Lo más importante

Fotografías de Brian Sokol

Si el conflicto destruyera tu país y te obligara a huir para salvar tu vida, ¿qué llevarías contigo?

20 de agosto de 2018

Sus historias

Lo más importante

Fotografías de Brian Sokol

Si el conflicto destruyera tu país y te obligara a huir para salvar tu vida, ¿qué llevarías contigo?

20 de agosto de 2018

Sus historias

Durante días caminaron a través de junglas y montañas o desafiaron peligrosos viajes al otro lado del río para ponerse a salvo. Aquí, 11 refugiados rohingya presentan lo más importante para ellos.

El fotógrafo Brian Sokol, que trabaja con personal de ANCUR en todo el mundo, le ha planteado la misma pregunta a cientos de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares. ¿Qué es lo más importante que has traído contigo?

El proyecto fotográfico resultante, “Lo más importante”, brinda respuestas sorpresivas y muy bien pensadas. En esta entrega, Sokol se enfoca en las personas rohingya refugiadas que han huido a Bangladesh.

El último gran éxodo inició el 25 de agosto de 2017, cuando la violencia estalló en el estado de Rakhine, Myanmar. Más de 700.000 rohingyas han llegado a Bangladesh desde entonces. La mayoría son mujeres y niños; otras son personas adultas mayores que necesitan asistencia y protección adicional. Muchos hablan sobre extrema violencia. Algunos aún guardan los artículos que se llevaron cuando huyeron, y los conservan como un recordatorio de sus seres queridos o de la vida que dejaron atrás.

Anteriormente, este proyecto había incluido a refugiados malienses en Burkina Faso, refugiados sirios en Turquía, Líbano y Jordania; sudaneses en Sudán del Sur; y centroafricanos y angoleños en la República Democrática del Congo.

El fotógrafo Brian Sokol, que trabaja con personal de ANCUR en todo el mundo, le ha planteado la misma pregunta a cientos de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares. ¿Qué es lo más importante que has traído contigo?

El proyecto fotográfico resultante, “Lo más importante”, brinda respuestas sorpresivas y muy bien pensadas. En esta entrega, Sokol se enfoca en las personas rohingya refugiadas que han huido a Bangladesh.

El último gran éxodo inició el 25 de agosto de 2017, cuando la violencia estalló en el estado de Rakhine, Myanmar. Más de 700.000 rohingyas han llegado a Bangladesh desde entonces. La mayoría son mujeres y niños; otras son personas adultas mayores que necesitan asistencia y protección adicional. Muchos hablan sobre extrema violencia. Algunos aún guardan los artículos que se llevaron cuando huyeron, y los conservan como un recordatorio de sus seres queridos o de la vida que dejaron atrás.

Anteriormente, este proyecto había incluido a refugiados malienses en Burkina Faso, refugiados sirios en Turquía, Líbano y Jordania; sudaneses en Sudán del Sur; y centroafricanos y angoleños en la República Democrática del Congo.

Noor

“Si morimos, morimos juntos”.

A finales de agosto de 2017, mientras quemaban y explotaban casas cercanas, Noor se apresuró a huir con sus seis hijos en medio de la oscuridad. “Si morimos, morimos juntos”, les dijo. Mientras corrían sin poder llevar nada, los vecinos que huían a su lado fueron asesinados. De repente, hubo un fuerte estallido, y cuando Noor se dio la vuelta, encontró a Roshida*, de siete años, tendida en el suelo. A varios pies de distancia yacía el pie de su hija y la mitad inferior de su pierna. Su pecho apenas se levantaba y caía, y un suspiro de aliento escapó por su boca. Pasó un mes, yendo de aldea en aldea, antes de llegar a Bangladesh. “Fue tan difícil que no tenemos palabras para comenzar a explicarlo”, dice Noor. “La mayor pérdida que hemos sufrido es su pierna. Y el regalo más importante que se nos ha dado es su vida, el sonido de su voz”.

Noor

“Si morimos, morimos juntos”.

