Empapados y hambrientos, los refugiados rohinyá buscan albergue en Bangladesh
Según las estimaciones, 313.000 hombres, mujeres y niños que huyen de la violencia en Myanmar sobrepasan la capacidad de socorro en Bangladesh.
THANGKALI, Bangladesh – "No tengo nada", comenta Jaheed Hussain, de 45 años, en el albergue a medio construir que ocupa su familia y que ofrece escasa protección contra las lluvias del monzón en Bangladesh.
Junto a él hay un cuenco con los deslavazados restos de su última comida. "Cuando emprendimos la huida trajimos comida que nos durará dos días más", dice estoicamente, "luego Dios proveerá por nosotros".
Jaheed y su familia, constituida por nueve personas, han levantado un albergue de bambú bajo un techo de lona que les dio una familia de Bangladesh en la ladera de una colina embarrada.
"No traje dinero. Sin la ayuda de la gente de aquí no tendríamos nada", explica, señalando la malla de madera que estaba preparando para utilizarla como muro provisional y que ahora está sumergida en el barro que hay junto a él.
"Cuando emprendimos la huida trajimos comida que nos durará dos días más."
Jaheed, procedente de Debunia, en Maungdaw, explica que huyó cuando estalló la violencia en su aldea: "Vi a cinco de mis vecinos muertos por los disparos".
Desde la cumbre de la colina se ve Myanmar al otro lado de la frontera. Una columna de humo blanco y espeso se eleva mezclándose con las intensas lluvias del monzón. "La aldea está ardiendo", dice Jaheed. Según los testimonios de los recién llegados no ha quedado nada.
Según las estimaciones de las Naciones Unidas, unos 313.000 refugiados rohinyá han huido a Bangladesh desde el estado de Rakhine (Myanmar), desde el último estallido de violencia que comenzó el 25 de agosto.
Según cuentan los que llegan, son innumerables las personas que siguen atrapadas en Myanmar intentando huir o desplazándose en condiciones difíciles tratando de llegar a la frontera de Bangladesh.
Miles de refugiados cruzaron la carretera que conecta las zonas fronterizas con Ukhia, la población más extensa que hay en las proximidades de Thangkali. Muchos aguardan sentados junto a la carretera, rodeados de las escasas pertenencias que pudieron llevarse cuando huyeron para salvar la vida.
De vez en cuando, los transportistas locales, que conducen a los refugiados rohinyá a los distintos campamentos provisionales, les ofrecen bolsas de copos de arroz.
La alimentación se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los nuevos residentes de estas colinas. Hotija Begum, de 35 años, y su esposo Nur, de 40 años, explican que se han gastado los 50.000 kyats (37 dólares) que habían traído en el endeble albergue que han construido. En un rincón del albergue la anciana madre de Nur es atendida por su nieta. Antes de llegar aquí acamparon en la frontera entre Myanmar y Bangladesh.
"Vivimos como mendigos", se lamenta Hotija, que lleva un pañuelo rosa. "Nos quedamos a un lado de la carretera esperando que alguien nos dé algo". A su alrededor se agrupan sus siete hijos, tres de ellos enfermos con fiebre.
"Llevo dos días sin comer", dice Nur levantando su camiseta y tocando su estómago vacío. "Sin comida no sobreviviremos". En el barro se ve una bolsa de arroz vacía que trajo de Myanmar. Hotija y Nur temen que cuando vuelvan las lluvias, su albergue, endeble y desprotegido, se derrumbe.
"Nos quedamos a un lado de la carretera esperando que alguien nos dé algo."
Al anochecer, el paisaje se puebla de luces de teléfonos móviles y linternas. El fuego ilumina a una mujer que está cocinando. Al pie de las colinas, junto a la carretera, hay cientos de personas sentadas en el barro. Aziza sostiene un pequeño bolso.
"Estamos esperando aquí", dice esta mujer de 50 años rodeada por sus hijos adolescentes. "Tenía unas lonas pero, cuando empezaron los combates, las tiré y salí corriendo".Su marido recibió un disparo; saca una fotografía y señala al hombre que está en el centro. "No sé si está vivo o muerto".
De momento, Aziza debe centrarse en proteger la vida de sus hijos. "Llevo dos días sin comer. A no ser que alguien me ayude vamos a morir de hambre". Sus manos buscan de nuevo en el pequeño bolso y saca dos documentos deteriorados. Señalando dos tarjetas de identidad de los años 50, nos muestra a sus abuelos. Sus hijos están callados. Ellos dudan de que puedan regresar a casa.
El ACNUR, cuyas lonas se agitan en las colinas de Thangkali, está trabajando para suministrar alimentos, agua y asistencia médica a los rohinyá recién llegados. La agencia para los refugiados proporciona apoyo vital en los dos campamentos de refugiados existentes – Kutupalong y Nayapara – que, desde que se produjo la afluencia, han duplicado su población.
Por Jacob Judah
Gracias a la Voluntaria en Línea Luisa Merchán por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.