Las personas refugiadas del mundo árabe sufren las penurias económicas provocadas por el coronavirus

A medida que las restricciones por COVID-19 causan estragos en los medios de vida en la economía mundial, las personas refugiadas y desplazadas en Medio Oriente y África del Norte se encuentran entre las más afectadas.

El refugiado sirio Farhad, ahora sin empleo, en su carpa en el campamento de Duhok, en el Kurdistán iraquí.
© ACNUR/Rasheed Hussein Rasheed

Hace dos meses, la vida finalmente estaba mejorando para Mousab, un refugiado sirio de 33 años que vive en la segunda ciudad más grande de Túnez, Sfax. Recientemente había usado sus ahorros para abrir un restaurante de kebab y esperaba ganar lo suficiente para casarse con su novia. Luego, a principios de marzo, golpeó la COVID-19.


El confinamiento que ocurrió posteriormente ha contenido la propagación del virus, con menos de 1.000 casos confirmados reportados en todo el país. Pero el impacto financiero ha sido duro para los tunecinos y las personas refugiadas como Mousab.

“No tengo ingresos porque abrí el restaurante aproximadamente un mes antes de la crisis”, explicó Mousab, cuyo restaurante ahora está cerrado y sus sueños de casarse están en espera.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ha tratado de suavizar el impacto brindando una asistencia de emergencia de 500 dinares tunecinos (USD 173), pero Mousab teme lo que sucederá si la crisis se prolonga.

“Mi mayor temor si la crisis persiste es acumular deudas que no podré pagar”

“Mi mayor temor si la crisis persiste es acumular deudas que no podré pagar, como el alquiler de mi casa y del restaurante. Honestamente, me da mucho miedo solo de pensarlo”.

Según las proyecciones de la OCDE y el Banco Mundial, es probable que el crecimiento económico mundial se reduzca a la mitad debido a las perturbaciones causadas por la COVID-19, que hundirá a 40-60 millones de personas más en la pobreza extrema en todo el mundo. Los países en desarrollo que albergan a más de las tres cuartas partes de las personas refugiadas del mundo probablemente se encuentren entre los más afectados.

Esta dura realidad ya se está materializando en toda la región del Medio Oriente y África del Norte, que alberga a millones de personas refugiadas y desplazadas internas que huyen de la violencia en Siria, Yemen y otros lugares.

Según una encuesta inicial elaborada en Egipto, un país de acogida importante para personas refugiadas sirias, el 46 por ciento de los refugiados ha perdido su fuente de ingresos. En Irak, más de la mitad de las llamadas hechas por personas desplazadas internas a una línea telefónica directa de la ONU dijeron que habían perdido sus empleos u otras fuentes de ingresos.

Para el refugiado sirio Naeem, que ha vivido con su familia en la capital jordana Ammán desde que huyó de Damasco en 2014, la crisis actual no pudo haber llegado en peor momento.

Al trabajar reparando techos en obras de construcción, él confía en ganar lo suficiente durante los meses más cálidos, cuando los trabajos son abundantes, para mantenerse durante el resto del año. El confinamiento en Jordania ha significado que no ha podido trabajar durante más de un mes.

“Llevamos seis años en Jordania y nunca tuve que pedir ayuda”, explicó Naeem. “Pero en un momento en el que debería estar trabajando más, no hay trabajo”.

“En un momento en el que debería estar trabajando más, no hay trabajo”

Su mayor preocupación es qué sucederá si no puede pagar los 200 dinares jordanos (USD 282) de alquiler que debe para fin de mes.

“Sé que muchos sirios no han podido pagar el alquiler y sus arrendadores no tienen más remedio que aceptarlo, pero nuestro arrendador ha dicho que eso no es posible”, dijo Naeem. “Si no podemos pagar el alquiler este mes, tendremos que buscar un lugar más barato para vivir”.

De manera similar, las personas refugiadas en Argelia, Líbano, Egipto y Mauritania han informado sobre el aumento de los desalojos o las amenazas de desalojo.