A finales de agosto de 2017, mientras quemaban y explotaban casas cercanas, Noor se apresuró a huir con sus seis hijos en medio de la oscuridad. “Si morimos, morimos juntos”, les dijo. Mientras corrían sin poder llevar nada, los vecinos que huían a su lado fueron asesinados. De repente, hubo un fuerte estallido, y cuando Noor se dio la vuelta, encontró a Roshida*, de siete años, tendida en el suelo. A varios pies de distancia yacía el pie de su hija y la mitad inferior de su pierna. Su pecho apenas se levantaba y caía, y un suspiro de aliento escapó por su boca. Pasó un mes, yendo de aldea en aldea, antes de llegar a Bangladesh. “Fue tan difícil que no tenemos palabras para comenzar a explicarlo”, dice Noor. “La mayor pérdida que hemos sufrido es su pierna. Y el regalo más importante que se nos ha dado es su vida, el sonido de su voz”.

Omar, 102 años

“Si no hubiera tenido mi lati, me hubiera arrastrado hasta Bangladesh”.

Lo más importante que trajo Omar, que tiene 102 años y es ciego, es su lati o bastón. Él y otros aldeanos huyeron de sus hogares después de presenciar un ataque horrible en la aldea vecina y varios asesinatos brutales. Omar encontró su camino siguiendo las voces de los otros refugiados y usando su lati. En un momento, después de saltar del bote de un pescador, se perdió en un bosque de manglares durante siete horas, con el agua hasta el cuello. Él llora mientras cuenta el desgarrador cuento. Finalmente, encontró su camino a la costa, pero estaba agotado después del calvario. Omar dice que dejar su aldea ha sido lo más difícil, pero ahora que está a salvo y se ha reunido con su familia, está feliz y en paz. “Si te ríes, los demás se reirán contigo». Y si dejas de reír, morirás”.

Omar, 102 años

“Si no hubiera tenido mi lati, me hubiera arrastrado hasta Bangladesh”.

Lo más importante que trajo Omar, que tiene 102 años y es ciego, es su lati o bastón. Él y otros aldeanos huyeron de sus hogares después de presenciar un ataque horrible en la aldea vecina y varios asesinatos brutales. Omar encontró su camino siguiendo las voces de los otros refugiados y usando su lati. En un momento, después de saltar del bote de un pescador, se perdió en un bosque de manglares durante siete horas, con el agua hasta el cuello. Él llora mientras cuenta el desgarrador cuento. Finalmente, encontró su camino a la costa, pero estaba agotado después del calvario. Omar dice que dejar su aldea ha sido lo más difícil, pero ahora que está a salvo y se ha reunido con su familia, está feliz y en paz. “Si te ríes, los demás se reirán contigo». Y si dejas de reír, morirás”.

Nuras, 25 años

Lo más importante que trajo Nuras al exilio desde Myanmar es un bebé que encontró mientras huía de un ataque a su aldea.

Después de que sus vecinos fueran asesinados, Nuras, de 25 años, y sus cuatro hijos fueron perseguidos y atacados por los disparos al huir. Mientras corría, Nuras escuchó a un bebé llorando y tosiendo cerca. Lo encontró agitando los brazos cerca de los cuerpos de dos personas rohingya que habían sido asesinadas, en un arrozal seco y lejano. “Tal vez Alá me ha dado un regalo para protegernos a mí y a mis hijos durante este viaje”, pensó. Con el niño en sus brazos, Nuras caminó con sus hijos todo el día y finalmente llegó a la frontera con Bangladesh, donde su esposo, que se había adelantado, los esperaba. Ella buscó en el sitio a la familia del bebé, pero cuando nadie lo reclamó, ella y su esposo decidieron llamarlo Mohammed Hasan, en honor al nieto del profeta Mahoma. Esperan que Mahoma se convierta en un hombre fuerte que algún día sea maestro religioso.

Nuras, 25

Lo más importante que trajo Nuras al exilio desde Myanmar es un bebé que encontró mientras huía de un ataque a su aldea.

