Nueva escuela abre las puertas para proteger a estudiantes afganos del frío
Una escuela financiada por las Naciones Unidas proporciona a 500 niños y niñas de una aldea al norte de Kabul mayores posibilidades de completar su educación.
Alumnas sentadas a la sombra de las moreras en la aldea de Qarabagh, cerca de Kabul (Afganistán).
© ACNUR/Claire Thomas
Con 12 años, Mursal es la única niña de su clase de sexto curso.
Con el paso de los años, todas las demás niñas –y varios de los niños– abandonaron los estudios para colaborar con las responsabilidades de sus hogares, empezar a trabajar o contraer matrimonio.
Mursal ha conseguido permanecer en la escuela, pero no ha sido fácil.
Su clase acaba de ser trasladada fuera de unas tiendas que necesitaban remiendos constantes como consecuencia de la lluvia, la nieve y el viento. Las tiendas estaban abarrotadas y sufrían daños constantes. En un momento dado, durante el invierno, fue necesario suspender las clases durante tres días porque la lluvia y la nieve se filtraban en las tiendas y convertían la tierra bajo las mismas en barro resbaladizo.
Mursal y sus compañeros y compañeras se sientan ahora sobre una sencilla alfombra bajo una morera mientras su profesor explica las tablas de multiplicar en pastún.
“Me encantan ciencias e inglés”, dice mientras el viento levanta el polvo sobre las caras de los 520 alumnos y alumnas reunidos en el campamento que acoge esta escuela temporal.
“Dicen “¿qué escuela? Para qué los vamos a mandar al raso para que se pongan enfermos?”
Que Mursal haya llegado tan lejos en su educación pese a verse forzada a estudiar en tiendas y al aire libre es una proeza. Aunque Qarabagh está a poca distancia en coche de Kabul, la ciudad enfrenta importantes desafíos en materia de seguridad.
De hecho, las dificultades a las que se enfrentan Mursal y los demás estudiantes de la escuela –incluidas otras 200 niñas– son un ejemplo de otras cuestiones que asolan el sistema educativo en Afganistán.
El año pasado, UNICEF informó que 3,7 millones de niñas y niños afganos en edad escolar no asistían a la escuela, de los cuales al menos 2,7 millones eran niñas. A nivel mundial, en educación secundaria hay siete alumnas refugiadas por cada 10 alumnos refugiados matriculados.
Mursal sabe que ha tenido suerte: varias de sus compañeras debieron dejar los estudios para casarse, mientras que otras tuvieron que empezar a ayudar con las tareas del hogar. En otras zonas del país, las niñas suelen ser las primeras en abandonar la escuela cuando se deteriora la situación de seguridad.
Esta combinación de expectativas culturales e inseguridad tiene un efecto devastador sobre la educación en el país. Un estudio llevado a cabo en 2016 por la Unión Europea y la Oficina Central de Estadísticas de Afganistán concluyó que solo el 21,7% de las niñas estaban matriculadas en algún tipo de educación formal o informal.
Por eso resulta tan importante el apoyo de la familia de Mursal. No es solo que los padres de Mursal la animen a estudiar; su hermano Fahimullah, que tuvo que dejar los estudios para trabajar como jornalero, es uno de sus principales defensores.
Está orgulloso de que su hermana pequeña tenga la oportunidad de perseguir sus sueños, algo que él mismo no pudo hacer. Estaba en undécimo curso cuando sus padres le dijeron algo que miles de jóvenes afganos escuchan cada día: tenía que contribuir a los gastos de la familia.
Lo que Fahimullah y otros miembros de la comunidad Aka Khail quieren ahora es que los niños y las niñas de la aldea puedan estudiar por fin en aulas seguras y aclimatadas, con pupitres y sillas adecuadas.
Invertir en la educación de las personas refugiadas, desplazadas internas y que retornan a sus hogares es la forma más poderosa de conseguir que sean autosuficientes. También es fundamental para la prosperidad futura de sus países de origen y de acogida.
En la actualidad, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) trabaja para construir un edificio que aumente la capacidad de la escuela de 520 a cerca de 1.000 niñas y niños de la zona.
“De aquí podría salir el médico o el abogado o la ingeniera que arregle este país”.
Malyar, de 23 años, es uno de los tres únicos maestros propiamente dichos de la escuela.
Junto con los otros maestros, se ha dirigido en repetidas ocasiones a los padres de la zona para que manden a sus hijos e hijas a la escuela, pero siempre obtienen la misma respuesta.
“Dicen “¿qué escuela? Para qué los vamos a mandar al raso para que se pongan enfermos entre el barro, la lluvia y el calor?”
Malyar acepta un escaso salario de 6.000 afganis (77 USD) por dar clase al alumnado, pero dice que está dispuesto a hacerlo para ayudar a su comunidad, largamente ignorada por el gobierno de Kabul.
“Si nosotros, en tanto que adultos, trabajamos por estos niños y niñas, de aquí podría salir el médico o el abogado o la ingeniera que arregle este país”, dice.
El edificio de la escuela se inaugurará en los próximos tres meses.
“Este es nuestro Afganistán. Necesitamos construir una escuela propiamente dicha y, para ello, todos lo sacrificaríamos todo”, dice Fahimullah, mientras observa con orgullo a su hermana pequeña repetir fórmulas matemáticas en pastún.
El Foro Mundial sobre los Refugiados, una reunión de alto nivel que se celebrará en Ginebra en diciembre, reunirá al sector privado, el sector humanitario y organizaciones de desarrollo, así como a los gobiernos. Su objetivo es reforzar la respuesta colectiva ante situaciones de refugiados y aspira a diseñar modos innovadores y sostenibles de apoyar la educación de personas refugiadas en lugares como Afganistán.