En el Líbano, que ya sufría una crisis económica antes de que el virus provocara más alteraciones, más de dos tercios de las personas refugiadas encuestadas dicen que han reducido el consumo de alimentos debido a la falta de fondos, mientras que muchos se endeudan más para tratar de mantenerse a flote.

“Llevamos un tiempo viviendo de vegetales”, dijo Hasna Harbi, una madre soltera de seis hijos proveniente de Homs en Siria que vive en un asentamiento de tiendas de campaña en el valle de Bekaa en el Líbano. Esta familia depende del salario de sus dos hijos mayores, de 20 y 16 años, para sobrevivir, pero sus ganancias se han reducido a casi nada desde que comenzó el confinamiento en marzo.

“La situación empeoró en el último mes”, agregó Hasna. “Todo es mucho más caro, trato de gastar menos: compramos menos y comemos menos. Compro pan fiado en la tienda”.

“Trato de gastar menos: compramos menos y comemos menos. Compro pan fiado en la tienda”

ACNUR está haciendo todo lo posible para compensar el peor impacto al proporcionar subsidios de emergencia en efectivo a quienes más lo necesitan. En algunos países, esto incluye a miembros de las comunidades de acogida que se encuentran en circunstancias igualmente difíciles.

Mona, una refugiada somalí de 33 años que vive en Saná, la capital de Yemen, se vio obligada a cerrar su pequeño salón de belleza el mes pasado en el período previo a la temporada de bodas. Con su hijo y otros cinco familiares que dependen de su ingreso diario regular de 3.000 a 6.000 riales yemeníes (USD 6-12) para cubrir sus necesidades básicas, la pérdida de ingresos amenaza con dejarles en la miseria.

“Debido al coronavirus, perdimos nuestra fuente de ingresos, lo que nos ha hecho dependientes de otros", dijo Mona. “No hay nada como tener tu propio negocio para hacerte sentir autosuficiente y fuerte. El salón es la única esperanza de mi familia”.

En Siria, donde hay casi 6,1 millones de personas desplazadas internas y 11 millones necesitan asistencia humanitaria, la pérdida de ingresos y el aumento del costo de los alimentos provocados por la actual crisis de salud están exacerbando una situación de por sí dramática.

  • El refugiado sudanés Mohammed busca reciclaje en un vertedero de basura al sur de Trípoli, en Libia.
    El refugiado sudanés Mohammed busca reciclaje en un vertedero de basura al sur de Trípoli, en Libia. © Cortesía de Mohammed
  • Foto de archivo de la refugiada siria Hasna en su carpa en el Valle de Bekaa, Líbano, en marzo de 2014.
    Foto de archivo de la refugiada siria Hasna en su carpa en el Valle de Bekaa, Líbano, en marzo de 2014. © ACNUR
  • Refugiados sirios hacen fila para recibir ayuda financiera en un centro de ACNUR en el campamento de Duhok, en el Kurdistán iraquí.
    Refugiados sirios hacen fila para recibir ayuda financiera en un centro de ACNUR en el campamento de Duhok, en el Kurdistán iraquí. © ACNUR/Rasheed Hussein Rasheed
  • Trabajadores, entre ellos refugiados sirios, empacan servilletas en la fábrica de Al Khamel en el suburbio de Sahab,en Amán, Jordania.
    Trabajadores, entre ellos refugiados sirios, empacan servilletas en la fábrica de Al Khamel en el suburbio de Sahab,en Amán, Jordania. © ACNUR/Lilly Carlisle
  • Rahib, padre de familia ex desplazado, de 45 años, carga su bebé recién nacido, Mustafa, en su casa de Alepo, Siria.
    Rahib, padre de familia ex desplazado, de 45 años, carga su bebé recién nacido, Mustafa, en su casa de Alepo, Siria. © ACNUR/Hameed Maarouf
  • El refugiado sirio Mousab, de 33 años, tuvo que cerrar su puesto de kebab en Sfax, Túnes, debido a las restricciones por el COVID-19.
    El refugiado sirio Mousab, de 33 años, tuvo que cerrar su puesto de kebab en Sfax, Túnes, debido a las restricciones por el COVID-19. © TAMSS/Ghassen Gacem

