Un año después del ciclón Idai, las personas desplazadas luchan por rehacer sus vidas en Mozambique

Los supervivientes todavía están intentando recomenzar con sus vidas. Se necesita más asistencia para ayudarles a recuperarse, mientras también otros países afectados por el cambio climático necesitan ayuda.

Una familia desplazada por el ciclón Idai junto a su carpa en el asentamiento de Savane, en Mozambique.
© ACNUR/Hélène Caux

Cuando el ciclón Idai azotó Mozambique hace un año, Jose Martinho, un pescador de Beira, se refugió en tierras más altas. Pudo salvar su vida, pero perdió todo lo que tenía. El gobierno lo reubicó junto a su familia en una localidad del interior, pero él vuelve a su antiguo vecindario regularmente para trabajar arreglando sus redes de pesca, a pesar de seguir con miedo.


“Perdí mis redes de pesca y mi piragua. Me quedé sin nada. Mi casa fue arrasada”, contó mientras miraba con desconfianza el mar, a solo unos metros de una cabaña que reconstruyó con unas viejas chapas de zinc oxidadas dispersadas por el ciclón.

“Estoy aquí porque necesito cuidar de mi familia”.

El ciclón Idai golpeó Mozambique el 14 de marzo del año pasado, causando la muerte de más de 600 personas en el país, en Malawi y en Zimbabue. Unas semanas después llegó el ciclón Kenneth y en total 2,2 millones de personas resultaron desplazadas. El cambio climático y la larga línea costera de Mozambique sobre el Océano Índico hacen que el país se vea cada vez más expuesto a los ciclones.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, participó en la respuesta trabajando en conjunto con otras agencias de ayuda. Jose y su familia fueron trasladados a 54 km de Beira, capital de la provincia de Sofala, al asentamiento de Mutua, uno de los seis asentamientos establecidos en la región que resultó ser la más afectada por el ciclón.

“El mundo no debe olvidar a las personas afectadas por el ciclón Idai”.

Más de 93.000 personas fueron trasladadas a estos asentamientos, donde siguen recibiendo ayuda de ACNUR y otras agencias humanitarias. ACNUR ha proporcionado albergue y artículos de ayuda y ha venido monitoreando la situación de los supervivientes, en particular la niñez, las mujeres y las personas mayores, ofreciéndoles asesoría. La emergencia ya terminó, pero la Agencia de la ONU para los Refugiados advierte que se debe hacer más para que estas personas se recuperen plenamente.

“El mundo no debe olvidar a las personas afectadas por el ciclón Idai. Sí, han recibido asistencia, pero todavía necesitan ayuda adicional. Necesitan empleo, necesitan poder rehacer sus vidas… reconstruir sus casas, y la niñez debe poder ir a la escuela”, dijo Ivone Kachidza, oficial de protección de ACNUR en Beira.

“La mayoría de estas personas lo perdieron todo”, explicó. Por ahora, las condiciones en los asentamientos son duras. No hay hospitales en las cercanías, solo centros de salud. Las mujeres dan a luz en las carpas y los niños deben caminar largas distancias para ir a la escuela.

“La vida era buena antes del ciclón”.

Amelia Elias, madre de tres hijos, con quienes vive en uno de los asentamientos, conoce estos problemas de primera mano. Antes del ciclón, ella y su familia vivían en una casa rentada en Beira, tenían muebles y un televisor y estaban ahorrando para comprar una casa. Ella tenía un negocio y su marido también trabajaba.

“La vida era buena antes del ciclón”, recordó la mujer de 26 años. “La vida aquí en el asentamiento es dura, porque no podemos trabajar y no tenemos de qué vivir”.

  • Jose Martinho, de 43 años con su esposa Angelina, de 31, y sus hijas Laura, 12, y Luiza, 14, junto a su carpa en el asentamiento de Mutua, donde viven unas 700 personas.
    Jose Martinho, de 43 años con su esposa Angelina, de 31, y sus hijas Laura, 12, y Luiza, 14, junto a su carpa en el asentamiento de Mutua, donde viven unas 700 personas. © ACNUR/Hélène Caux
  • Jose Martinho, de 43 años, repara sus redes de pesca cerca de lo que queda de su casa en el barrio de Nova Praia.
    Jose Martinho, de 43 años, repara sus redes de pesca cerca de lo que queda de su casa en el barrio de Nova Praia. © ACNUR/Hélène Caux
  • Angelina, de 31 años, trabaja la parcela de tierra que el gobierno le asignó a ella y a su esposo en el asentamiento de Mutua.
    Angelina, de 31 años, trabaja la parcela de tierra que el gobierno le asignó a ella y a su esposo en el asentamiento de Mutua. © ACNUR/Hélène Caux
  • Amelia, su marido João, de 34 años, y sus hijos Rosa, de 8, Elias, de 4, y Alfonsina, quien tiene un año, fuera de su casa en el asentamiento de Savane.
    Amelia, su marido João, de 34 años, y sus hijos Rosa, de 8, Elias, de 4, y Alfonsina, quien tiene un año, fuera de su casa en el asentamiento de Savane. © ACNUR/Hélène Caux
  • Amelia y su hija Alfonsina en el asentamiento de Savane, donde su familia fue reubicada después de ciclón Idai se abatió sobre Beira.
    Amelia y su hija Alfonsina en el asentamiento de Savane, donde su familia fue reubicada después de ciclón Idai se abatió sobre Beira. © ACNUR/Hélène Caux
  • Rosa, la hija de 8 años de Amelia, lavando ropa en el asentamiento de Savane, donde la familia fue reubicada después del ciclón Idai.
    Rosa, la hija de 8 años de Amelia, lavando ropa en el asentamiento de Savane, donde la familia fue reubicada después del ciclón Idai. © ACNUR/Hélène Caux

Los recuerdos de lo que pasó todavía son vívidos.

Jose recuerda cómo empezó, con un anuncio en la radio que alertaba a los residentes que el ciclón se aproximaba. La lluvia caía y el viento soplaba tan fuerte como nunca antes lo había visto, pero, según recordó, las personas estaban escépticas, porque ya habían sobrevivido a otros ciclones.

“Si el ciclón vuelve, trataré de huir”.

“Estaba en casa cuando comenzó, alrededor de las 7 pm. Se puso cada vez peor”, dijo. Luego, añadió: “El agua del mar empezó a subir rápidamente. El viento arrancaba las láminas de los techos de las casas”.

Jose reunió a su familia y logró juntarse a un grupo que huía de la tormenta buscando tierras más altas. Pasaron la noche en una escuela antes de ser trasladados al centro de acogida Samora Machel, donde recibieron comida y cobijo.

Jose está feliz de que su familia esté a salvo, pero se enfrenta a un dilema mientras repara sus redes de pesca a pocos metros del océano.

“Las condiciones en Mutua son realmente difíciles. Aquí, cerca del mar, es donde puedo conseguir algo para mis hijos”, afirmó. “Pero estoy asustado. Si el ciclón vuelve, trataré de huir”.