Después de que sus vecinos fueran asesinados, Nuras, de 25 años, y sus cuatro hijos fueron perseguidos y atacados por los disparos al huir. Mientras corría, Nuras escuchó a un bebé llorando y tosiendo cerca. Lo encontró agitando los brazos cerca de los cuerpos de dos personas rohingya que habían sido asesinadas, en un arrozal seco y lejano. “Tal vez Alá me ha dado un regalo para protegernos a mí y a mis hijos durante este viaje”, pensó. Con el niño en sus brazos, Nuras caminó con sus hijos todo el día y finalmente llegó a la frontera con Bangladesh, donde su esposo, que se había adelantado, los esperaba. Ella buscó en el sitio a la familia del bebé, pero cuando nadie lo reclamó, ella y su esposo decidieron llamarlo Mohammed Hasan, en honor al nieto del profeta Mahoma. Esperan que Mahoma se convierta en un hombre fuerte que algún día sea maestro religioso.

Jamir, 15 años

“Si estoy en una crisis, tal vez nadie vendrá a ayudarme, pero Shikari siempre vendrá”.

Jamir *, de 15 años, se acerca a su perro Shirkari, frente a la pequeña tienda que su familia dirige en un asentamiento para refugiados en el sur de Bangladesh. “Shikari es lo más importante que pude traer de Myanmar, porque es mi mejor amigo y mi protector”, dice Jamir. Jamir, cuya familia huyó de Myanmar hace 28 años, nació en el asentamiento y nunca ha puesto un pie en Myanmar. Él vio por primera vez al perro el otoño pasado, poco después de que llegara de Myanmar con un refugiado rohingya. Cuando el animal se le acercó y le olió el pie, Jamir arrojó un trozo de comida. Después de que el perro saltara al aire para atraparlo, Jamir lo llamó Shikari, que significa ‘cazador’. El joven y su perro han sido inseparables desde entonces. Shikari incluso duerme afuera de la puerta de la tienda familiar donde Jamir pasa la noche. “Shikari y yo iremos a casa a Myanmar, inshallah”, dice.

Jamir, 15 años

“Si estoy en una crisis, tal vez nadie vendrá a ayudarme, pero Shikari siempre vendrá”.

Jamir *, de 15 años, se acerca a su perro Shirkari, frente a la pequeña tienda que su familia dirige en un asentamiento para refugiados en el sur de Bangladesh. “Shikari es lo más importante que pude traer de Myanmar, porque es mi mejor amigo y mi protector”, dice Jamir. Jamir, cuya familia huyó de Myanmar hace 28 años, nació en el asentamiento y nunca ha puesto un pie en Myanmar. Él vio por primera vez al perro el otoño pasado, poco después de que llegara de Myanmar con un refugiado rohingya. Cuando el animal se le acercó y le olió el pie, Jamir arrojó un trozo de comida. Después de que el perro saltara al aire para atraparlo, Jamir lo llamó Shikari, que significa ‘cazador’. El joven y su perro han sido inseparables desde entonces. Shikari incluso duerme afuera de la puerta de la tienda familiar donde Jamir pasa la noche. “Shikari y yo iremos a casa a Myanmar, inshallah”, dice.

Kalima, 20 años

Kalima, que aún lucha con los recuerdos de la masacre, dice que para ella ahora nada es importante, después de las pérdidas indescriptibles que sufrió en Myanmar.

“No sé por qué Alá no me dejó morir”, dice la joven de 20 años entre lágrimas. Ella había estado casada solo tres meses cuando los atacantes llegaron a su aldea, incendiaron casas y abrieron fuego contra la gente. Rodeada de hombres armados, Kalima observó aterrorizada cómo arrojaban a los bebés al agua y cómo incendiaban grupos de niños. El esposo y la hermana menor de Kalima fueron asesinados. Luego fue brutalmente golpeada y violada por varios hombres, antes de quedar inconsciente. Cuando se despertó, la casa estaba en llamas. Ella huyó, caminando durante tres días con su tío y su primo hasta Bangladesh. Kalima solía ser sastre y le gustaría coser de nuevo. Cuando se le pregunta cuál es su especialidad en costura, se transforma de una figura llorosa y encorvada a una mujer joven, confiada y compuesta. “¡Todo lo que necesites!”, dice sonriendo.

Kalima, 20 años

Kalima, que aún lucha con los recuerdos de la masacre, dice que para ella ahora nada es importante, después de las pérdidas indescriptibles que sufrió en Myanmar.

