájaros y el ritmo de las olas que una vez resonaron en la casa fueron reemplazados por gritos y el repentino estallido de disparos, el sonido de los miembros de pandillas ejecutando a quienes se oponían a su reinado.
Aarón**, el jefe de la pandilla que llegó a controlar la comunidad, se fijó en la casa de Mariana, cuya ubicación le parecía estratégica para la distribución de droga. Y como si fuera poco, Aarón también se fijó en una de sus hijas, Natalia*, que en ese entonces tenía 16 años. Cuando sus mensajes prometiéndole regalos lujosos no lograron atraer a la joven colegiala, Aarón intentó secuestrar a Natalia.
El intentó falló, y Mariana mandó a Natalia y a su hermana a vivir con unos parientes en otra ciudad. La movida enfureció a Aarón, quien la interpretó como un desafío a su autoridad.
“No aguantó que lo desafiara una mujer”, recordó Mariana. “Mucho más viniendo de una mujer negra y pobre como yo”.
Aarón y los demás pandilleros dirigieron toda su furia hacia el hijo menor de Mariana, Adrián*, que en la época tenía 14 años, golpeándolo cada vez que se cruzaban con él. Nuevamente, Mariana se enfrentó a Aarón, pero su advertencia valiente no tuvo el efecto deseado. A los pocos días, la mara disparó contra Adrián, hiriéndolo en la pierna.
Mariana se dio cuenta de que no tenía más remedio que huir. Ella metió a Adrián en un taxi y los dos huyeron lo más lejos posible sin cruzar ninguna frontera internacional.
Apenas Adrián y ella se fueron, la pandilla ocupó la casa familiar, transformándola en lo que denominan una “casa loca”—un lugar en donde llevan a sus víctimas para ser torturadas y asesinadas.
“Jamás pensé que me vería obligada a dejar toda mi vida atrás”.
ACNUR trabaja activamente junto al Gobierno hondureño, contrapartes, y sociedad civil para brindar asistencia humanitaria, protección y esperanza a aquellas personas desplazadas internas en el país. ACNUR también está ayudando a fortalecer la respuesta del Gobierno hondureño a este fenómeno, apoyando la creación de un registro nacional de propiedades incautadas y abandonadas, y brindando capacitación a cientos de jueces, entre otras iniciativas.
“La violencia crónica y la persecución presentan a los jóvenes hondureños con sombrías perspectivas de futuro. Si se resisten al reclutamiento de las pandillas, arriesgan ser asesinados o tener que huir para salvar sus vidas”, dijo Andrés Celis, Jefe de la Oficina Nacional del ACNUR en Honduras.
- Ver también: “Hay que aguantar. Son periodos difíciles”: Las personas siguen solicitando asilo durante la pandemia
Hoy, a pesar de los bloqueos relacionados con COVID en Honduras, El Salvador y Guatemala, los desplazados internos y los líderes comunitarios informan que los grupos criminales están utilizando el confinamiento para fortalecer su control sobre las comunidades. Esto incluye la intensificación de la extorsión, el tráfico de drogas y la violencia sexual y de género, y el uso de desapariciones forzadas, asesinatos y amenazas de muerte contra aquellos que no cumplen.
En un país pequeño como Honduras, incluso huir no siempre resulta en una seguridad duradera. Solo toma varias horas, en automóvil, viajar de costa a costa. Con las pandillas extendiéndose por todo el país, muchas personas desplazadas siguen siendo vulnerables a sus perseguidores incluso después de desarraigarse de sus comunidades y redes de apoyo. Muchas personas desplazadas internamente terminan huyendo más de una vez, cada vez más lejos de casa.
Alrededor de cuatro años después de desplazarse, Mariana todavía está luchando por reiniciar su vida. Ahora ella improvisa sus ganancias como vendedora ambulante para pagar el alquiler del pequeño departamento donde vive la familia.
“Jamás pensé que me vería obligada a dejar toda mi vida atrás”, dice Mariana mientras se enjuga las lágrimas del rostro.
*Nombres cambiados por motivos de protección
**Nombre ficticio