Niños y niñas afganos comparten aula con sus compañeros iraníes
Una política ejemplar en Irán permite que las niñas y los niños afganos asistan a las escuelas públicas con independencia de que tengan pasaporte, estén registrados como refugiados o sean indocumentados.
La refugiada afgana de 16 años Parisa (izq.) asiste a clase en Isfahán (Irán).
© ACNUR/Mohammad Hossein Dehghanian
Suena la campana para indicar el comienzo de la jornada y un grupo de niñas atraviesa corriendo la verja de la Escuela Primaria Vahdat, en la antigua ciudad persa de Isfahán (Irán). Con sus cargadas mochilas a la espalda, las alumnas se detienen en seco ante el edificio principal y se apiñan en fila para la reunión de la mañana.
Al final de la cola, Parisa, de 16 años, es la alumna de más edad de su clase de sexto grado: las demás niñas tienen una edad media de 12 años. Está impaciente porque comience la clase.
“Me encanta la escuela”, nos dice, y aprieta los libros contra el pecho. “Mi asignatura favorita son las matemáticas, porque están por todo el mundo, en todas partes. Me encanta multiplicar y dividir: es muy fácil”.
Parisa y su familia huyeron de Afganistán hace 10 años después de que los talibanes aterrorizaran su barrio en Herat y amenazaran con secuestrar a las niñas que fueran a la escuela.
“Me encanta la escuela. Mi asignatura favorita son las matemáticas”
En los últimos 40 años unos tres millones de personas afganas han huido a Irán en busca de seguridad: en torno a un millón están registradas como refugiadas, mientras que entre 1,5 y 2 millones permanecen indocumentadas. Además, otras 450.000 personas titulares de un pasaporte afgano viven en Irán por razón de su trabajo o para finalizar sus estudios.
“Si ibas al bazar, no había garantía de que fueras a volver”, recuerda Besmellah, padre de Parisa, de 67 años. “Empezaron a poner minas en los patios de las escuelas. No tuvimos más remedio que venirnos aquí”.
En Irán Parisa y sus seis hermanos encontraron seguridad, pero durante el primer año de su exilio no podían ir a la escuela: la familia apenas tenía suficiente para vivir, como para hacer frente a las matrículas escolares.
Para contribuir a los gastos de la familia, el hermano de Parisa dejó la escuela a los 15 años y empezó a trabajar con su padre como obrero de la construcción. Con este dinero adicional Parisa pudo entrar en un aula por primera vez a la edad de 11 años. Iba a una escuela provisional que se reunía en un edificio abarrotado con dos estancias. Las clases se organizaban en dos turnos para dar cabida al mayor número posible de estudiantes. Sin profesores cualificados ni un plan de estudios adecuado, los alumnos aprendían solo lo más básico.
No era lo más ideal, pero mientras que las personas registradas como refugiadas en Irán podían asistir a escuelas formales, las procedentes de Afganistán que huyeron del país pero no consiguieron obtener la condición de refugiadas, como Parisa, solo podían asistir a este tipo de centros de aprendizaje informales y autogestionados.
Su suerte mejoró en 2015, cuando Irán aprobó una ley que permitía asistir a las escuelas públicas a todas las niñas y niños afganos, con independencia de su condición de refugiados, indocumentados o titulares de pasaportes. Gracias al Gobierno de Irán y a ACNUR, Parisa pudo comprobar en qué consiste una educación adecuada con la inauguración de la Escuela Primaria Vahdat. Entre sus compañeros hay otros 140 afganos y 160 iraníes procedentes de la comunidad local de acogida; todos comparten aulas.
Este año, en torno a 480.000 niñas y niños afganos se benefician en Irán de estas políticas educativas inclusivas, 130.000 de los cuales son afganos indocumentados como Parisa. Solo en 2019 encontraron plaza en una escuela iraní 60.000 nuevos alumnos afganos.
“Estoy muy contenta de poder estudiar codo con codo con alumnas iraníes. La gente ya no me dice “Ah, eres afgana”, comenta.
Parisa sueña con regresar a Afganistán para compartir su amor por el estudio con los niños que viven allí. “Me haría muy feliz convertirme en profesora”, dice. “Quiero enseñar a los niños y niñas de la ciudad en la que nací, en Afganistán, porque no están pudiendo estudiar mucho”.
Pero sabe que su futuro es incierto. “A veces pienso… ¿y si no puedo volver a la escuela por nuestra situación económica?”, cuenta, mientras la idea de no poder seguir con sus estudios hace que le broten lágrimas en los ojos.
“Mi esposa y yo nos sentimos discapacitados por nuestra falta de educación. No queremos que a ellos les pase lo mismo”
Las personas refugiadas están exentas del pago de matrícula escolar en Irán, pero todos los demás costos asociados a la educación, como el material escolar, siguen suponiendo un importante lastre en el patrimonio familiar.
En plena situación de desafío económico como consecuencia de las sanciones están aumentando las necesidades de las personas más vulnerables, tanto refugiadas como iraníes. En solo un año el precio de los bienes más básicos se ha disparado, lo cual dificulta que las familias puedan comprar comida, pagar el alquiler y el transporte.
A ACNUR le preocupa que un mayor deterioro de la economía iraní pudiera debilitar la capacidad del gobierno, de ACNUR y de sus socios para seguir aportando educación a las niñas y los niños afganos.
Con objeto de mantener estas oportunidades en Irán y replicarlas en otros países de acogida, ACNUR realiza un llamado a donantes y socios para que se comprometan a apoyar unos esfuerzos humanitarios tan ejemplares en el primer Foro Mundial sobre los Refugiados que se celebrará en Ginebra (Suiza) los próximos días 17 y 18 de diciembre.
“Mientras pueda trabajar haré todo lo que esté en mi mano para que mis hijas puedan ir a la escuela, pero cada vez es más difícil”, dice Besmellah, cuyo único deseo es ver a sus hijos triunfar. “Mi esposa y yo nos sentimos discapacitados por nuestra falta de educación. No queremos que a ellos les pase lo mismo”.