Personas refugiadas rohingyas se preocupan por el futuro de sus hijos e hijas
ACNUR promueve mayores oportunidades de aprendizaje y estándares de enseñanza superiores para miles de jóvenes refugiados y refugiadas rohingyas.
El centro de aprendizaje temporal Sunflower (girasol) en la Extensión nº 4 del campamento de Kutupalong, en el sudeste de Bangladesh.
© ACNUR/Roger Arnold
Cuando Abu Sayed, padre de seis hijos e hijas, piensa en el futuro de sus niños, se viene abajo y rompe a llorar.
“Mi vida está casi acabada. Si no consiguen tener una educación serán unos ignorantes”, dice sentado en el albergue de bambú que su familia tiene en el inmenso asentamiento de refugiados de Kutupalong, el más grande del mundo.
“Veo con mis propios ojos que se está perdiendo el sentido de su vida porque carecen de educación y destrezas suficientes para tener una buena trayectoria profesional. Se trata de su futuro”, nos cuenta. “Si me muero mañana, moriré con dolor y pena en el corazón”.
Abu Sayed es una de las cerca de 745.000 personas refugiadas rohingyas que buscaron la seguridad en Bangladesh huyendo de las severas medidas militares aplicadas en el estado septentrional de Rakhine (Myanmar) a partir de agosto de 2017. Más de la mitad son niños y niñas (55%).
Sus tres hijos menores reciben educación primaria básica en el centro de aprendizaje temporal Sunflower, a pocos pasos del albergue familiar. El centro, pintado de rojo y amarillo, cuenta con el apoyo de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y está gestionado por su asociada bangladeshí BRAC.
Los alumnos del asentamiento solo reciben unas pocas horas de clase al día en las que aprenden inglés, birmano, competencias para la vida y matemáticas. Los centros de enseñanza funcionan a tres turnos diarios. Pero carecen de un plan de estudios fijo. Más adelante, los alumnos no tienen posibilidad de estudiar educación secundaria.
“Los jóvenes necesitan y desean acceder a una educación significativa”.
“Los jóvenes necesitan y desean acceder a una educación significativa que les ofrezca vías despejadas de progreso y que esté reconocida por las agencias estatales”, cuenta James Onyango, oficial de educación de ACNUR en Cox’s Bazar.
“La gente necesita destrezas y cualificaciones reconocidas para contribuir al desarrollo de sus comunidades. Conocemos demasiado bien los peligros de una generación perdida de jóvenes”, añade.
El resultado de una reciente valoración de enseñanza arrojó que la mayoría de los alumnos solo puede participar en los tres primeros cursos de educación básica. En consecuencia, las organizaciones que trabajan en el campo de la educación están agrupando a los estudiantes en función de su nivel y no por su edad, de modo que se facilite un aprendizaje más estructurado.
No obstante, el programa educativo no aborda las necesidades de estudiantes de mayor edad que nunca han asistido a la escuela, ni las de aquellos cuya educación se vio interrumpida en niveles superiores cuando tuvieron que huir de Myanmar. No existen estándares, planes de estudios acreditados ni procedimientos definidos para reconocer acreditaciones, y hay escasas oportunidades para seguir estudiando cumplidos los catorce años.
Si bien se está avanzando algo en el acceso a una educación primaria de calidad, los niños y las niñas de más edad se están quedando fuera. Abu Sayed está feliz de ver a sus hijos menores asistir a clases en este centro de dos plantas, el primero de su clase en el asentamiento, pero al mismo tiempo está preocupado por su hijo Mohammed Ayaz y su hija Anu Ara. de más edad, que forman parte de los miles de menores en edad de asistir a la escuela secundaria que no tienen acceso a una educación.
“Mi hijo mayor estudió hasta sexto curso en Myanmar, pero los demás no pueden seguir estudiando aquí”, nos cuenta. “Estamos preocupados. Ojalá nuestros hijos tuvieran la oportunidad de recibir una educación”.
Mohammad Ayaz, de 15 años, era un alumno aplicado en Myanmar que soñaba con estudiar medicina hasta que la violencia lo obligó a dejar la escuela y huir para salvar la vida. Nos cuenta que estos días dedica el tiempo intentando mantenerse ocupado en el enorme asentamiento de refugiados, pero muy a menudo acaba pasando el tiempo con los amigos.
“Deambulamos sin rumbo fijo por el campamento”, se lamenta. “La gente de mi edad no puede conseguir buenos trabajos aquí. Ayudo en un pequeño puesto de alimentación y algunos de mis amigos trabajan como voluntarios en organizaciones. Ojalá pudiera seguir estudiando para no dejar de aprender cosas nuevas todos los días”.
“Ojalá pudiera seguir estudiando para no dejar de aprender cosas nuevas todos los días”.
Onyango nos cuenta que mejorar la educación es un asunto prioritario para ACNUR, y nos explica que la Agencia para los Refugiados inauguró el pasado mes de octubre el primer centro de formación de profesorado del asentamiento.
“También colaboramos con otras agencias humanitarias para tratar de reforzar la capacidad del profesorado y mejorar la calidad general de los servicios educativos”, nos explica. “Además, hemos probado algunas sesiones de alfabetización para adolescentes, aunque somos profundamente conscientes de que no son adecuadas”.
La mejoría de los servicios cuenta con el apoyo de los abnegados profesores y profesoras del asentamiento. En el centro de aprendizaje temporal Sunflower, la facilitadora de aprendizaje rohingya Umme Habiba trabaja en una clase atestada con cerca de 40 niños y niñas, junto con una profesora local bangladeshí.
Solo tiene 18 años, estudió hasta octavo curso en Myanmar y solía impartir clases particulares de refuerzo. Agradece cualquier oportunidad para ampliar sus habilidades. “Para ser una buena profesora es importante tener una buena educación.
Algunas de mis amigas estaban deseando estudiar en Myanmar, pero no tuvieron esa oportunidad. Sin educación no hay futuro”, dice. “Nuestro futuro y nuestro presente están en riesgo”.