“No sé por qué Alá no me dejó morir”, dice la joven de 20 años entre lágrimas. Ella había estado casada solo tres meses cuando los atacantes llegaron a su aldea, incendiaron casas y abrieron fuego contra la gente. Rodeada de hombres armados, Kalima observó aterrorizada cómo arrojaban a los bebés al agua y cómo incendiaban grupos de niños. El esposo y la hermana menor de Kalima fueron asesinados. Luego fue brutalmente golpeada y violada por varios hombres, antes de quedar inconsciente. Cuando se despertó, la casa estaba en llamas. Ella huyó, caminando durante tres días con su tío y su primo hasta Bangladesh. Kalima solía ser sastre y le gustaría coser de nuevo. Cuando se le pregunta cuál es su especialidad en costura, se transforma de una figura llorosa y encorvada a una mujer joven, confiada y compuesta. “¡Todo lo que necesites!”, dice sonriendo.

Mohammed, 26 años

Lo más importante que Mohammed trajo a Bangladesh son sus certificados educativos, que son necesarios para cualquier empleo formal en Myanmar.

Mohammed, de 26 años, es la única persona de su aldea que estudió en la universidad. El joven prácticamente había completado su bachillerato en inglés cuando prohibieron a los rohingya asistir a la Universidad del Estado de Sittwe. En su aldea, él encontró un empleo con la organización CARE y enfocó su energía en ayudar a otras personas. Después de que una aldea cercana fuera atacada y Mohammed no pudiera salvar la vida de un niño de 10 años que había sido empapado en petróleo y quemado, empacó sus certificados educativos, su computadora portátil y un cambio de ropa y huyó. Poco después, su aldea fue quemada, las mujeres fueron violadas y los hombres asesinados. “Aquí no me siento bien”, dice él. “En Myanmar, tenía una casa grande, agua limpia y un buen trabajo. Quiero volver, pero no volveré si no recibo mi ciudadanía”.

Mohammed, 26 años

Lo más importante que Mohammed trajo a Bangladesh son sus certificados educativos, que son necesarios para cualquier empleo formal en Myanmar.

Mohammed, de 26 años, es la única persona de su aldea que estudió en la universidad. El joven prácticamente había completado su bachillerato en inglés cuando prohibieron a los rohingya asistir a la Universidad del Estado de Sittwe. En su aldea, él encontró un empleo con la organización CARE y enfocó su energía en ayudar a otras personas. Después de que una aldea cercana fuera atacada y Mohammed no pudiera salvar la vida de un niño de 10 años que había sido empapado en petróleo y quemado, empacó sus certificados educativos, su computadora portátil y un cambio de ropa y huyó. Poco después, su aldea fue quemada, las mujeres fueron violadas y los hombres asesinados. “Aquí no me siento bien”, dice él. “En Myanmar, tenía una casa grande, agua limpia y un buen trabajo. Quiero volver, pero no volveré si no recibo mi ciudadanía”.

Noor, 50 años

Lo único que Noor pudo cargar fue la ropa que llevaba ese día, una falda conocida como lunghi.

En Myanmar, el gobierno no le permite a los rohingya capacitarse para ser doctores. Pero Noor se capacitó en el extranjero, y estaba determinado a tratar las enfermedades que atacaban a su comunidad, como la fiebre y la diarrea. “Las personas me buscaban todos los días para que las tratara porque soy honesto y las trato con amor”, recuerda. Cuando iniciaron los ataques en su aldea, él atendió a muchas personas víctimas de violaciones y golpizas. A menudo fue arrestado y multado. En agosto de 2017, mientras quemaban las casas en una aldea cercana, él huyó con su esposa y sus ocho hijos. Les tomó 15 días llegar a un asentamiento para refugiados en Bangladesh. Lo único que él pudo traer fue la falda que estaba usando ese día. “Cuando la veo, extraño a mi país, mi casa y mi antigua vida”, dice él. “Este lunghi es lo que usaré cuando vuelva a Myanmar”.

Noor, 50 años

Lo único que Noor pudo cargar fue la ropa que llevaba ese día, una falda conocida como lunghi.

