Violinista sirio lleva su canción a una comunidad canadiense
La guerra truncó la prometedora carrera musical de Sari Alesh. Gracias a la ayuda de patrocinadores ahora puede volver a tocar.
Sari toca el violín en el Alix Goolden Performance Hall, en el Conservatorio de Música de Victoria .
© ACNUR/Anni Sakkab
A diferencia de los 31.000 refugiados sirios que llegaron a Canadá a lo largo del pasado año, Sari Alesh, de 31 años, no vino con un oficio. Entre las pocas pertenencias que traía, venía su música.
"Solo me guié por mi corazón", comenta. "Siempre me decía: eres músico, no puedes hacer otra cosa".
El joven violinista llegó solo al lluvioso archipiélago de la costa oeste de Canadá, en febrero de 2016 (el día de su cumpleaños) entre 400 refugiados sirios reasentados en la provincia de Victoria.
Antes de venir, la música ocupaba toda la vida de Sari. Recibió formación clásica en Damasco, Siria, estuvo de gira por Europa y Oriente Medio con la Orquesta Sinfónica Nacional de Siria y en una ocasión tocó ante el aclamado cantante libanés Fairuz. Pero pronto la guerra en Siria frenó su éxito, convirtiéndolo en desplazado junto a más de once millones de sirios. En 2014 huyó de la capital de Siria y buscó la seguridad en Estambul, Turquía, dejando atrás a su familia y su prometedora carrera musical.
Ya en Victoria, Sari en seguida descubrió que el panorama musical de su nuevo hogar era tan desconcertante como los altísimos cedros rojos de la isla de Vancouver. Se esperaba sonatas y arias de linaje clásico europeo, pero en su lugar se encontró con que la música más popular era la folclórica.
Al poco encontró amparo artístico en Faraidoun Akhavan y Paulina Eguiguren, dos de sus patrocinadores. Sari con su violín y Faraidoun con su barbat, un laúd persa, tocaban música de Oriente Medio hasta altas horas de la noche.
"Vinimos aquí y a los dos nos ayudaron", comenta Paulina, que llegó a Canadá junto a su marido como refugiados hace más de veinte años. "Nosotros, por lo menos yo particularmente, siento una conexión espiritual con otras personas cuando puedo ayudarlas de alguna manera".
Como muchos otros en Victoria, Faraidoun y Paulina querían patrocinar a una persona o a una familia siria, pero no conocían bien el proceso. Por separado se habían puesto en contacto con una organización multicultural de la ciudad que ejercía de titular del acuerdo de patrocinio (la entidad coordinadora que gestiona el patrocinio privado en Canadá). Pero mientras los futuros patrocinadores hablaban y accedían a reunir los recursos para un refugiado sirio, encontraron un vínculo entre ellos: tenían una fuerte conexión con las artes. "Era simplemente perfecto", comenta Sabine Lehr, coordinadora de la organización que empareja a los refugiados con los patrocinadores.
"Siento una conexión espiritual con otras personas cuando puedo ayudarlas de alguna manera"
Paulina, artista, y Sari pronto se hicieron amigos. "Había algo en él que era diferente", afirma. "Creo que reconocí el arte en él, la compasión que la gente solo puede tener cuando ha sufrido".
Casualmente, su hija Julia también tocaba un instrumento. En ese momento Paulina no buscaba un profesor, a pesar de que Sari había enseñado música durante seis años en Siria. Para su sorpresa, cuando tocaron por primera vez juntos, al instante surgió una química especial entre los dos, una conexión a través de las notas. Al poco su hogar se llenó con los sonidos del acordeón de Julia complementado con el violín de Sari.
"En un instante me llegaron al corazón", comenta Sari. "A los cinco minutos, se convirtieron en mi familia".
La nueva vida de Sari en Victoria, más tranquila y segura, era la primera señal de que podía recuperar su vida y su carrera, deshechas lentamente por el conflicto.
Al poco recibió una beca para estudiar inglés en la Universidad de Victoria. Era una oportunidad para mejorar sus conocimientos del idioma y sumergirse en la comunidad, y además soñaba con conseguir un título en educación para poder enseñar música en los colegios públicos.
En la universidad desarrolló un programa para enseñar música a los alumnos con síndrome de Down, deseoso de compartir con otros su pasión por la música. "Cuando les enseño música, les enseño a mejorar sus capacidades", comenta Sari. "Cuando me los encuentro al cabo de un tiempo y veo lo que han progresado, me siento muy orgulloso del ellos, y también de mí".
Algunos tomaron buena nota cuando el músico empezó a ser cada vez más visible en la escuela. El maestro Ajtony Csaba fue uno de ellos y le ofreció a Sari la oportunidad de tocar con la Orquesta de la Universidad de Victoria. Pronto se convirtió en el músico más solicitado para conciertos benéficos y eventos de la comunidad, y también fue invitado a actuar en los jardines de la Asamblea Legislativa de la Columbia Británica en el Día de Canadá.
"Fue un gran honor para mí tocar el Día de Canadá", recuerda Sari. "No puedo describir lo que sentí, fue maravilloso".
Pero la guerra también pasa factura en más de un aspecto: la falta de entrenamiento riguroso durante los años de huida, hicieron que Sari perdiese la agilidad en los dedos.
Una de sus patrocinadores, Heather Ferguson, estaba en el consejo del Conservatorio de Música de Victoria. Con hijastros de la misma edad que Sari, estaba decidida a ayudarle. "Si en algún momento sus vidas estuvieran hechas pedazos y estuvieran necesitados, querría que alguien, en cualquier lugar del mundo, les tendiese una mano amiga", comenta.
Lo organizó todo para que uno de los profesores de cuerda más importantes de Canadá, Michael van der Sloot, fuera el mentor de Sari y le ayudase a recuperar las habilidades que habían quedado atrofiadas tras años de huir de la guerra. Recluido en una pequeña oficina del conservatorio, Sari se sumergió en la música con su profesor. Las notas le hicieron volver a su vida en Siria. Las melodías eran diferentes, pero el efecto era reconfortante.
"Cuando tocas ofreces tus sentimientos, eso es todo", afirma Sari. "Cuando a la gente le encanta mi música, eso significa que entienden mi mensaje".
A lo largo y ancho es una serie de historias que retrata a canadienses que han dado la bienvenida a refugiados sirios con apoyo y compasión. Desconocidos, amigos, familias y comunidades de todo el país están creando fuertes lazos de amistad que van más allá de la lengua y la cultura, justo cuando más falta hace.
Gracias a la Voluntaria en Línea Milvia Marrero por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.