Ayudando a los refugiados a prosperar en Costa Rica
Panaderos, creadores de productos para spa y empresarios de lavados de autos han tenido la oportunidad de recomenzar sus vidas en el país centroamericano.
Julissa Marín es una repostera de Venezuela que encontró protección en Costa Rica.
© ACNUR/Roberto Carlos Sanchez
Con sus brownies, sus chocolates y sus pasteles personalizados vendiéndose como pan caliente, la pastelera Julissa Marín de Colman espera expandirse.
Ella necesita un horno más grande para poder hornear más productos, así como más espacio para enfriar sus brownies.
“Algunas personas los enfrían en el refrigerador, pero eso compromete la calidad, algo que no estoy dispuesta a hacer”, dice ella.
Originaria de Venezuela, Julissa es parte del creciente número de refugiados y solicitantes de asilo emprendedores que tiene una oportunidad de comenzar de nuevo en Costa Rica, un pequeño país con una larga tradición de acogida a personas en necesidad.
El apoyo del Ministerio de Economía, Industria y Comercio de Costa Rica, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y las organizaciones locales permite a las personas refugiadas como Julissa desarrollar sus ideas de emprendedurismo y competir por capital semilla para sus negocios.
Con la ayuda de la ONG Fundación Mujer, la mujer de 32 años compitió recientemente en el Segundo Festival Gastronómico Integrate al Sabor, copatrocinado por ACNUR, en la capital costarricense, San José. Ella ganó un codiciado puesto en un evento para promover pequeñas y medianas empresas, todo mientras hacía malabarismos para cuidar a su enérgica niña de dos años.
Su pasión por la cocina comenzó en su hogar en Margarita, una pequeña y popular isla en la costa caribe de Venezuela, donde estudió turismo y hotelería.
Su negocio de pastelería despegó en 2016, a pesar de la hiperinflación, la escasez generalizada y la inestabilidad. Debido a la escasez de suministros, tuvo que comprar huevos, harina y otros suministros en el mercado negro para mantenerse al día con la demanda, lo que provocó que cayera frente a las autoridades.
“Si podía lograrlo en Venezuela, podía lograrlo en cualquier lugar”.
Julissa y su familia huyeron, llevando consigo únicamente lo esencial: ropa y utensilios de cocina. Ella traía una batidora de mano y moldes para galletas con la forma de Mickey Mouse, sabiendo que siempre y cuando pudiera hornear, lograría tener éxito en Costa Rica.
“Si podía lograrlo en Venezuela, podía lograrlo en cualquier otro lugar”, dice ella.
Durante las turbulentas décadas de 1970 y 1980, cuando las guerras civiles devastaban a países de la región como El Salvador, Nicaragua y Colombia, Costa Rica continuaba siendo un refugio de paz, manteniendo sus puertas abiertas a quienes se encontraban en riesgo.
El país ha desarrollado un encomiable sistema de protección que permite a las personas solicitantes de asilo y refugiadas florecer. Les permite a los solicitantes de asilo presentar dos apelaciones y les garantiza el derecho a trabajar y acceder a la educación mientras se procesan sus solicitudes.
A través del programa de Vivir la Integración, desarrollado por ACNUR en colaboración con el Ministerio de Trabajo, las personas refugiadas y solicitantes de asilo también pueden recibir capacitación ocupacional, acceso a empleo justo y apoyo para establecer sus negocios propios. Entre los beneficiarios se encuentra la empresaria salvadoreña Gloria Hernández.
Gloria tenía un negocio de masajes y una tienda con sus productos de spa en el Aeropuerto Internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, hasta que en 2014 su hija fue testigo de un brutal secuestro por parte de una pandilla. Después de que aceptara testificar en la corte, la familia Hernández empezó a recibir amenazas de muerte, que a menudo sí se cumplen en un país donde el índice de criminalidad es alto y las instituciones están en problemas.
“El fiscal nos dijo que no tenían la capacidad de defender a los testigos en El Salvador”, dice Gloria. Entonces, ella reunió a su familia, unas bolsas con ropa, y huyó tomando un viaje de dos días hasta Costa Rica, donde no conocía a nadie.
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Pero ahora, con 45 años, ella está reconstruyendo su sueño con el apoyo de Costa Rica, y la Fundación Mujer. A menudo se organizan competencias donde los refugiados de ambos sexos pueden presentar sus productos y ganar capital semilla. Por otro lado, el Ministerio de Economía da charlas y talleres que ayudan a los emprendedores a navegar el panorama empresarial costarricense.
Con su ayuda, Gloria ha podido hacer un prototipo de una nueva línea de aceites para masajes y, utilizando los fondos iniciales que ganó, compró ingredientes y botellas para hacer sus productos. El truco, dice ella, es usar aceite de almendra, que deja la piel suave. Ella también usó el dinero para cambiar la marca de su producto.
“Este es un nuevo desafío”, dice ella. “Quiero que se vea diferente”.
A pesar de su éxito, Gloria necesita completar más pasos para que su negocio despegue. Sus productos necesitan pruebas de laboratorio para obtener una etiqueta de ingredientes y una patente, un obstáculo reglamentario que no tenía en El Salvador. Ella no puede ofrecer masajes en su casa, porque no tiene una sala dedicada para su negocio, lo cual es requerido por la ley de Costa Rica.
“Queremos tener una manera de mantenernos a nosotros mismos”.
Estos costos son algo que Gloria no puede pagar actualmente. Espera que algún día pueda encontrar a otros refugiados y establecer una tienda donde todos vendan sus productos y compartan el costo de hacer negocios en Costa Rica.
"Queremos tener una manera de mantenernos a nosotros mismos", explica.
Costa Rica es uno de los seis países que participan en la aplicación regional del Marco de Respuesta Integral para los Refugiados. Conocido como MIRPS, el marco pide un mayor énfasis en la autosuficiencia de los refugiados y el apoyo a las comunidades de acogida, junto con alianzas más fuertes. El enfoque apuntala un nuevo Pacto Mundial sobre Refugiados que se espera sea adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas para fines de 2018.
La capacidad de aprender en un lugar seguro les permite a los refugiados desarrollar sus ideas de negocios, incluso si no tienen éxito la primera vez, como Yasid Areiza, un refugiado colombiano de 28 años que tuvo la idea de iniciar un negocio de lavado de autos móvil.
Después de adaptar y arreglar su idea en el transcurso de algunos años, finalmente logró ganar un capital semilla de Fundación Mujer.
"Había 30 o 40 personas en la primera competencia a la que asistí y todos obtuvieron el capital inicial, excepto yo", dijo Yasid.
Su idea era demasiado general, dijeron los jueces. Así que Yasid regresó a la mesa de dibujo y con la ayuda de las clases ofrecidas a los refugiados, pudo formular un nuevo spray que le permitiría lavar autos con una cantidad mínima de agua. El nuevo diseño también le permitió encajar todo lo que necesitaba para lavar un automóvil en una mochila en lugar de una camioneta, como lo había presentado originalmente.
Estudió ejemplos de productos exitosos en América Latina y refinó aún más el concepto. Luego fue a la competencia con una botella de spray y tapacubos en la mano y presentó su nueva idea. Esta vez, se le concedieron los fondos y espera que su negocio despegue.
"Para eso está el capital semilla", dice, "para organizar la logística, los permisos y comenzar".