En Myanmar, el gobierno no le permite a los rohingya capacitarse para ser doctores. Pero Noor se capacitó en el extranjero, y estaba determinado a tratar las enfermedades que atacaban a su comunidad, como la fiebre y la diarrea. “Las personas me buscaban todos los días para que las tratara porque soy honesto y las trato con amor”, recuerda. Cuando iniciaron los ataques en su aldea, él atendió a muchas personas víctimas de violaciones y golpizas. A menudo fue arrestado y multado. En agosto de 2017, mientras quemaban las casas en una aldea cercana, él huyó con su esposa y sus ocho hijos. Les tomó 15 días llegar a un asentamiento para refugiados en Bangladesh. Lo único que él pudo traer fue la falda que estaba usando ese día. “Cuando la veo, extraño a mi país, mi casa y mi antigua vida”, dice él. “Este lunghi es lo que usaré cuando vuelva a Myanmar”.

Shahina, 5 años

Lo más importante que Shahina * de cinco años tomaría de su casa si tuviera que huir es su bolsa de tela azul llena de productos de belleza.

La niña dice que estos artículos la hacen sentir hermosa y que le encanta ver a las niñas mayores rohingya maquillando sus rostros. Cuando la madre de Shahina, Nosina, vio la última afluencia de personas rohingya huyendo de Myanmar, se sintió agradecida de que sus hijos ya estuvieran a salvo en Bangladesh. Ella huyó de su pueblo en Myanmar, hace siete años con sus dos hijos pequeños. Shahina, la más menor, nació en Bangladesh. Shahina, que posa frente al albergue de la familia con su hermana Rabiaa * de ocho años, dice que le gustaría ser maestra de baile cuando crezca.

Shahina, 5 años

Lo más importante que Shahina * de cinco años tomaría de su casa si tuviera que huir es su bolsa de tela azul llena de productos de belleza.

La niña dice que estos artículos la hacen sentir hermosa y que le encanta ver a las niñas mayores rohingya maquillando sus rostros. Cuando la madre de Shahina, Nosina, vio la última afluencia de personas rohingya huyendo de Myanmar, se sintió agradecida de que sus hijos ya estuvieran a salvo en Bangladesh. Ella huyó de su pueblo en Myanmar, hace siete años con sus dos hijos pequeños. Shahina, la más menor, nació en Bangladesh. Shahina, que posa frente al albergue de la familia con su hermana Rabiaa * de ocho años, dice que le gustaría ser maestra de baile cuando crezca.

Hafaja, 60 años

Hubo tiempo suficiente para tomar un panel solar y gritar a sus hijos, cuatro hijos y una hija antes de que los atacantes abrieran fuego.

Hafaja, de 60 años, estaba afuera de su casa cuando los atacantes llegaron a su aldea, en el estado de Rakhine en Myanmar. “Si hubiera tenido un minuto para elegir otra cosa, habría traído nuestro dinero”, dice. “Teníamos 500.000 kyats (aproximadamente 375 dólares) que eran los ahorros de nuestra familia, pero están perdidos”. Hafaja vio su casa quemarse en un bosque cercano, a través de un campo lleno de cuerpos de vecinos que no lograron huir a tiempo. Luego caminó durante tres días con el panel en una mano y un bastón en la otra. “La energía solar es importante porque cuando llega la noche, la luz me permite orar y cocinar”, dice desde Bangladesh. “Cuando la luz está encendida, me siento más segura. Perdí mi tierra, mi dinero y mi casa, pero no importa. Todavía tengo a mi esposo y mis hijos. Otras personas no tuvieron tanta suerte”.

Hafaja, 60 años

Hubo tiempo suficiente para tomar un panel solar y gritar a sus hijos, cuatro hijos y una hija antes de que los atacantes abrieran fuego.

Hafaja, de 60 años, estaba afuera de su casa cuando los atacantes llegaron a su aldea, en el estado de Rakhine en Myanmar. “Si hubiera tenido un minuto para elegir otra cosa, habría traído nuestro dinero”, dice. “Teníamos 500.000 kyats (aproximadamente 375 dólares) que eran los ahorros de nuestra familia, pero están perdidos”. Hafaja vio su casa quemarse en un bosque cercano, a través de un campo lleno de cuerpos de vecinos que no lograron huir a tiempo. Luego caminó durante tres días con el panel en una mano y un bastón en la otra. “La energía solar es importante porque cuando llega la noche, la luz me permite orar y cocinar”, dice desde Bangladesh. “Cuando la luz está encendida, me siento más segura. Perdí mi tierra, mi dinero y mi casa, pero no importa. Todavía tengo a mi esposo y mis hijos. Otras personas no tuvieron tanta suerte”.

