"Dejar su casa no fue la elección de ninguna de las personas que he conocido: era la única opción que tenían para sobrevivir"
Allana Ferreira es asistente de información pública de ACNUR en Boa Vista (Roraima). Su conexión con el tema del asilo viene de antes, cuando trabajó en un campamento de refugiados en Irak.
Allana Ferreira, de 32 años, se desempeña desde finales de 2018 como asistente de información pública para la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Boa Vista (Roraima). Pero su conexión con ACNUR y con el tema del asilo viene de mucho antes, cuando trabajó en un campamento de refugiados en Irak.
¿Puede contarnos cuál es el trabajo de ACNUR en el norte de Brasil?
ACNUR desempeña un papel fundamental en esta situación de emergencia, ya que estamos presentes desde la frontera hasta la reubicación interna de las personas a otras ciudades del país. Las personas que se vieron forzadas a dejar su casa, en su mayoría venezolanas, reciben asistencia de ACNUR nada más llegar por medio del registro, la acogida, la identificación de casos vulnerables, el apoyo a las organizaciones en actividades dentro y fuera de los albergues y durante el proceso de reubicación interna.
¿Por qué se hizo trabajadora humanitaria?
En 2013 tuve la oportunidad de ir a estudiar inglés al Líbano. Pocos meses después de llegar, la guerra en Siria, que había comenzado en 2011, alcanzaba su nivel más violento. Desde el comienzo de los enfrentamientos sumaban ya más de 90.000 personas muertas y miles forzadas a huir de su país. Vi con mis propios ojos cómo las calles se iban llenando de gente sin hogar, y cómo el Líbano llegó a tener un tercio de su población compuesta solo por personas refugiadas.
Como forma de pagar mis estudios, me ofrecí a cubrir las acciones humanitarias de la universidad en la que estudiaba con personas refugiadas procedentes de Siria, Irak y Palestina. Como no hablaba árabe y todavía estaba aprendiendo inglés, tuve que desarrollar un modo de contar historias a través de las imágenes. Como periodista estaba acostumbrada a escribir artículos y entrevistas, y tuve que aprender a escribir historias a partir de imágenes.
Después, en 2017 me llamaron para trabajar en una ONG de Irak, en el área humanitaria, como asistente de comunicación para proyectos que atendían a personas refugiadas sirias y desplazadas iraquíes de la región de Mosul. Allí quedé todavía más maravillada con la causa y el trabajo de ACNUR.
¿Cuál es la parte más gratificante de su trabajo?
Independientemente de dónde se encuentren, de si huyen de conflictos armados, guerras o persecuciones, siempre me he preguntado lo difícil que debe ser para una persona levantarse en su casa y, de un momento para otro, tener que dejarlo todo atrás. Y dos o tres días después levantarse en un lugar completamente extraño, en un albergue o un campamento de refugiados.
Como comunicadora, sé que detrás de los números, que muchas veces asustan, hay personas e historias que deben ser contadas. Aunque no forme parte del equipo de primera línea que reparte comida o mantas, es gratificante poder mostrar que no son solo números, sino que se trata de personas como usted o como yo. Poder mostrar que estamos trabajando para que otras personas puedan conocer su historia y comprender por qué resulta fundamental ayudarlos.
¿Puede contarnos un poco qué impacto tiene la crisis de Venezuela en la vida de millones de personas, y cómo es algo que usted presencia a diario?
La situación de Venezuela es diferente de un país en situación de guerra, que afecta de inmediato a toda la población. Allí las cosas se han venido deteriorando con el paso del tiempo, y han empeorado drásticamente en los últimos años. Las personas conservaron la esperanza de que solo se trataba de algo temporal, y muchas de ellas se resistieron hasta que no les quedó otra opción. Salir de su país no fue la elección de ninguna de las personas a las que he entrevistado, sino que era la única opción que tenían para sobrevivir y poder ayudar a sus familiares.
Cada vez más, las personas que llegan a la frontera con Brasil han agotado todos sus recursos y alternativas para permanecer en sus casas. Padres de familia cuyos hijos e hijas ya no pueden ir a clase porque no hay profesores. Hijos e hijas que tienen que mantener a sus padres mayores. Profesionales cualificados que están dispuestos a trabajar en las calles para poder tener algo que comer. Y muchas madres de todas las edades cargando con sus hijos e hijas en sus brazos y en sus vientres, con la fuerza de lo único que las alimenta: la esperanza de una vida mejor para aquellos a quienes ellas deben proteger.
¿Cuál fue su día más difícil en el trabajo?
La primera vez que fui a la estación de autobús, donde duermen las personas que están en la calle. Fuimos a ver cuántas personas estaban durmiendo allí y recibiendo protección de la Operación Acogida, pues el ejército distribuye tiendas todas las noches para que ninguna familia y ningún niño o niña duerman al raso. Como ACNUR está presente en todos los procesos, la gente siempre viene a hacer preguntas. Ese día, a última hora de la tarde, un señor muy educado vino a preguntarme con lágrimas en los ojos cuándo podría ir a un albergue. Había cruzado solo la frontera y llevaba un tiempo sin su familia, durmiendo en la estación. Una de las prioridades para acceder a los albergues es la edad, por lo que le pregunté cuántos años tenía, y tenía exactamente la edad de mi padre. En ese momento me vino a la cabeza que podría ser mi padre en lugar de aquel señor. A esa hora el proceso estaba ya cerrado y el señor tendría que esperar dos días más para solicitar plaza en el albergue. No pude hacer mucho más que darle la información correcta. Me sentí atada de manos.
Usted trabaja en el área comunicación, conociendo personas y sus historias. Cuente a la gente una situación que la haya emocionado.
Siempre me sorprende la capacidad de niños y niñas de seguir viviendo sus vidas con alegría, simplemente. Pero en mi última visita a Pacaraima, mientras tomaba algunas fotografías dentro del albergue temporal, una niñita de 5 años vino a enseñarme que ella también tenía una cámara fotográfica. Me estaba fotografiando y me pidió que le tomara una foto a ella. La pequeña Carmen no se separó de mi lado hasta que me fui, casi como una asistente de fotografía. Al día siguiente la encontré feliz porque iba camino de un albergue en Boa Vista junto con su madre y su hermanita. Me tomó de la mano y me pidió que le tomara otra fotografía, porque ahora se estaba yendo a su nueva casa.