Rabih, de 45 años, y su familia fueron desplazados varias veces después de que su casa en Alepo Este fuera destruida en 2012. En 2016, después de establecerse finalmente en otro vecindario, Rabih reanudó su trabajo en la industria textil de la ciudad. Pero con la fábrica cerrada desde principios de marzo, se está quedando rápidamente sin dinero y opciones.

“Cuando voy al mercado, me quedo parado en pánico sin saber qué comprar”, dijo Rabih. “Con tan poco dinero y los precios disparándose, compro una verdura a la vez, y [pagar] la carne es impensable por ahora”.

Aquellas personas que trabajan en la economía informal se encuentran entre las más expuestas como fuentes frágiles de colapso de ingresos. Esta semana, la Organización Internacional del Trabajo estimó que casi 1.600 millones de trabajadores de la economía informal han sufrido daños masivos en su capacidad para ganarse la vida.

Entre ellos se encuentra el ex estudiante de ingeniería Mohammed, que huyó del conflicto en la región de Darfur en Sudán en 2016 y ahora vive en un vertedero en la capital libia, Trípoli, donde él y un grupo de amigos ganan entre 2 y 5 dólares estadounidenses diarios recogiendo desechos reciclables.

Incapaz de tomar lo que recolectan para la venta debido al confinamiento de toda la ciudad, Mohammed siente que no tiene más remedio que buscar una ruta peligrosa fuera de Libia.

“Los precios de la comida y el alquiler subieron. A veces, ni siquiera podemos ir al mercado, ya que somos considerados portadores de la enfermedad por ser extranjeros”, dijo.

“Intentaré cruzar una vez más hacia Europa. Traté de cruzar dos veces en el pasado y fallé. Cada vez que lo intentaba, terminaba en centros de detención. Pero espero que esta vez lo pueda lograr”.

Un flujo constante de remesas ha mantenido a flote a las familias de toda la región, aunque incluso eso ahora se está agotando.

Para otros, no hay otra opción más que esperar y esperar a que las restricciones puedan aligerarse pronto. El refugiado sirio Fahad vive con su familia en el campamento de refugiados de Bardarash en la región de Kurdistán en Irak. Antes de la crisis, solía dejar el campamento cada mañana para ir a trabajar en obras de construcción y ganar hasta USD 18 al día.

“Este toque de queda nos ha afectado negativamente a todos, y ahora no puedo salir del campamento para trabajar”

“Me gusta trabajar y depender de mí mismo. Este toque de queda nos ha afectado negativamente a todos, y ahora no puedo salir del campamento para trabajar”, dijo Fahad.

Él y otras personas en el campamento han recibido subvenciones en efectivo de ACNUR para ayudar a cubrir sus necesidades básicas durante el confinamiento, pero las personas refugiadas también están haciendo lo que pueden para ayudarse mutuamente.

“Los que han ahorrado su dinero en sus días buenos, ahora lo están gastando y apoyando a los necesitados”, explicó Fahad. “Recuperarán su dinero cuando la vida se normalice y se levante el toque de queda. Así es como funciona aquí: como hermanos y hermanas, las personas refugiadas se apoyan mutuamente”.

Reportaje de Chiara Maria Cavalcanti en Túnez, Lilly Carlisle en Amán, Warda Aljawahiry en Beirut, Mona Alhajj en Saná, Hameed Maarouf en Damasco, Tarek Argaz en Trípoli y Rasheed Hussein Rasheed en el campamento de refugiados de Bardarash, región de Kurdistán en Irak.

Escrito por Charlie Dunmore.