Mohammed, 44 años

Lo más importante que Mohammed trajo consigo son sus documentos de uso de tierra de Myanmar.

Antes de verse obligado a huir de un ataque a su casa, Mohammed era el presidente de su pueblo y tenía una próspera granja de 100 kani (132 acres) que incluía una gran casa familiar, dos lagos, un arrozal, campos de verduras y varias vacas, pollos y cabras. Hoy, el hombre de 44 años vive en un asentamiento para refugiados en el sur de Bangladesh sin suficiente comida para alimentar a su familia. Lo más importante que Mohammed trajo consigo son sus documentos de uso de la tierra de Myanmar. Como rohingya, estos documentos demostraban que tenía derecho a usar la tierra. “Volveremos y reconstruiremos y volveremos a ser productivos”, dice. “Si regreso a Myanmar y tengo que demostrar dónde está mi tierra, estos documentos ayudarán”. Mohammed dice que solo regresará cuando los rohingya sean considerados como uno de los grupos étnicos oficiales de Myanmar y se les otorgue la ciudadanía.

Mohammed, 44 años

Lo más importante que Mohammed trajo consigo son sus documentos de uso de tierra de Myanmar.

Antes de verse obligado a huir de un ataque a su casa, Mohammed era el presidente de su pueblo y tenía una próspera granja de 100 kani (132 acres) que incluía una gran casa familiar, dos lagos, un arrozal, campos de verduras y varias vacas, pollos y cabras. Hoy, el hombre de 44 años vive en un asentamiento para refugiados en el sur de Bangladesh sin suficiente comida para alimentar a su familia. Lo más importante que Mohammed trajo consigo son sus documentos de uso de la tierra de Myanmar. Como rohingya, estos documentos demostraban que tenía derecho a usar la tierra. “Volveremos y reconstruiremos y volveremos a ser productivos”, dice. “Si regreso a Myanmar y tengo que demostrar dónde está mi tierra, estos documentos ayudarán”. Mohammed dice que solo regresará cuando los rohingya sean considerados como uno de los grupos étnicos oficiales de Myanmar y se les otorgue la ciudadanía.

Yacoub, 15 años

La cadena alrededor del cuello de Yacoub*, de 15 años, es lo único que le queda para recordar a su padre.

La última vez que hablaron, era temprano en la mañana y el hombre se dirigía a recoger leña. Ese mismo día, hubo un ataque brutal en la aldea de Yacoub. Cuando vio que su casa ardía, Yacoub, que perdió a su madre cuando tenía ocho años, tomó a sus dos hermanas pequeñas de la mano y corrió descalzo a la jungla. Permanecieron ocultos durante 15 días, viviendo de galletas y té traídos de la tienda de su tío y luego recogiendo manzanas de rosa. Yacoub compró su collar en un mercado en Myanmar hace cinco meses con dinero que su padre le había regalado. El niño ahora vive solo en una tienda de campaña, con su nuevo perrito Sitara, una estera para dormir y una manta. Su tía, tío y hermanas viven al lado. Nadie sabe qué pasó con su padre.

Yacoub, 15 años

La cadena alrededor del cuello de Yacoub*, de 15 años, es lo único que le queda para recordar a su padre.

La última vez que hablaron, era temprano en la mañana y el hombre se dirigía a recoger leña. Ese mismo día, hubo un ataque brutal en la aldea de Yacoub. Cuando vio que su casa ardía, Yacoub, que perdió a su madre cuando tenía ocho años, tomó a sus dos hermanas pequeñas de la mano y corrió descalzo a la jungla. Permanecieron ocultos durante 15 días, viviendo de galletas y té traídos de la tienda de su tío y luego recogiendo manzanas de rosa. Yacoub compró su collar en un mercado en Myanmar hace cinco meses con dinero que su padre le había regalado. El niño ahora vive solo en una tienda de campaña, con su nuevo perrito Sitara, una estera para dormir y una manta. Su tía, tío y hermanas viven al lado. Nadie sabe qué pasó con su padre.

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